Opinión

El fantasma (14)

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 11 de Enero del 2020
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No hubo saludos de buenas noches ni estrechar de manos. Los hombres “venían a lo que venían” por eso, el del pelo rojo, se acercó al policía y le espetó:

-Ya van dos encargos solucionados, no dirás que te han puesto pega alguna, nadie ha sospechado de ti, aparentemente tienes las manos limpias, a no ser que, distribuyamos en puntos claves algunos detallitos, que Bornes utilizará con maestría.

-Tranquilos, sentaos un momento y hablamos. Tomad un cigarro de estos buenos, y nos comentamos todo lo que creáis oportuno. El trabajo está siendo muy eficiente y limpio, no tengo queja alguna de vosotros.

-Madero, no nos toques los “guevos”, que te conocemos. Y saca la mano de la chaqueta; sé que llevas escondida una pipa. No olvides que al menor movimiento, el Jaro, mi compañero, te descerraja un tiro que revientas.

Ciertamente esperaba la visita de los dos facinerosos, pero no en estos términos tan violentos, no se había equivocado al contratarlos, para sus planes. No tuvo otra salida, que señalar con el dedo un paquete con envoltura de papel de estraza, sujeto con un bramante finito, diciendo:

-Ahí tenéis lo acordado.

El de la doble pupila tomó el paquete, dejándolo encima de la mesa camilla, sacó de la faja una navaja con cachas de cuerna, con un movimiento seguro y rápido cortó el cordel, tomó de nuevo el paquete, lo desenvolvió y en su cara apareció una sonrisa de asentimiento, mientras sus ojos reflejaban  dibujos billeteros. Un buen fajo de billetes, nuevos, con olor a tinta fresca.

-Espero que no falte ni una “perrilla” o te la descontamos del “hilo lomo”, comentó, mostrando unos dientes poco cuidados de limpieza, dos de ellos, enfundados en oro, brillaron con la tenue luz de la habitación. El cigarro sujeto con los labios subía y bajaba la lumbre, mientras el hombre hablaba.

Dejó caer en una silla la manta el pelirrojo y mostró la compañía que llevaba en la mano izquierda, una escopeta de dos cañones cargada con cartuchos de postas. Colocó el seguro en su sitio,  tomó la silla más próxima, la arrimó al calor del brasero y esperó que los otros hicieran lo propio. Era el de más estatura, fuerte como un roble, silencioso como la noche, los ojos grises demasiado claros  para mostrar amistad. Atento a todo lo que ofrecía su entorno, no despegaba la boca. Todavía no habían inventado el chiste que le hiciera reír.

-¿Habéis cenado?

-No, esperábamos que tú nos invitaras, aunque a estas horas no habrá abierto ningún bar ni casa de comidas en este pueblo.

-Ya había pensado en eso; enseguida vuelvo, -dijo el alquilado yéndose hacia la cocina, de donde trajo medio queso en un plato, un pan de kilo de los de la cruz debajo y una “L” dibujada por unos agujeros productos antes de meterlo en el horno, era la insignia de una de las panaderías de la villa. El segundo viaje a la cocina  aportó tres vasos de cristal y una botella de vino tinto, bautizado repetidas veces desde su salida de la tinaja, hasta la llegada a la mesa.

-Que aproveche. Comed cuanto queráis, -añadió el policía convertido en mesonero de tal situación.

No les faltaba hambre a la pareja recientemente llegada, con sendas navajas extraídas de la faja comieron, hasta que se terminaron los manjares y a modo de agradecimiento, el de la voz cantante dijo:

-El queso extraordinario, debe hacerlo algún pastor del pueblo, es de oveja manchega con sabores de tomillo y espliego, si no me engaño. Pero el vino es otro cantar, compañero, es más cristiano que la Madre Maravillas, tiene más agua que vino.

-Cuento con vosotros para continuar con la cruzada que nos hemos propuesto, con vuestra prudencia y buen hacer, -dijo don Fructuoso, mirando alternativamente al par de comensales, satisfechos por la cena y el calor del picón.

-Puedes contar con nosotros para lo que gustes, mientras que pagues religiosamente, no tenemos inconveniente alguno; ¿verdad compañero? –dijo el de la barba sin afeitar al compañero fornido, éste lo roció con su mirada gris-plata y se limitó a asentir con la cabeza, al tiempo de parpadear lentamente con los ojos, para rubricar su aserción.

-Posiblemente tengamos algún que otro trabajillo un día de estos; estoy terminando de planear una operación, que ha de ser como siempre limpia y que dé espectáculo.

Uno era la cabeza pensante y los otros dos ejecutores escrupulosos de lo acordado. Tenían una carrera brillante en cuanto a delincuencia y asesinatos. Nunca los habían visto actuar, pero siempre dejaban su firma. Sangre fría corría por sus venas, con nervios templados y pulso firme en las ejecuciones encomendadas.

-Cuando te hayas decidido, nos avisas y nos reunimos donde mandes, ahora nos vamos, hemos dejado el coche en una era junto a las primeras casas, para que nadie lo viera y no quiero, que esté ahí demasiado tiempo, -dijo el de la necesidad imperiosa de afeitado.

-De acuerdo. Cuando me haya decidido, te envío por el medio de costumbre día y hora para el encuentro.

Cuando por fin se fue la visita, cerró la puerta y apoyó la espalda en ella. Qué bien trabajaban aquellos dos, pero cada vez le daban más miedo. Mostraban la violencia más agresiva en un instante y al siguiente parecían amigos de  juergas domingueras.

Deseaba terminar lo que se había propuesto y eso exigía contar con la colaboración de personas como ellos.

(Continuará)

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