La experiencia
amorosa entre seres humanos si es realmente personal y no meramente cósica o
circunstancial, lleva a un grado de entendimiento y unión que aún en la
ausencia, el ser amado se hace presente, una unión que mantiene sin embargo
perfectamente definida la identidad y libertad de aquellos que se aman, una
relación que escapa también al tiempo y al espacio.
La relación
personal es la más profunda que pueden tener dos o más personas entre sí. A
través de ella descubrimos la realidad completa de nuestra identidad. Es una
relación, pues, basada única y exclusivamente en la libre apertura y entrega.
Una relación que
es reflejo de aquella primigenia que el Creador mantiene con cada uno de
nosotros. Una relación única e irrepetible porque aun siendo Dios siempre el
mismo, se muestra de manera diferente a cada persona humana. Una relación de
amistad que se descubre y profundiza a través de la Palabra, de la
contemplación del Misterio del Amor, de la oración, del conocimiento
intelectual y de las obras. Una relación que tiene como característica más
profunda la trascendencia posibilitar el conocimiento completo de uno mismo,
pues esa relación nos hace descubrir de manera gozosa nuestra original y verdadera
identidad, la de ser Hijos de Dios.
Ésta es la máxima
expresión que puede darse entre las personas, la que trascendiendo nuestra
capacidad natural de amar, satisface y colma a nuestra propia naturaleza, a la
vez que hace que nos sintamos sorprendidos por la dimensión que ese acto de
amor conlleva. Se trata pues de una experiencia real que inunda a todo el
edificio del ser humano y que se alza más allá de él mismo…hasta perderse en la
inmensidad de lo Eterno.
El
ser humano, o la persona como lugar de encuentro de esa vocación amante, o la
persona como un ser abierto, como pura relación, como apertura confiada a Dios
y a los demás. Esta apertura, esta salida de nosotros mismos es lo que nos
define de una manera radical. Y en esa relación es fundamental la condición de
hijos que nos define y que trataremos en posterior artículo.
Renunciar
a la filiación es hacerlo a nuestra verdadera naturaleza. Sin la filiación, el
hombre no existiría ni por lo tanto la familia. La filiación es aquello que
identifica por tanto al ser humano, pues todos somos hijos. La filiación es el
único regalo universal consecuencia del amor humano que se da y se recibe. Se
da cuando los padres engendran una nueva vida y se recibe cuando el hijo
agradece y toma conciencia de ello en ese acto de amor entre sus padres.
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Miércoles, 17 de Abril del 2024
Sábado, 20 de Abril del 2024
Sábado, 20 de Abril del 2024
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