La siguiente historia tuvo su tiempo en los años posteriores
a la guerra civil española. Podríamos situarla en la veintena de años que
discurre de los cincuenta a los setenta.
En un pueblo del Campo de Montiel vivió un hombre (no
digo señor, porque tal sustantivo en ese tiempo solo lo dedicaban, para
referirse a los señoritos). Los señoritos eran los dueños de la mayor parte de
la tierra del término municipal de aquel pueblo. Tenían criadas para las faenas
de las casas y criados para las del
campo.
Los sueldos, cuando alguien tenía la suerte de
"ajustarse" con el señorito, eran escasos, para pagar lo que el ama
de casa había dejado a deber en la tienda, intentando que los hijos comieran y
al mismo tiempo echar a su
"hombre" la merienda que, la mayor parte de las vez, consistía
en un trozo de pan "corrusco" (así llamaban en el pueblo para
distinguirlo del tierno) a partir del día de la cocción en el horno, y un trozo
de tocino sin mucha veta o un par de arenques sin pelar, para que conservaran
la grasa hasta el festín de medio día.
Andrés viste siempre de negro, una blusa ancha sobre
chaqueta raída y con brillo porque nunca pasó por la piedra de lavar y ésta
sobre una camisa morada; a modo de corbata un cordón trenzado de colores
morados y dorados; lleva pantalón que baila cubriendo unas piernas delgadas.
Todo su ser es completamente magro, acostumbrado a la
vaciedad continua de su estómago; incluso su alma es sencilla y agradecida a la
magnanimidad de sus paisanos.
Cubre la pelambrera de la cabeza con una boina, que se
viste de gris por las belluscas de la lumbre escasa, que lo calienta y rebaja
la gelidez de su morada. Una barba abundante que es rapada cada quincena, como
mucho. Terminan de adornar su cara unas cejas gruesas y negras, que luchan por
darse la mano por encima de la nariz.
Su morada, se alcanza tras subir unas escaleras de
yeso, que dan paso a un reducido espacio-recibidor; la puerta es de madera,
vieja y no encaja en el marco que un día fue nuevo. Las paredes están
enjalbegadas desde el comienzo de los siglos lo que le da un sin fin de capas,
de modo que al desconcharse una por accidente, siempre queda la anterior
cubriendo el incipiente hueco.
En esta pieza hay, a la derecha, una tronera disimulada
por una cortina, ya sin color definido y sujeta con un barretón a dos escarpias
en la pared. Detrás hay un cuartucho de
menos de dos metros cuadrados con ventana de reja en forma de cruz, contiene
algunos trastos que se utilizan alguna vez en el año.
Se accede a la
morada desde la escalera, cruzando el pasillo y entrando en la cocina, que
también la cierra otra tela a modo de división que no se lava habitualmente.
A la izquierda (la cocina) tiene una alacena con dos puertas
con dibujos taladrados en la parte superior que guarda unos platos, alguna
sartén y un cazo para hervir la leche
aguada, que le regala cada día una señora piadosa del pueblo. Algunos vasos de
porcelana, que un día hicieron juego con los platos, intentan esconder los
lunares causados por tan larga vida y las veces fregados.
Enfrente de la alacena y como lugar importante se halla
la chimenea, y la lumbre sobre unas baldosas que hacen ángulo con la pared, la
cornisa de la chimenea contiene algún resto de vela (velote en argot del
pueblo) una caja de cerillas con el rasque mellado y algunas todavía sin
utilizar. Un candil dorado usado cuando se va la luz. Una cruz de Caravaca
entre la chimenea y el techo sujetada con un clavo hace de mediadora de la pared.
En la parte izquierda una banca vieja y desvencijada con colchón relleno de
farfolla (hojas de las panochas, también llamadas maíz), una manta basta y casi
rígida, que antaño abrigó a alguna mula, cubre unas telas, que podrían ser
sábanas.
La cocina se alumbra con la luz que entra por la
chimenea y por un ventanuco alto, y raquítico que toca el techo; el suelocuadro
no dista del piso ni dos metros. Una mesa camilla con cuatro sillas ocupa el
centro. Está adornada con un hule que disfruta de un dibujo de la península
Ibérica y sus provincias remarcadas con líneas continuas. También se observan
los mares donde bailan las islas Baleares. Abajo a la derecha encerradas en un
marco las Islas Canarias.
(Continuará)
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Miércoles, 27 de Marzo del 2024
Jueves, 28 de Marzo del 2024
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