Opinión

La pálida belleza del invierno

Fermín Gassol Peco | Sábado, 18 de Enero del 2020
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La naturaleza nunca se va de vacaciones, solo cambia su rostro, su anatomía, sus colores. Y es ahora en el invierno cuando se hace presente con sus más duros rigores para demostrar y recordar al hombre que es ella la que manda, la que envía de manera invariable sus humores.  

Estamos en enero y el campo parece inanimado, más bien medio dormido latiendo lentamente pero vivo. Tan solo acercando los sentidos a su entorno inerte, lejos ya del último sonido del asfalto, podemos captar su pálpito pausado. Se diría que yace reposando a la espera de que el sol penetre entre la niebla y lo despierte.  

Estamos en Enero y unos hombres y mujeres varean los olivos pisando la tierra pedregada. El sonido de las varas se hace dueño absoluto del espacio. Es el sonido del “crac” de la madera vareadora contra la más joven hermana del olivo. La niebla tiende su manto sobre el monte enmohecido; cae muy baja haciendo recubrir al olivar de un verde grisáceo desteñido. Las voces de los vareadores suenan frías, alentosas, recortadas, quedando como suspendidas en el cielo, en sus propios límites sombríos.

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 Un sonido ajeno se deja susurrar allá a lo lejos, ruidos de cascos, herraduras y ladridos que con pasos distraídos y premiosos se acuñan contra las piedras del cerro por la aceituna ya caída, ennegrecido. Cuatro son los caballos que entre la intensa niebla caminan a su antojo. A sus lomos, cabalgando, van jinetes con sus galgos y  cigarros encendidos calentándose las manos. No aparentan llevar una ruta establecida, no parece que nadie les espere pues caminan sin premura; van despacio… despacio… muy despacio. 

Buenos días, nos decimos, hay demasiada aceituna por el suelo; es la mosca que hogaño ha atacado de lo lindo, comentamos casi a voces, tratando de esquivar relinchos y ladridos. 

Nosotros vamos a la venta de allí arriba, nos comenta el más alto de los cuatro; allí nos espera la ventera con un puchero de barro en fuego bajo. Hoy nosotros cabalgamos compañeros, mañana vosotros seréis los caballeros, los galgueros y nosotros los que sigamos vareando estos olivos.  

Estamos en enero, hace frío, mucho frío, el viento y las varas cimbrean los olivos; los jinetes prosiguen su camino; galgos, liebres y conejos dibujan zigzagueos, un bando de perdices planea a ras de suelo, la niebla persistente sigue cubriendo olivares, veredas y algún que otro amorío…Es la pálida belleza del invierno

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