Asociar
la primavera con los libros es un gran acierto, sacar los textos a la calle
como pujantes brotes en una estación llena de luz y de vida es una idea genial.
Por eso se celebran en esta época del año multitud de eventos relacionados con
la cultura y, más concretamente con la literatura en sus dos facetas, leer y
escribir.
En
todas estas celebraciones siempre suele haber un acto serio y riguroso que
trata sobre la industria editorial y la
necesidad de publicar, sus consecuencias, la responsabilidad y el compromiso
del escritor frente a una sociedad que, cada vez más, remolonea y tilda a la
cultura como algo poco necesario o residual.
Es
verdad que en todos estos actos los roles de los ponentes están muy definidos.
Por un lado tenemos al sesudo poeta o escritor que te larga un rollo de cinco
folios lleno de citas y razonamientos tan refinados como complicados,
reflexiones que sólo los muy eruditos entienden. Después el docente que trata
de explicar su lucha diaria frente a unos jóvenes que no conectan con los
clásicos y que demandan una nueva literatura, una nueva forma de escribir. Para
terminar llegamos al ponente que, menos envarado que los demás, nos habla del
sentido común y dice cosas tan lógicas como que, los guionistas de las buenas
series de televisión son los herederos de la literatura en mayúsculas.
Porque en definitiva la literatura es un instrumento que sirve para mantener la memoria colectiva. Siempre refleja los acontecimientos cotidianos, los recrea y los transmite para sean utilizados por las generaciones futuras. Qué si no es el Quijote. Y añado, escribir a veces implica declarar sueños e ideales, reflejar en el papel los mejores deseos que uno quisiera para los suyos, para sus posibles descendientes. Manifestar que la necesidad y la responsabilidad de transmitir un legado va más allá del simple valor material de las cosas.
LA HERENCIA
Había
llegado al amanecer en un vuelo transoceánico directamente desde la ciudad de
los rascacielos. Volvía después de casi cinco años de ausencia. La excusa para
demorar el regreso consistió en que a la inicial beca de doctorado se habían
añadido unos cuantos contratos de trabajo y la posibilidad de perfeccionar el
inglés.
Después
del largo viaje, cuando por fin llegó a la ciudad donde pasó su infancia apenas
notó diferencias con los hábitos y costumbres adquiridos en el otro continente,
ya que la globalización tenía esas consecuencias, la falta de diferencia.
Regresaba sola y deseaba seguir así, por eso le pidió a su madre las llaves del
piso de los abuelos, quería instalarse cuanto antes en aquella vivienda que
ahora estaba vacía.
Cuando
abrió la puerta pudo comprobar que casi nada había cambiado, recordaba a la
perfección aquellos muebles que ahora habían pasado de moda, ni siquiera los
habían cambiado de ubicación, los descoloridos sofás y el enorme aparador
seguían siendo un referente en el clásico salón.
Sólo
uno de los dormitorios individuales lo habían convertido en una modesta
biblioteca, ordenadas en las estanterías estaban muy claramente definidas las
preferencias lectoras de sus abuelos maternos, los libros técnicos y de cocina
pertenecían a su yaya. Sin embargo, las lecturas de su abuelo eran pura
anarquía en géneros y estilos.
En
aquella estancia, y sin demasiado polvo, se amontonaban varias cajas que
contenían los suplementos dominicales de un prestigioso periódico del pasado
siglo. Seguro que hojeándolos se podría conocer aquella etapa que llamaron
"La Transición". También había bastantes libros de poemas de autores
clásicos y algunos de desconocidos poetas locales conocidos de su abuelo.
Sin
un orden específico reposaban en los estantes gran cantidad de novelas, pero
también biografías y algún que otro ensayo, amén de otros géneros tan
diferentes como viejos tebeos, modernos libros de cómics mezclados con algunos
textos sobre filosofía y teatro.
Pero
lo que directamente le llamó la atención fue un paquete envuelto en papel de
regalo que llevaba una etiqueta con su nombre. Su madre le comentó que esa caja
la habían dejado expresamente sus abuelos para ella, era parte de su legado.
Al
abrirla comprobó que contenía una carta de despedida repleta de amor, tres
folletines viejísimos que aun olían a moho y que fueron rescatados del fuego de
cualquier chimenea posiblemente por su bisabuelo. También contenía otra pequeña
caja de lata con recortes de casi todos los relatos y artículos que su abuelo
escribió para un periódico local.
Empezó
a leerlos por curiosidad aquella misma mañana tratando de combatir el jet lag.
Más tarde, atrapada por el interés de aquellos escritos, resolvió que los
utilizaría como material para confeccionar la tesis de la nueva carrera que
había empezado a estudiar.
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Miércoles, 27 de Marzo del 2024
Viernes, 29 de Marzo del 2024
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