Opinión

Cerrado por el cobro de una deuda

Fermín Gassol Peco | Sábado, 5 de Octubre del 2019
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Dicen que hasta el rabo todo es toro. Y es que existen historias con duración de segundos, otras de minutos o quizá horas, muchas que tienen de recorrido todo un día siendo hoy las menos pues todo transcurre también demasiado rápido y los hechos se nos agolpan y superponen como milhojas existenciales en nuestro cerebro. Pero las hay que pueden durar toda una vida; son aquellas que nos hablan y relatan historias de salud, amor y de fidelidad. Existen otras sin embargo que no teniendo vocación de permanecer en nuestras vidas se alargan de manera incomprensible; suelen ser historias de desencuentros, omisiones o rencores y que si bien al principio pueden ser fácilmente corregidas, el tiempo las hace más pesadas para que puedan ser salvadas. 

Mientras, el ser humano poseedor de una conciencia que está en movimiento permanente aunque a veces la tenga en “stand by” permanece sumido en una cierta inquietud en tanto existe ese descuadre vital que le hace no estar a gusto consigo mismo en tanto sabe que tiene alguna deuda pendiente. 

Un ejemplo de esto último viene plasmado en una historia trivial pero sumamente curiosa de aquello que puede suponer una rectificación. Hace referencia al arrepentimiento de un hombre que robó un martillo de una tienda hace veinticinco años y ha decidido pagarlo pasado el cuarto de siglo abonando además una cantidad añadida se supone que en concepto de intereses. La suma entregada según el propietario del establecimiento afectado excede con mucho al valor actual del martillo, pero tanta generosidad sin duda será debida a su profundo arrepentimiento, aunque si calculamos los intereses que puede devengar una cantidad por pequeña que sea durante un cuarto de siglo, resulta un dinerito, eso lo saben bien los que por ejemplo mantienen una hipoteca ese mismo tiempo. 

El deudor en cuestión que debió tener un “subidón” de honestidad, mandó eso sí de manera anónima, un sobrecito con una carta deplorando su añeja acción acompañada de la cantidad a modo de finiquito. Un martillo sustraído en la juventud que ha estado machacando además de clavos y alcayatas la conciencia de quien lo robó. Un martillo que nunca pudo imaginar, iba a tener tanta importancia y habría de durar también tanto tiempo en el pesar de esta persona. 

De esta historia tan curiosa podemos sacar una visión algo positiva. La de que transcurrido un tiempo tan largo, los dos protagonistas tengan la suerte de seguir gozando, tanto de salud como de dinero para poder contarlo y así como que la tienda permanezca abierta todavía. No sabemos las edades de los susodichos pero se adivina que serán ya bastante avanzadas a tenor de lo que confiesa el tendero: en los cincuenta años que tengo abierto el negocio esta es la primera vez que alguien me ha pagado lo robado. 

Quién sabe si el propietario de la tienda, anciano ya, habría mantenido abierto el establecimiento esperando de manera inconsciente a que alguien le ayudara a cuadrar, al menos un poco más, sus cuentas pendientes, pensando además en que, bien está lo que bien acaba. Ahora es muy posible que ponga al fin el cartel de “Cerrado por el cobro de una deuda”. Y los dos podrán retirarse abrazados a descansar en paz.

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