Opinión

El rayo de Zeus

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 21 de Septiembre del 2019
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Sucedió en la última edición de la Fiesta de las letras, exactamente era la LXIX (“Sexagésimo novena”, dijo textualmente la presentadora).

Los del mazo detrás de la espalda, tranquilos, no voy a dar ninguna opinión sobre ninguno de los trabajos. Me he enterado de una cierta algarabía entorno a una decisión del jurado sobre “poesía”.  Es que hay gente menos pensante y más viscerante, que confunden opiniones con discusiones. Así pues tranquilos,  no vais a necesitar letras iracundas, para vuestra contraposición.

Transcurría el acto, dirían los técnicos con símiles taurinos, sin pena ni gloria, o los futboleros en un toma y daca continuo, digo esto porque el respetable, o sea  el público, era muy respetado y respetuoso con todo lo que iba aconteciendo en el escenario.

Pero he te aquí que se presentó de pronto y sin previo el maleficio de la telefonía móvil, o sea, de los celulares y el que más y el que menos, no sé si para entretenerse o acuciado por la imperiosa necesidad, que nos embarga a  los bacines, ojeaba las pantallas en busca del último mensaje de Facebook, noticia periódica o resultados de los encuentros en lidia, asunto no menos transcendental que las letras.

Otros aparatos inteligentes se usaban para grabar la importancia del momento, o bien hacer la foto imposible, recordatorio del ilustre acontecimiento; los unos apuntando al escenario disparaban, nunca mejor dicho un rayo de luz, el cual, dada la penumbra del ambiente, parecía propiamente un rayo de la tormenta, que fuera se debatía con el sol. Los otros, los más sigilosos, no lanzaban el flash,  solo manipulaban con los dedetes en la pantalla, la cual les devolvía una luminosidad en el rostro, que propiamente parecían apariciones de alma en pena, de no haber entendido que eso era así. Sabido es que, si están a plena luz del día, tales reflejos no acontecen tan encima de la faz.

En estas estábamos y mientras en el escenario un señor muy serio desde un atril con micrófono incorporado decía algo así: “… como a mí nadie me ha dicho que tenía quebrar, pues no he traído nada preparado”.  Estaba más claro que las caras de los “movilistas”; evidentemente no sabías a dónde venías, pero además tienes la inventiva mental a altura de un botijo. 

La fiesta de las letras de la Ciudad de Tomelloso tiene un nivel cultural e intelectual extraordinario, además certificado por los sesenta y nueve acontecimientos con los que cuenta, con trabajos premiados de altísima calidad, como por los participantes ilustres. Bueno, esto para los que sois de Tomelloso o vivimos aquí es evidente.  No así para algunos provenientes del extrarradio, que en ocasiones “confunden el culo con las témporas”.

 En fin que con tanta aclaración no narro el acontecido.  Justo en este momento se abre la puerta por enésima vez con su sonido chirriante en la apertura y el golpe de ida y vuelta de los batientes una vez hubo pasado el nuevo asistente al acto. Algunos ya había comentado la imperiosa necesidad de la aplicación  de un “chiflitazo de tres en un uno” o “un poquejo aceite aunque sea de freír sardinas” para  lubricar los goznes;  el acto no se merecía ese escarnio tan ruidoso de los personajes entrantes, tardíos.

Es en este momento cuando aparece una señora suficientemente añada, la sorprenden las tinieblas de la grada y ni corta ni perezosa, abre su bolso, esculca entre los cientos de objetos innecesarios y tras unos minutos angustiosos consigue dar con lo que busca y exclama a media voz: “Por fin ya he encontrado el jodío teléfono”.

Pensé que intentaría responder alguna llamada urgente sobre el estado de los últimos logros de la NASA, o quizás se quedaría en aquello otro: “-Sí, ya estoy aquí. -¿Dónde va a ser?, en misa. –Yaaa, pero es que no puedo hablar, luego te cuento. Adiós, adiós”.

No, tal señora no iba a responder a la melodía consabida. Necesitaba saber por dónde estaba pisando y además si había un hueco libre donde situar sus posaderas. Y, claro, como estos aparatos llevan incluido un admíniculo llamado linterna, pues… solución, ilumina la pantalla, trajina con el dedete de acá para allí y “eureka” se enciende un rayo tan potente que para sí lo quisiera Zeus.

Da justo en los ojos de los que para entonces estaba ya resultando interesante el evento (como  llaman  ahora los “cultos” a cualquier acontecimiento), y claro hay que taparse. Como la luz recorre las caras, pues aquello parece una fila de fichas de dominó; uno tras otros giramos la cabeza o utilizamos las manos como escudo protector.

La cosa no termina ahí. Puesto que nos hayamos en una celebración de tanta enjundia, las butacas vacías son más escasas que los “santos padres en Roma, que solo hay uno”. Bien, pues la buena señora no se arredra, y terca cual acémila va recorriendo fila tras fila en busca de la anhelada silla, con lo cual, querido lector, la trifulca que se montó fue de medalla olímpica. Menos mal que los sufridos espectadores más educados que la linternera o bien se callaban o parlando en voz baja rogaban se apagase el origen de sus deslumbres.

Debió ser algún alma caritativa la que levantó el culo del asiento, moviendo los brazo cual molino y silenciando un “shiiiiii, aquí, ven aquí”, dio conclusión a los cabreos de unos y las chanzas de otros. No podemos olvidar que en Tomelloso sus gentes son linces en los chistes, por lo que llovían las ocurrencias a cual más graciosa siempre intentando no molestar el trascurso de la velada.

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