Las últimas afirmaciones las hizo el Cabo bajando
de tono su voz, arrastrando cada palabra y mirando directamente a los ojos de
don Manuel, que asentía con la cabeza conociendo la tozudez y valía del
personaje que tenía enfrente. Todavía se oía el eco del diálogo en la sala
cuando sonaron unos nudillos en la puerta.
-¡Pase!, ordenó el juez.
-Con el permiso de la autoridad que dirige esta
oficina, -dijo una voz en la entrada.
Bornes reconocería a un kilómetro ese timbre
locuaz y el olor a colonia transida, que portaba el visitante. Giró todo el
cuerpo hacia la figura, al tiempo que acariciaba con la mano derecha la culata
de su pistola, cosa que dejó de hacer inmediatamente. Le había traicionado el
subconsciente, pero solo a medias. Efectivamente era don Fructuoso Luengo de
los Molinos, el que se decía pertenecía al cuerpo de la policía nacional secreta del Estado Español.
Al ver el movimiento del guardia, apareció una
sonrisa burlona a la vez que una mirada despectiva. «De ningún modo se atrevería en semejante
escena a utilizar el arma», -pensó el recién llegado. Su prepotencia era
ilimitada y así la mostraba en cualquier momento, en especial en situaciones
como la presente. Se sentía dueño del tiempo y del espacio que le rodeaba. “Un
dios del Olimpo” como lo veían los de la villa, vividor y despectivo.
-¡Que suerte tienen algunos! -espetó el Guardia
mirándolo a los ojos, con tal odio en la cara que parecía agrandar el mostacho,
ya de por sí gigante y denso-. A cada cerdo le llega su san Martín, -añadió
mientras se levantaba de la silla y salía de la sala dando un portazo.
Se quedó el juez con la despedida en la boca y la
mano levantada en señal de un “hasta luego”. ¿Habría oído la conversación que
acababan de tener?, -pensó en su fuero interno-. No, el municipal que hace de portero no le hubiera
permitido acercarse demasiado. Salió de sus pensamientos para responder al
saludo del nuevo visitante:
-Buenos días, don Fructuoso. ¡Cuánto tiempo sin
verlo!
-Buenos días, don Manuel. Pues sí, me han ocupado
unos días los negocios de Madrid y he tenido que ausentarme, pero habiendo
resuelto las obligaciones, ya me tiene de nuevo entre ustedes. A ver si por fin
conseguimos entre todos descubrir al
malhechor que les trae de cabeza.
-Corre mal tiempo para los negocios crematísticos
y bancarios en todo nuestro bendito país, no conseguimos levantar cabeza.
-No don
Manuel, mis negocios no tienen que ver con los bancos, sí con un
«affaire», como dicen los franceses, que me trae preocupado una temporada.
-No dude en hacernos partícipes de sus
inquietudes, si con ello podemos ayudarle.
Cuénteme, ¿de qué se trata?, -dijo el juez con toda la picardía de que
era capaz.
La pregunta cogió de sorpresa al negociante y
sobre todo la imperiosidad que el magistrado impuso en sus palabras, de modo
que en unos segundos no acertó a responder con una excusa intencionada de
credibilidad, pero utilizando el vaivén de sus ojos entre la mesa y las
paredes, como queriendo escapar, por fin arguyó:
-Nada de importancia, una herencia de unos tíos
lejanos que han fallecido y que los sobrinos nos disputamos, intentando
imponernos unos a otros los intereses,
que nos mueven.
-Una herencia…, -arrastró el juez- y debe ser de
suma importancia cuando le obliga a ausentarse de su trabajo, porque el
compromiso que tiene usted encomendado es descubrir al asesino, que vaga por
nuestro pueblo, ¿no? Además todavía estoy esperando que me informe del avance
de sus investigaciones, a ver si por fin podemos comenzar el proceso de encause
y acusación de los asesinos, porque a mi juicio estos asesinatos se comenten
entre varias personas, ¿no le parece señor Luengo?
Demasiada experiencia tenía el policía, como para
que lo acosaran de nuevo, y es que «la primera se la dan al galgo, pero a la
segunda esconde el rabo» debió recordar.
-No lo dude, ser juez, que estos delitos son
cometidos de modo corporativo. Por la experiencia que acumulo he de aunarme a
su opinión y asertar que son varios los delincuentes.
-Ya…, pero de ahí no pasamos y eso que Bornes está
preocupadísimo con el asunto; dedica el día con su noche en el intento de
avanzar, pero ni por esas, -con toda intención añadió- creo que se nos está
haciendo viejo y ya no tiene el desarrollo investigador de antes.
-No lo dude; se le ve a la legua, este cabo no
debería estar en el puesto que ocupa actualmente; personalmente le aconsejaría
pidiese su relevo lo antes posible. Un
pueblo como este no debe sufrir la intranquilidad de estos meses. Nadie sabe si
habrá otro asesinato, ni quien será. Puede ser usted mismo, don Manuel, -añadió
con toda la sangre fría de que era capaz: se habían tornado los papeles, ahora
era él el acosador y el juez el acorralado.
-No creo que ose “el quipo asesinador” –según
usted- a eliminar a una autoridad, hasta ahora han matado a un pobre hombre sin
relevancia alguna, y nos han traído a otro de fuera para horror de los vecinos,
-arguyó la autoridad con la mirada intensa en los ojos del interlocutor.
-Comparto su sentencia, no se arriesgarían a
tanto, ¡por favor!, -reconoció el policía soltando dos chorros de humo por la
nariz. Le había cogido por sorpresa la afirmación/duda, que había adjuntado el
juez-, según mis investigaciones, todavía sin contratar, se trataría de
asesinos con mentes desquiciadas; arguyo esto, por las posturas en las que se
encontraron las víctimas, a mi parecer, muy relacionadas con la religión: de
rodillas, en cruz…, -soltó la retahíla mientras recomponía sus nervios azotados
por el comentario jurídico.
(Continuará)
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Martes, 23 de Abril del 2024
Miércoles, 24 de Abril del 2024
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