La visita que
realizamos este 2 de agosto a la cueva de Antonio Carmona Olmedo reviste un
sabor especial para nosotros. Desde que empezamos lo reportajes sobre estas
singulares construcciones en La Voz de Tomelloso en febrero de 2018, contabilizamos que la de Antonio Carmona es la número cincuenta. Comentando la circunstancia con José María
Díaz, recordamos la primera cueva que visitamos, la de Jesús Perona en la calle
Santa Quiteria, hace ya año y medio. El tiempo vuela.
Medio centenar de
visitas a cuevas en las que tenemos que agradecer la hospitalidad de los propietarios que nos han ido abriendo
de par en par las puertas de sus casas. Con todos ellos hemos compartido
agradables conversaciones, en algunos casos hasta un buen vino y de todos hemos
aprendido mucho. Nunca nos cansaremos de
agradecer tanta cercanía con el periodista que siempre estuvo acompañado por
José María Díaz, nuestro experto que conoce a los propietarios de las cuevas
como si fueran de su familia. también con la arquitecta, Ana Palacios, que aunque hoy no
está presente, nos ha acompañado casi siempre con su cámara, recogiendo
numerosos detalles constructivos que le valdrán de mucho en su profesión.
Nos cuenta
Antonio Carmona que la cueva, “hasta donde yo sé, esta casa era de una tía de
mi madre, antes de eso ya no dispongo de más información, aunque creo que el inmueble ha pertenecido
siempre a la familia”. Cuando bajamos nos topamos ya con un primera cueva que
contiene en su interior dos pequeñas tinajas de barro con el cuello más alto de
lo habitual. Varios muros y pilares delatan que la cueva fue sido dividida por
una partición del inmueble.
Hoy nos acompaña
Pilar, la hija de José María, que aprovecha sus vacaciones para compartir la
pasión de su padre por las cuevas. Es ella la que descubre una inscripción en
las tinajas de barro, Miguel Jimena, que debió ser el hombre que las hizo y que, como no podía ser de otra manera, era de Villarrobledo.
Observamos una pequeña fresquera. En una segunda cueva que alberga siete
tinajas de cemento de cuatrocientas arrobas de capacidad solo se ha elaborado
vino un año. “Se hizo la cueva en los primeros años sesenta y justo al año
siguiente abrieron ya la cooperativa”, explica Antonio Carmona que celebra
haber conservado la cueva, “por ser uno de los elementos más atractivos que
tenía la casa. Al hacer la vivienda nueva tuvimos que sacar pilares, pero nos
encanta que la cueva siga aquí. Nos gustaría tenerla mejor que la tenemos pero
eso implica un coste económico que, de momento, no nos podemos permitir”.
Jose María
descubre los agujeros donde colocaban el armazón de las tinajas. Entre ellas
aparecen los típicos rabos, decorados con una pequeña moldura que los tinajeros
hacían con yeso. El techo está en la
tosca, horadado por dos lumbreras que dejan pasar una hermosa luz desde el
exterior. Las lumbreras se han cambiado por un material más fuerte, la antigua,
la que se hacía con las yantas de las ruedas de los carros, reposa apoyada en
la pared. El balaustre está pintado en
un tono granate oscuro, muy bonito. Para subir al empotre utilizamos una
escalera que tiene una baranda enrejada con curiosas formas.
La cueva está
limpia y bien conservada, contiene algunos antiguos aperos de labranza, Una
bombona de vinagre hace que afloren en el propietario algunos recuerdos lejanos.
Visitamos también un espacioso jaraíz que tiene tapado el pozo del orujo. La
primera cueva pudo construirse a finales del XIX, en torno a 1890, la segunda,
como ya dijimos, se construyó en los sesenta y tuvo una actividad efímera.
La visita a la cueva,
la número cincuenta que vemos los periodistas de La Voz de Tomelloso, ha
concluido. Como siempre, hemos disfrutado mucho.
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