Opinión

Enseñándoles a sobrevivir II

Fermín Gassol Peco | Sábado, 15 de Septiembre del 2018
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Tras unos días de ausencia, allí estaban los seis gatillos esperándome. Más crecidos, si bien su diferencia de tamaño había aumentado; durante este tiempo fueron conformando también sus diferentes comportamientos que ahora paso a relatar.

Ante todo decir que los gatos nacieron, como referí en otro artículo dedicado a ellos, en un solar contiguo; mi primer contacto lo tuve a los tres meses de nacer. Comento esto porque los gatillos no viendo a una persona en sus primeras semanas de vida, en general son sumamente asustadizos. La comida como reclamo es el único medio para que se acerquen, aunque resultan difíciles de coger y acariciar. Cuando se acostumbran y siempre llevados por su enorme curiosidad, el “carácter” de cada uno se manifiesta de forma muy distinta. De los seis, tres machos y tres hembras, la actitud queda marcada además por el sexo de una manera clara.

Dos de los machos son idénticos, como dos gotas de agua. Uno de ellos, al que llamo “aprovechado”, es el primero en acudir cuando ve que tengo algo entre las manos, “que por el interés te quiero Andrés”. Conseguido el alimento se retira a comerlo lejos del grupo, demostrando que solamente va buscando sacar tajada y nunca mejor dicho, es decir, la rentabilidad de la ocasión. El otro más lento, al que llamaré “dictador”, no admite competencia y llegado el caso de compartir se lía a dar zarpazos, eso sí, manteniéndose en el grupo. El tercero más tranquilo, es el último en responder a la llamada y bastante después que los demás, como si estuviera en su mundo; tiene un comportamiento menos asustadizo, aceptando las normas del resto de la manada, si bien su condición de macho lo hace también poco cercano; lo llamaré “desinteresado”. Como sus dos hermanos de camada, no admite contacto físico, ni caricia alguna; se diría que los tres muestran ya maneras de un individualismo propio de la vida solitaria que les espera. Dentro de unos meses, desaparecerán para marcar cada cual su territorio.

Las tres hembras tienen distinta actitud a los machos aunque entre ellas mismas también hay diferencias. La más pequeña, aquella que fuera la última en saltar desde el tejado, la “caganidos”, es calcada a su madre; esta gatilla diminuta es la más curiosa de los seis y creo que la más felina; va como se dice ahora, a su bola. Rápida, nerviosa hasta el extremo, sus acciones de acercamiento y alejamiento son eléctricas. Ayer mismo, en un descuido se subió a la mesa que teníamos preparada para comer, la cogí y la respuesta fue un bufido con zarpazo incluido. La llamaré “polvorilla”.

 Quedan las dos últimas, “cariñosa” y “tranquila”. Estas dos gatillas mantienen un comportamiento completamente distinto. Siempre están conmigo, jugando a menudo entre ellas. En ningún momento se asuntan y permanecen cerca pidiendo que las sobe; ante mi negativa, me rodean con su cuerpecillo, lamiendo mis tobillos y acariciándome las piernas con sus colas.

Pero “cariñosa”, es especial; tumbada entre mis pies, busca calor y afecto, me sigue a todas partes, mirándome con aire ingenuo y de curiosidad. Hace varios años tuve otra gata que tuvo igual comportamiento. De los seis muy probablemente sea la única que seguirá aquí durante el invierno. Las demás, cuando no haya alimento que rascar, se irán a buscarlo en otro sitio.

Chimba que así he “bautizado” a “cariñosa”, seguro estoy que permanecerá durante mis ausencias esperando; y yo aunque la vea con mucha menos frecuencia, no defraudaré su fidelidad.

El otoño está próximo a llegar, yo regreso a la ciudad, la camada terminará disgregándose y cada miembro tomará su rumbo. Es la ley de la vida. La madre ya no admite acercamientos ni caricias, pasó la hora del aprendizaje, de enseñarles a sobrevivir. La edad adulta les espera y el ciclo vital marcará su futuro. Atrás queda el día, hace tres meses, en que temerosos, asomaron por el tejadillo que separa el lugar donde nacieron.

Probablemente, salvo a “chimba”, no los volveré a ver y en el caso de los tres machos a buen seguro. Pero me quedan en la retina y en la memoria los buenos momentos que durante estos días de verano esta media docena de gatillos me hicieron disfrutar. Y es que el milagro de la vida es el mejor regalo que podemos admirar; la vida, siempre la vida. La vida es tan maravillosa como a dios gracias, real.

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