Opinión

La maldición

Manuel Sánchez Patón | Viernes, 5 de Julio del 2019
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El ex presidente de Egipto, Mohamed Morsi, falleció el 17 de junio después de sufrir un desvanecimiento en el juicio que se seguía contra él por un delito de espionaje en un tribunal de El Cairo .

Morsi llevaba desde 2013 en prisión, cuando fue depuesto en un sangriento golpe de estado perpetrado por el mariscal Abdelfatá Al Sisí, hombre fuerte desde entonces en el País de las Pirámides.

Su breve gobierno, del verano de 2012 al verano de 2013, es hasta el momento la única experiencia democrática en Egipto. Desafió al Ejército. Esto, su gestión dubitativa de la economía y el abandono de algunos de sus apoyos abocaron el camino de su derrocamiento y encarcelamiento.

No puede decirse que Egipto haya levantado cabeza en los últimos años; 60.000 presos políticos, cientos de desaparecidos, 200 condenas a muerte en juicios sumarísimos, ilegalizaciones de partidos y una brutal represión a la oposición y a defensores de los derechos humanos resumen el plácido recorrido de la Junta Militar.

Mohamed Morsi pertenecía a los Hermanos Musulmanes, hoy proscritos y con muchos de sus miembros ejecutados. Era conservador, seguramente cometió errores, pero su caída en desgracia revela que la primavera árabe fue un sueño devenido en pesadilla. Mohamed Morsi, un hombre bueno y honesto, de sólida formación académica, se convirtió en el mejor trofeo (y en la mejor carta de presentación al mundo) del caudillo Al Sisí.

Hay sospechas de que Morsi sufrió torturas y trato degradante durante su estancia en la cárcel, lo que pudo provocar su repentina muerte.

Sobrecoge la reacción de la (pomposamente) llamada comunidad internacional. Mutismo de los países árabes, con alguna honrosa excepción (Turquía). Mutismo vergonzoso de la Unión Europea, la valedora por excelencia de la democracia y los derechos humanos.

Este es el camino que quieren algunos para el mundo árabe; remozadas dictaduras que neutralicen el descontento social, expropien los sectores estratégicos de la economía nacional, impongan programas de ajuste demoledores para las clases populares y refuercen las relaciones de poder en la región de Israel y Arabia Saudí, honorables socios donde los haya.

Es la maldición de Egipto.

La maldición de los países árabes, que desde la descolonización del siglo pasado no han encontrado su camino.

Mientras sigan mirando a Occidente, no tienen nada que hacer.

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