Opinión

Reflexión por viaje

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 20 de Julio del 2019
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Hay ocasiones en las que uno cae en la cuenta de algo evidente, que pasa por delante de los ojos de un modo tan obvio y  tan natural, que parece extraño por la claridad con que resplandece. Lo que no evita que choque contra las ideas  imbuidas por creencias o convicciones. Es necesario repasar de vez en cuando los convencimientos pretéritos y ponerlos al día, cambiando lo necesario, puliendo las estrías y abrillantando lo que realmente tiene quilates de verdad y certeza.

Esto lo digo al paso de una vivencia tenida hace poco durante un viaje. Coincidí en unas visitas a lugares propiamente religiosos, de los que se tienen por sagrados por parte de la cristiandad. No hay que decir que, paralelo a la religiosidad, bullía el afán de lucro que se evidenciaba por el coste de las entradas a las basílicas, velas de ofrendas las que no se encienden, ni por supuesto se gastan, con lo que vuelven a ser ofrecidas para su compra infinidad de veces, hasta que por el uso se deterioran,  y no por la ignición. Sin hablar de recuerdos, colgantes, santitos, imagencitas y todas las “itas e itos” que pudiéramos imaginar.

Yo formaba parte del grupo que coincidimos no por opción propia, sino porque cada uno desde su ciudad y decisión optamos por la misma agencia comercializadora de viajes y visitas turísticas. Quiero decir, que no elegimos a los compañeros de viaje, se nos dieron sin previo aviso y sin pensar en coincidencias de caracteres ni gustos. El primer encuentro fue en el aeropuerto. Los lugares de origen de los participantes eran del territorio español, cada cual con su acento lingüístico entre los que se contaban: Asturiano, madrileño, andaluz, extremeño, aragonés, catalán, tomellosero, etc.

La experiencia fue enriquecedora al máximo, tanto que hasta hemos quedado amigos. Hemos hablado de mil y un temas. Rara vez salió la religión y me atrevería a decir que nunca el asunto político. Tal dato tiene mucho contenido y enjundia, puesto que no se han necesitado ni gritos ni insultos; al revés, han abundado entendimiento y consenso. La convivencia se basaba en el respeto profundo a la otra persona, pero sin pleitesía; cumplimiento de horarios pensando que la impuntualidad llevaba a menospreciar a los demás y al tiempo, que cada cual había dedicado de antemano. El grupo en su conjunto se preocupaba mucho para que los demás estuviesen bien, indicaban el camino a seguir, apoyaban en momento de flojera de algún miembro del grupo, incluso la preocupación de todo el conjunto por una persona, que en algún momento tuvo lagunas de recuerdos o de mantenimiento de atención y actitud. Esto hasta el último instante de la despedida por el regreso.

Me llamó grandemente la atención que muy pocos o ninguno manifestó pertenecer a alguna religión, por supuesto ni siquiera a la cristiana católica, cuyos templos visitábamos. 

Aquí está la evidencia que ponía entela de juicio al principio: Hay gente que, con mentalidad trasnochada, piensa que sólo las personas religiosas actúan con deferencia, respeto o cariño hacia los demás. Otros menos antiguo-pensantes llaman a esa actitud filantropía o bonhomía, (no entro a discusión en asuntos terminológicos), echando de menos la actitud religiosa o fideísta.

Todo esto me lleva a recordar “La parábola del buen samaritano” (Lc. 10, 29-37), donde personajes muy religiosos no se paran a ayudar, porque necesitan llegar al templo, mientras un personaje no religioso, atiende al herido, saca dinero de la faltriquera, para los gastos y promete regresar después de dejarlo protegido. No es mi intención contraponer actitudes ni fiscalizar o abogar por unos u otros. 

Simplemente es una lección, para los que se lamentan de la pérdida de practicantes a las liturgias eclesiásticas, en donde abundan los de pelo blanco y faltan jóvenes. Cuidado, porque por encima de los rituales están las actitudes comprometidas con el prójimo, así entiendo que lo dice Jesús. Lo mismo que la respuesta del Maestro al escriba, que inquiría por el mandamiento principal y primero (Mc. 12, 28b-34). 

Hay personas de comportamiento exquisito, desprendido y comprometido en favor de sus prójimos (lo que las pondría en la línea de exigencia del evangelio y lo que Jesús pide), pero no se han planteado,  o activamente no quieren, pertenecer a ninguna confesión religiosa. Las causas y razones no las conozco, sólo ellos las saben, posiblemente tienen mucho que ver con la presentación del Mensaje que se les hace.

N. B.: Cada vez que trato un tema relacionado con la religión surge el clérigo colérico por mis opiniones ¿a cuál le tocará esta vez?

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