Siempre me he preguntado cual habría sido mi
comportamiento caso de haber conocido a Jesús en su vida terrenal. ¿Habría
aceptado su mensaje? ¿Estaría entre quienes vociferaban ¡crucifícalo,
crucifícalo!, me hubiera limitado a ignorarlo y verlo pasar hacia el Calvario o
como Dimas lo habría reconocido como el Hijo de Dios? La respuesta nunca la
sabré y ello me tranquiliza porque existe un alto porcentaje de probabilidades
de haberlo hecho como un escéptico, admirado quizá por las obras que realizaba,
pero sin pasar de ahí.
Por ello ya digo, me tranquiliza y agradezco el
hecho de haber nacido en pleno siglo XX, después de que la Iglesia lleve
caminando dos mil años, peregrinando hacia la segunda y definitiva venida del
Salvador, en los que millones de personas durante ese tiempo han sido fieles a
su mensaje trasmitiéndonos así la Fe.
Esta es la
reflexión que me hacía visitando los Santos Lugares pisando donde Jesús predicó
y curó durante su vida pública. Pues bien, dejando a un lado Nazaret, Belén, y
Jerusalén, por su especial significado en el Misterio de la Salvación, he de
confesar que los momentos más conmovedores de ese viaje tienen que ver con la
figura de Pedro. Primero en la visita a su casa en Cafarnaúm y después navegando
por las aguas del mar de Galilea, el lugar donde Jesús le dijo; no temas, desde hoy serás pescador de
hombres. (Lc 5,10)
Pedro fue humilde pescador, padre de familia, hombre
sin estudios, de carácter impetuoso como demostraría en varias ocasiones, que
tenía por todo su mundo los horizontes de un pequeño mar de veinte kilómetros
de largo. Un hombre sencillo que resultó ser el elegido por Jesús como su
hombre de confianza durante su vida pública al que tenía reservada nada más y
nada menos la responsabilidad de ser la piedra angular de su Iglesia. «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de
la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los
Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que
desates en la tierra, quedará desatado en el cielo» (Mt 16, 18-19).
La figura de
Pedro es tratada en los Evangelios y Hechos de manera preeminente. Su nombre aparece
en multitud de ocasiones ligadas a varios momentos y episodios de muy diverso
signo y significado. La trayectoria que describe el Nuevo Testamento sobre Pedro
es la de un hombre decidido a seguir a Jesús reconociendo su condición «Tú eres el Cristo, el
Hijo de Dios vivo» (Mt 16:16), confesando así
su Fe, que lo defiende de manera vehemente incluso agresiva con una espada, que
en otras ocasiones da muestras de cansancio y duda y que cuando la cosa se
pone fea tras ser apresado Jesús, lo niega por tres veces, pese a que momentos
antes y a sus preguntas, diría que no, incluso sintiéndose molesto.
La vida de Pedro, su trayectoria de Fe bien
puede ser la de un cristiano de hoy día. Momentos fuertes de Fe, de
reconocimiento, como puede ser la Semana Santa, pero también de duda, de
revancha contra los continuos ataques que sufre la Iglesia, tentaciones de
evitar la cruz y falta de valentía en ser su testigo ante el mundo en momentos
difíciles y comprometidos.
La obra de
Dios en Pedro resulta admirable, pues se trata de una obra llena de amor y
comprensión con las deficiencias de la condición humana. Tan admirable como la
que nos tiene reservada a cada uno de los que intentamos mantener viva la Fe.
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Miércoles, 27 de Marzo del 2024
Viernes, 29 de Marzo del 2024
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