Cuevas

Vestigios de tradición vitícola en la cueva de Mónico Lara

La Voz | Sábado, 25 de Mayo del 2019
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A la calle Pintor López Torres nos lleva hoy nuestro semanal recorrido de las cuevas que hacemos en La Voz de Tomelloso. Vamos a ver la cueva de Monico Lara. Nos advierten que se encuentra algo descuidada, pero no es cierto. La cueva sufre el inexorable paso del tiempo pero es perfectamente visitable, con el encanto añadido de los  muchos vestigios de tradición vitícola que guardo Mónico, el hombre  que amaba como pocos la cultura, raíces y tradiciones de Tomelloso.

Accedemos a la cueva desde el patio, por una escalera ancha que dejar ver pronto una magnífica perspectiva de la cueva. No hemos tenido que descender muchos peldaños para encontrar la fresquera que durante tantos años fue una eficaz despensa de la familia. Las paredes de la cueva están encaladas, aunque el actual propietario asegura que suele durar poco. En algunas zonas, el blanco de la cal se combina con el añil tan característico de la Mancha. Bruto, el cariñoso perro de la casa, se recorre feliz todas las galerías. 

La cueva de Mónico Lara fue una de las primeras que albergó tinajas de cemento y, por este motivo, están pintadas con el color de las antiguas tinajas de barro. Son doce, están numeradas, y a ellas  hay que añadir la del gasto y el vinagre mucho más pequeñas. Las tinajas son de quinientas arrobas de capacidad o, lo que es lo mismo, ocho mil litros. Pisamos un suelo de cemento, bien conservado. El techo aparece en la tosca y está horadado por cuatro lumbreras con desgarre en forma trapezoidal. 

En las tinajas se han dibujado algunas estrellas y aún perviven los trazos de lápiz que sirvieron de base. La cueva tiene una altura de unos 9 metros y también es ancha, con una distancia entre pared y pared que puede rondar los siete metros y medio.

José María Díaz se fija en unos machones de refuerzo del empotrado, cuyo borde aparece pintado con los colores de la bandera nacional. El balaustre, que ha desaparecido en algunas zonas, está pintado de amarillo y verde, los colores de Tomelloso. Sobre la boca de una las tinajas aparecen los restos de una gradilla. También veremos bombas, una antigua romana, bombonas y  unas pequeñas reproducciones en forma de mula de las que hablaremos al final.

Desde el empotrado accedemos al jaraíz que nos sorprende gratamente por la cantidad de útiles y aperos que contiene. Se conserva el denominado jaulón que era donde caía la casca y tres imponentes prensas, dos manuales y una eléctrica. Parece que es aquí donde terminará nuestra visita a la cueva, pero a través de una puerta elaborada con una trilla accedemos a una segunda cueva, bien remozada con pizarra en las paredes y suelo con baldosas de barro cocido que tiene una curiosa historia. El espacio iba a formar parte del bar de arriba, La Salmantina, pero  el proyecto no pudo fraguar por temas relacionados con la salida de emergencia. Una lástima porque el público podría haber compartido buena bebida y gastronomía en un lugar con gran encanto manchego. Esta segunda cueva es  más antigua que la que vimos en primer lugar y contuvo tinajas de barro.

Descubre José María, al que no se le resiste ningún secreto relacionado con las cuevas, una entrada primitiva. También los restos de un antiguo pozo de agua, donde podemos observar la covanchas en las que apoyaban los pies los constructores. “Antiguamente, el agua se podía encontrar a siete u ocho metros de profundidad. Años después ya hubo que buscarla más abajo, -cuenta José María-, que recuerda el laborioso trabajo que hacía la gente que ampliaba la profundidad de los pozos. “Iban picando y al mismo tiempo iba manando agua que a veces le podía llegar hasta el pecho”.

Las miniaturas

Cuando  volvemos arriba nos dirigimos a un porche lleno con las maravillosas miniaturas que elaboraba Mónico. Un carretón, una destrozadora, un carro de dos lanzas, un garabato para arar, una vertedera, horcates, otro magnífico carro con todos sus enseres y complementos. “A mi padre le encantaba esto, se pasaba horas y horas con las miniaturas y siempre que llegaba la feria o alguna fiesta señalada, montaba una exposición en el porche de casa para que la gente viera lo que hacía”, nos cuenta su hijo que está siendo un amable anfitrión.. Además de lo que podemos ver y tocar, nos muestra fotografías de otros trabajos que hizo su padre, con la ayuda de su madre.  Contemplar estos trabajos ha supuesto un final inmejorable de la visita a esta cueva. Como tantas veces nos dicen que volvamos cuando queramos, que aquí tenemos nuestra y es que la generosidad de los tomelloseros no tiene límites.


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