Que
el concepto de "la España vaciada" es un tema recurrente y tentador
para la clase política es indudable. El tema sale a la luz en los repetidos
periodos electorales pero después de ejercitar el voto, la cuestión se posterga
y se demora hasta que sea necesario rescatar otra vez el debate.
Hace
muy poco tiempo los medios nos han comunicado el número de habitantes del país
pero los datos nos indican que, desde principios de los años sesenta del pasado
siglo, la población tiende a concentrarse en unas pocas ciudades del estado,
metrópolis que además están rodeadas de pueblos que muchas veces tienen más
vecinos que algunas capitales de provincias.
Y
es que a todos nos gusta desplazarnos a la playa en vacaciones o visitar
parajes rurales e idílicos, lugares donde la paz, el silencio y el sosiego
forman parte de ese tipo de vida tranquilo que muchas veces añoramos. Sin
embargo, cuando empieza el curso, volvemos a nuestro caos particular y a
nuestra rutina pero siempre cerca de los hospitales, de las universidades, de
los centros comerciales, de los teatros y de todos los servicios públicos de
los que se han dotado esta macro-urbes donde residimos habitualmente.
Además
en determinadas estaciones y coincidiendo con la navidad o las celebraciones
del fin de año, la capital sufre una oleada de visitas que colapsan el centro
de la ciudad. Aglomeraciones de gente que, atraídas por el espectáculo de las
luces y el comercio compulsivo de esta época, limitan la movilidad en calles y
plazas.
Y
es que resulta muy recurrente salir de la apatía acercándose al centro pues en
apenas media hora el cercanías nos lleva al meollo y a la bulla donde,
arropados entre el gentío, cooperamos con el ambiente festivo y de alegría que
la masa transmite. Así de simple, creemos ejercer nuestra libertad de
movimientos, aunque después la policía nos obligue a transitar por determinadas
calles según el sentido de nuestra dirección, todo ello en aras de la seguridad
colectiva.
A
ratos puede resultar abrumador y agobiante pero observar a la plebe siempre es
interesante y divertido. Un servidor tiene obsesión por el calzado ya que
zapatos y botas, deportivas o botines dicen mucho del individuo.
En
los paseos por el centro y a través de los cristales de los exclusivos salones
puedes observar el postureo de la clase acomodada, personajes que andan
encandilados con el barman cuando éste intenta no romper la burbuja del
gin-tonic de media tarde. No creo que esta gente ande muy ilusionada ante la
previsible subida de impuestos del recién estrenado gobierno, y me da que son
reacios a compartir los dividendos de sus suculentas rentas o ganancias.
Pero
no se crean que cualquier vestimenta, por muy deteriorada que parezca, define a
una determinada clase social. Pantalones muy rotos y zapatillas de estilo
vintage que valen un ojo de la cara son el disfraz posmoderno de algunos
pijos-progres, una tribu que con su imagen de dejadez pretende diluirse entre
el paisanaje pero que, en su fuero interno, forman parte de esa élite que nunca
se confundirá con el populacho.
Pero
ya digo, entre gente tan diversa, encandilado por los escaparates y las luces
de led puedes pasar un rato divertido arropado entre la multitud. Ataviados con
gorros y pelucas de colores, oteando a través de gafas luminosas, o coronados con
cuernos de reno y niños que nos recuerdan la historia de Chencho, hemos
sobrevivido a la bulla de la pasada
Navidad.
Y
es que atraídos por el bullicio y la festividad se congregaron estos días
pasados en la capital gentes de toda la geografía, ciudadanos de muchos lugares
de esa España vaciada a la que me refería al principio.
Por
casualidad, me contaron una conversación entre dos mujeres de pueblo y de
diferente edad, sobre el desplazamiento a Madrid de una de ellas para ver la
iluminación de la capital.
Le inquiría la mayor preguntándole a la más joven sobre su reciente viaje:
-
¿Y qué tal, te gustó?
-
Ah sí, muy bonito, qué árboles tan altos y cuánta luz, sobre todo en la Puerta
del Sol
-
¿Y había mucha gente?
-
¡Uf! muchísima, a veces no podíamos ni andar.
-
¿Al final compraste algo?
- Sí, alguna cosilla me traje, pero vamos, lo importante era disfrutar del ambiente.
Entonces la mayor le respondió con aire altivo:
- Pues yo, cuando voy a Madrid, apenas voy al
centro, y menos en estas fechas.
- ¡Ah, no! y entonces ¿adonde vas?
- Pues me voy a la zona de Serrano y sus tiendas. Y para pasear, al barrio de Salamanca, a mí no me gusta mezclarme con la bulla, faltaría más...
La chica, con un gesto de mohín y algo desalentada por la respuesta chulesca y prepotente de su interlocutora cambió de tema y, discretamente, se fue alejando. Si hubiese tenido la picardía suficiente o más edad le habría contestado de otra forma, quizás recordándole el viejo refrán atribuido a Quevedo, y burlona le hubiera dicho:
-
Pues mira querida, ya sabes lo que dicen por ahí: "don sin din, cojones en
latín"...
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Miércoles, 17 de Abril del 2024
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Viernes, 19 de Abril del 2024
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