La antigüedad de la cueva queda delatada por varios elementos: las seis tinajas de barro que contiene son pequeñas, tiene canaleta y no demasiada profundidad. Fijándonos en la canaleta descubrimos una pequeña lebrilla que evitaba que el mosto se derramara. Todavía se conservan las tejas de barro que conducían el vino desde la canaleta a cada una de las tinajas.  La lumbrera tiene el desgarre redondo, por ser el lugar por donde entraban las tinajas. Un problema que surgió en la calle obligó a reforzar el hueco con unas vigas.

Cuenta Rafa Solana que la cueva tenía dos tinajas más, aunque desconoce si se rompieron por reventamiento o por algún golpe.  Entre las tinajas hay un pequeño empotre de yeso de albariza, “que era durísimo”, precisa José María Díaz que suele disfrutar mucho en estas cuevas antiguas que construyeron los primeros elaboradores de vino en la ciudad, justo en aquellos años en los que el cultivo de la vid empezaba a tener mayor importancia que los cereales. El techo permanece en la tosca y también nos llama la atención la escalera que tiene en una de sus paredes dos pequeñas fresqueras. 

“Los picaores hacían las cuevas tomando como referencia medida de las tinajas de la cueva”, asegura José María. El suelo está en cemento, pero no tiene pocillo, condenado por el propietario en aquella labor de limpieza tan profunda que tuvo que llevar a cabo. Tres de las tinajas cuentan con un pequeño elemento decorativo y también son diferentes las bocas. Entre dos tinajas descubrimos un pico que, tal y como explica José María, no era el que utilizaban los picaores para construir las cuevas.

Hay también una reja de arado. En la parte baja de las tinajas están los agujeros por donde se extraía el vino, aunque el diámetro es diferente. El más pequeño hacía de canillero y por ahí el dueño sacaba el vino de su propio consumo. 

José María Díaz nos explica algo importante. “Nos encontramos en una de las zonas de Tomelloso que más grosor de tosca tenía, unos dos metros y medio aproximadamente. Su afirmación se comprueba en el hueco de la lumbrera que va mostrando la composición de las distintas capas del terreno. El propietario cuenta que su padre llegó a juntar unas cincuenta fanegas en el paraje de Cirujano, “pero como eran de tantas parcelas diferentes aquello estaba lleno de pedrizas y bombos que, poco a poco, fueron desapareciendo”. Rafa Solana recuerda la espectacular casa que había en la zona, desaparecida ya también.

Cuando subimos arriba, Feli nos obsequia con un exquisito Tomillar blanco de la Cooperativa de la Virgen de las Viñas y unas tapas de jamón y queso. El aperitivo alarga nuestra conversación con Rafa y, especialmente, Feli que hace gala de una prodigiosa memoria a la hora de hablar de episodios familiares  pasados, parentescos, de las propias cuevas o cualquier cosa que sucedió en el pueblo. Ha sido una visita muy agradable. Se disfruta mucho hablando con la gente que siente y vive Tomelloso.