El título que he elegido para este artículo con solo
leerlo, creo que va a provocar muy distintas reacciones, cuánto más el contenido. Me siento a la mesa
camilla, distribuyo las cartas del tarot sobre la mesa y me pongo a adivinar. A ver, a ver… A ti te ha surgido una sonrisa
de incredulidad (vaya “tontá”, piensas). A ti te ha recordado lo aprendido en
aquella catequesis lejana de infancia (se te han puesto los pelos como
escarpias, recordando palabras e imágenes que te contaban de pequeño). Para ti,
que has sentido curiosidad y sigues leyendo, va el siguiente escrito esperando
que te ayude.
Ya comenté en otro artículo la costumbre que tiene la
cultura humana de antropomorfizar o zoomorfizar
fuerzas naturales o psicológicas para hacer palpable y entendibles muchos conceptos metafísicos o
espirituales. Nos damos un paseo por
Atenas durante el siglo VI a. C., por el Antiguo Testamento, o el Imperio Romano y observamos explicaciones de fenómenos naturales a base de mitos. Un ejemplo claro y conocido es la creación
del hombre y la mujer, el paraíso terrenal, y demás componentes ambientales y literarios explicativos de los
orígenes del mundo y del hombre. Desde el siglo V a C. se han preocupado los
intelectuales de todas las ciencias posibles de darnos explicaciones razonadas
y lógicas de todo.
Sin embargo, y es lo asombroso, todavía hay quienes
siguen afirmando algunos mitos como si fueran explicaciones certeras. Alguien en la fiesta de San Antonio Abad nos
estuvo hablando de la actividad del demonio en la vida del ermitaño. Parece ser
que de modo frenético el diablo tentaba una y otra vez al siempre sacrificado
Antón. Yo pensaba y todo ese empeño frenético ¿para qué? Me imaginaba un animal
rojo similar a una cabra grande (no digo el nombre porque suena fuerte) con
cuernos y pezuñas tirando de la manga del hábito para arrastrar al santo al
infierno.
No me asusté, igual que tú, religioso lector, tampoco
te asustas, aunque te queda una cierta intranquilidad en el estómago, mientras
que en tu mente reina la imaginación yendo y viniendo.
Muchos predicadores se han quedado más en la
representación imaginativa que en la realidad.
Aclaramos algunos términos: La palabra Diablo, procede de otra griega a la que
no se ha dado traducción, quedándose con la transcripción de letras, se trata
del vocablo Διαβάλλω , es un verbo y significa “lanzar, tirar lejos”. Podemos utilizarlo para decir que “un
arquero ha lanzado una flecha” o “el delantero del equipo visitante ha lanzado
un penalti”. Nuestra palabra balón tiene la misma raíz, se refiere a algo que
se lanza, que se tira con fuerza.
En lenguaje religioso podríamos concretarlo como una
fuerza, una intención, una inclinación que en un momento determinado te anima a
realizar alguna acción sin calificativo de buena o mala. Con el tiempo se decantó
por el segundo denominador y la
imaginación artística o calenturienta en ocasiones hizo el resto. Se llegó a
encarnar en una figura repelente y miedosa lo que era una simple fuerza para actuar
en la vida.
En nuestra cultura y en la de medio mundo hablar del Diablo
es sinónimo de satanismos, posesiones demoníacas, películas de miedo,
exorcismos y demás.
En la misma línea tenemos que, el lugar donde se dice
que habita dicho ente es en el Infierno.
Haciendo el mismo recorrido lingüístico anterior observamos, que esta palabra
viene del latín inferior, se trata
de un comparativo utilizado, para designar lo que está más abajo del plano en
el que nos movemos.
En la antigua cultura mítica se decía que los dioses
habitaban el “caelum”, es decir el cielo, lo que estaba más arriba de las
nubes, junto a los astros y las estrellas; los que reinaban en el universo y
protegían o maldecían a los pobres humanos que vivían en la tierra. Todavía
pensaban que ésta era plana y estaba
sujeta por columnas al subsuelo.
Por debajo de ese nivel, es decir en el lugar contrario,
opuesto
a los dioses tenían su guarida los
diablos. Además, ese habitáculo
inferior estaba ardiendo continuamente. La experiencia les decía que en las
cuevas habitables la temperatura era más cálida que en el exterior, por lo
tanto cuanto más hondura, más temperatura. De ahí que el infierno se imaginase
como un lugar de fuego continuo, donde arden incesantemente los que viven o son
condenados a él.
De nuevo una imagen plástica es la que nos queda
aceptando literalmente lo que solo son expresiones simbólicas, artísticas o defectuosas
en las traducciones de otros idiomas.
Querido lector para tu tranquilidad, si eres religioso y
todavía te maltrata algún receloso miedo, te recuerdo esta cita (Mat. 18, 22 y ss.)
Preguntaba Pedro a Jesús cuántas veces habría que perdonar al que te ofendía, ¿hasta
siete (o sea muchas)? La respuesta, la
conoces, decía hasta setenta veces siete (es decir siempre).
La conclusión, clara. Si Jesús enseña a perdonar
siempre. ¿No va a perdonar Papá-Dios a
sus hijos también siempre…? ¿Los condenará al infierno con la compañía del
Diablo para toda la eternidad?
Evidente que no. Un padre o una madre derrochan amor
con todos sus hijos, incluso con los que puedan ser más díscolos y rebeldes. No
podemos quedarnos con la idea de un Dios vengador, terrible y sanguinario como
lo presentan algunas expresiones veterotestamentarias.
No podemos vivir con miedos, menos si Cristo el Señor
es nuestro Maestro.
{{comentario.contenido}}
"{{comentariohijo.contenido}}"
Miércoles, 27 de Marzo del 2024
Viernes, 29 de Marzo del 2024
Viernes, 29 de Marzo del 2024
Viernes, 29 de Marzo del 2024