Imposible pinchar con el
tenedor un trozo de queso. Con menos dificultad pudo sorber un trago del
vaso, donde se había escanciado parte de la cerveza del bote que tenía delante.
En esas estaba cuando de
nuevo oyó la voz de Adriano inquiriendo y afirmando: “Está usted temblando ¿Le ocurre algo? ¿No le gusta la cerveza? ¿Tiene fiebre”?.
Iba a responder cuando
descubrió junto a la mano derecha del recepcionista una toalla pequeña, tapando
algo abultado, parecida a la que en la
mesita de noche cubría la “Super Star” bien lubricada. A punto estuvo de salir
corriendo, pero las piernas no obedecieron al mandato de levantar el cuerpo.
Sucedió lo que nunca pudo
imaginar el ganadero. El Forastero rió con gana durante unos segundos al
observar al compañero de mesa y contemplar sus espasmos, sudores y gestos.
Volvía a leerle los
pensamientos. “Pero hombre ¿de verdad
cree usted que le voy a hacer algo malo?” y continuó riendo. “Lejos
de mí hacer daño a ningún ser humano”.
Para este momento, Edelmiro
ya no estaba sentado en la butaca de mimbre. Sí, su cuerpo estaba presente,
pero su ánimo estaba a kilómetros de distancia. Era como si físicamente
estuviera allí, pero no. Oía, como si se hallara dentro de la caverna de
Platón, lo que Adriano decía, sus ojos
clavados en el vaso de cerveza, que tampoco veía, toda la realidad se había
difuminado.
En un momento y a lo lejos
oyó una voz que le decía, “Edelmiro ¿le
ocurre algo? ¡Oiga!”. Por fin volvió en sí. El anfitrión se había dado
cuenta de la situación del invitado, se levantó de su silla y comenzó a
zarandearlo a ver si se le pasaba el trance.
Recobrada la existencia
normal miró alrededor y observó que la actitud de su vecino era amistosa y
preocupada. “Uy, perdone usted, no sé lo
que me ha ocurrido, debe ser un síncope de esos que dicen en los pueblos”.
Articuló todavía con la duda de su anclaje personal.
Recompuestos ambos
contertulios, continuó la reunión y el aperitivo con cierta intranquilidad por
ambas partes. Pero Adriano tenía muchas tablas en el asunto y dominó la
situación en un santiamén. Le comentó que él conocía las opiniones de la gente
sobre su persona, sus viajes, sus ausencias de la casa, las habladurías varias
con las que el personal se entretenía en los bares y corrillos de las esquinas,
cuando pasaba por el pueblo.
“Como es usted persona de bien, por lo menos así lo considero yo, y así
me lo ha demostrado durante estos años que hemos sido vecinos, voy a revelarse
un secreto. No, varios secretos”, continuó el forastero tras el trago
cervecero. Para estos momentos Edelmiro ya se había tranquilizado, iba por el
segundo bote de cerveza y casi terminado con los aperitivos, que en su momento
hubo sobre las bandejitas de la mesa.
Los secretos fueron varios; algunos casi sin importancia como el de que
cuando entró en la casa pensando que el vecino estaba fuera, lo había visto
arropado por la penumbra de la habitación de dormir sin ser descubierto,
mientras Edelmiro muy interesado en su contenido registraba el armario, así
como cuando salió corriendo sobresaltado a la vista de su figura reflejada en
el espejo. “A punto estuve de soltar una
carcajada, pero pude contenerme con el moquero en la boca”, confesó el contertulio.
El mayor secreto que Adriano
contó a Edelmiro y para ello se puso muy serio, fue el referente a los objetos
sagrados descubiertos en el armario. No habían sido robados, eran de su
propiedad. No servían para ritos ocultos, ni brujerías como podría suponerse,
desconociendo el origen de ellos.
Sí. Adriano era de familia
pudiente y bien acomodada, poseía algunas fincas, unas dedicadas a la
explotación agraria y otras, de menos riqueza agrónoma, dedicadas a la
explotación de la caza y servicio de esparcimiento para sus parientes y amigos,
de ahí le venía su afición y puntería con las armas de varios calibres.
El cura de su pueblo, en una
de las charlas posteriores a la cacería, le había aconsejado ingresar en el
seminario y reflexionar sobre su vocación sacerdotal, porque, a opinión del
tonsurado, estaba despreciando el llamamiento divino de servir a la
feligresía.
Idea que él rechazó,
alegando que estaba en trámites de compromiso matrimonial con la hija de unos
amigos de sus papás, los cuales disfrutaban de categoría social elevada, con lo
que la vida se le presentaba muy atractiva y atiborrada de placeres para todos
los gustos.
(Continuará)
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Miércoles, 27 de Marzo del 2024
Jueves, 28 de Marzo del 2024
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