Y así
seguimos, luchando como barcos contra la corriente, atraídos incesantemente
hacia el pasado. Francis Scott Fitzgerald
Escribe Antonio Machado versos con palabras llanas y sabias que
convocan a la nostalgia: Mi infancia son recuerdos de un patio de
Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero, mi juventud, veinte años
en tierras de Castilla ...
Obligadas por el ritmo trepidante que generan estos tiempos, dudo
que las nuevas generaciones a pesar de las prestaciones que ofrecen las
actuales tecnologías, dediquen algún momento al recuerdo, a la morriña, en
definitiva, a la nostalgia.
Otros, a pesar de luchar contra ese sentimiento que nos empuja al
pretérito y a la melancolía, no conseguimos desconectar lo suficiente de aquel
pasado, de aquellos lugares, de aquella infancia que, aunque llena de
carencias, seguimos teniendo idealizada en la memoria.
Algunas fotos descoloridas y quizás los más avanzados alguna cinta
de super8 nos inducen demasiadas veces al recuerdo y a la comparación. Evocamos
lugares o paisajes que ya no existen, defendemos actitudes y comportamientos
que han quedado obsoletos y aludimos a la pérdida de valores. Deseamos volver a
aquella ingenuidad, a la sencillez y sentimos añoranza por olores y sabores primarios.
En mi torpe intento de imitar al poeta confieso que, mi infancia
son recuerdos de un enorme corral de una casa que fue construyéndose poco a
poco con el esfuerzo y el tesón de mis padres. Aquel sitio fue durante mucho
tiempo mi mundo particular. Un lugar que acaparó desde el principio toda mi
atención y donde ocupé gran parte de mi niñez en jugar y divertirme, pero
también realizando tareas domésticas que, aunque simples, me sirvieron para
crecer y adquirir responsabilidad.
Han pasado demasiados años, pero me acuerdo con total nitidez de
todo lo que en aquel lugar había. Podría empezar por enumerar los diferentes
árboles plantados, dos membrilleros, dos olivos jóvenes y un paraíso o pangino.
Al fondo a la izquierda, una cuadra donde criábamos palomas y al lado un
gallinero, justo en el lado de la derecha estaba el basurero, un recinto donde
se depositaban todo tipo de residuos.
Además en el centro del solar había media tinaja de barro que mi
madre utilizaba para lavar y, en uno de sus lados, se apoyaba una típica losa
de madera donde restregar la ropa.
Desde muy pronto fui el dueño de aquel territorio, cada mañana
regaba los árboles, barría el pasillo empedrado que llegaba hasta el fondo,
daba de comer a las gallinas y limpiaba el gallinero. Aunque era muy pequeño,
recuerdo un suceso que pudo ser trágico pues empleando una minúscula manguera
de plástico pretendía sofocar un fuego porque en la casa de al lado, y por un
despropósito, se había incendiado una gavillera.
Pero también allí y junto a mi amigo de la infancia, hacíamos competiciones para matar moscas con una simple goma. Después, y juntos, competimos en transformar la cuadra de nuestras respectivas casas en taller, laboratorio, biblioteca, un lugar íntimo y privado para imaginar inventos o para componer canciones pésimas de letra y ritmo. Durante nuestra infancia apenas hubo juguetes con los que jugar, pero tampoco hacían demasiada falta, porque teníamos espacio e imaginación para ocupar una y mil horas.
Después, sin renunciar con mi responsabilidad en los estudios,
disfruté de la incipiente juventud para llegar a la decisión más difícil, dejar
aquella casa y aquella ciudad donde fui feliz.
Muchos años más tarde, cuando mis padres decidieron regresar al
pueblo, se encontraron con la tesitura de volver a comprar otra casa, pero en
la memoria aún pesaban los recuerdos de aquella otra morada. Mi padre pretendía
adquirir otro caserón con grandes espacios abiertos, porque quería que la nueva
vivienda tuviese patio y corral donde poder construir un gallinero, más que
nada para volver a repetir experiencias con los nietos. Pero la comodidad y las
limitaciones que ocasiona la edad determinaron que adquiriese otra edificación
más pequeña y más práctica, un lugar donde hubiese menos que limpiar y tareas más
cómodas para realizar.
Ahora esa casa vuelve a estar vacía, nadie, salvo en momentos
puntuales de vacaciones o fines de semana vive allí. Sin embargo, aunque no
pueda compararla con aquel hogar de mi infancia, en esta otra permanecen los
recuerdos acumulados a través del tiempo.
Presidiendo el comedor aún sigue el viejo tapiz que traje de la
mili por tierras africanas y, una foto de recluta guarda, desde el otro
extremo, la habitación. Completan la estancia la foto de boda de mis padres y
algunas otras de mis tíos, retratos nupciales que me transportan a momentos
familiares llenos de gozo y felicidad. Pero también existen otras instantáneas
secuestradas en cualquier cajón, imágenes ocultas que evidencian los efectos
adversos de las relaciones humanas con el paso del tiempo. También cuelgan de
las paredes pinturas infantiles que muestran la inocencia de aquellos momentos.
Completan las demás estancias de la casa los tradicionales cuadros
que se repetían en muchas de las viviendas de la época, viejos crucifijos
coronan las camas de las alcobas y en la vitrina del aparador, acumulan polvo
algunas tazas y copas que pasaron de generación en generación. Un legado que
pretende retener en la memoria los nombres de los antepasados, una lucha
perdida frente al olvido de aquellos que fueron antes de nosotros, nombres que
ya apenas pronuncio y que sólo son rescatados en la tradición oral que supone
la anécdota.
Pero ahí vamos, luchando, siempre tratando de vencer a la
nostalgia pero perdiendo batalla tras batalla, volviendo una y otra vez al
pasado. Cuando retorno, percibo el silencio de la casa y la quietud de sus
objetos guardianes. Aguanto como puedo la melancolía a la que me invita cada
carta o postal que encuentro en los cajones del armario, antiguos documentos, certificados
médicos, cartillas de la mili o listados de notas escolares junto a múltiples
fotografías en blanco y negro.
Y yo, ingenuo de mí, quiero compartir este sincero texto para que
me sirva de alivio y desahogo frente a la añoranza, sin pensar que a algunos de
los posibles lectores les puede suceder algo muy parecido, ¿verdad?
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Miércoles, 17 de Abril del 2024
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