-Y ¿qué tal por los madriles, qué se dice por la
capital? Porque ha sido allí donde ha pasado usted estos últimos días, me ha
dicho ¿no?
No había comentado en ningún instante dónde había
pernoctado durante su ausencia, simplemente era una argucia del juez, para
poder informarse de dónde había dado con sus huesos este tipo, utilizador de
fijador de pelo grasiento.
-Pues se comentan muchas noticias sobre todo en
los mentideros de la villa, unas con certeza y otras simplemente “globos
sonda”, como dicen por allí, para conocer la opinión de los madrileños.
Me quedé con una información, posiblemente
interesante, para la resolución de los asesinatos últimos. Después de la guerra
que sufrimos en España, quedaron flecos de tragedias en muchas
familias, desgarradas por las venganzas de unos y otros; se comenta por la
capital de la nación que después de estos años de tranquilidad, están
sucediendo ajustes de cuentas; es como una epidemia que se contagia de pueblo
en pueblo.
-La maldita guerra que no terminará nunca; tantos
sufrimientos por ambos bandos y continúa habiendo gente desalmada, que se toma
la justicia por su mano en vez de atenerse a la jurisprudencia, -apostilló el
juez.
-Añádale a lo dicho que se trata, a todas luces de
un negocio al alza según los entendidos, -completó el policía como si de un
farol en póker se tratara-, hay personas adineradas a las que alguien, en la
guerra por envidias, venganzas o sepa usted qué, les hizo alguna canallada; en
la justicia ordinaria tardaría años en dictar sentencia. Ese personal quiere
resarcirse o lo que es igual, tomarse la revancha, para ello contratan a
personas con la conciencia enmudecida por tantas fechorías, y son los
ejecutores de muertes, palizas o acosos.
-Verdaderamente es infinita la imaginación de la
maldad. Lo que me dice ¿realmente es
cierto?–preguntó el letrado con mil ideas por la cabeza y con una credulidad
palmaria. Con la intención de sonsacar el máximo de información que le
ayudara en la resolución pendiente.
-Cierto, no le quepa la menor duda. He visitado
antiguos compañeros, que perduran en el oficio policial y me han comentado, a
la sombra de algún vaso de whisky en la barra de cierto pub, visitado
antiguamente como amigos, que las habladurías a media voz son auténticas
realidades. Es muy cierta la existencia de dichas bandas. Ellos tienen
conocimiento de lo que está pasando por media España, pero son incapaces de
descubrir y menos atrapar a los asesinos; están faltos de personal. Dicen
poseer pruebas en abundancia, aunque lo fundamental no lo consiguen, que es
echar el guante a los responsables. Se han atrevido a afirmar que les consta la
actividad de varias bandas actuando por todo el territorio. -Por un momento
recorrió su cuerpo un equilibrio inestable; estaba hablando mucho y don Manuel,
que precisamente no era abundante en estulticia, podría relacionar casos y
comenzar a sospechar de él. Evidentemente se hubiera silenciado antes, si Bornes estuviera presente.
-No me cabe en la cabeza, ¿cómo puede haber gente
de esa calaña? Vengadores, asesinos a sueldo,… repito, no me cabe en la cabeza,
-añadió el juez haciéndose el ignorante y el sorprendido ante las afirmaciones
del interlocutor, mientras miraba las volutas de humo que desde el cenicero
lanzaba su medio cigarro hacia el techo impulsado por el frio de la sala y el
que provocaba la conversación.
-Pues que le quepa don Manuel, y no me extrañaría
que los asesinatos de Bellavilla tengan que ver con esta “moda” de saldar
cuentas. Me invade la misma apreciación
que los compañeros de la capital: la dificultad extrema de encarcelar a los
responsables, incluso poseyendo sobradas
sospechas de su identidad, -arriesgó el de la colonia transida en un
malabarismo de imprudencia y desafío.
-No, no creo que se atrevan a llegar a este
pueblo, los descubriríamos en poco tiempo. –Negó el juez simulando una
inocencia propia de infantes imberbes, con la intención de dar cancha confiada
a la locuacidad del interlocutor, empavonado por sus ilusorias habilidades.
-No hay pueblo ni aldea perdida a la que no puedan
llegar esos desalmados con sus pistolas o navajas vengadoras. –Perinsistía
agarrado a su bastón don Fructuoso, añadiendo tintes de execración en sus ojos.
«Imposible aguantar más, -pensó el juez- este
individuo se está burlando en mis mismas barbas, ya no aguanto más mi papel de
ignorante palurdo»
-Ahora si me dispensa…, tengo pendiente unos
informes importantes y he de concluirlos para esta misma mañana, -cortó en
seco, mientras enrojecía hasta tintes morados la cara bigotuda del juez.
Fue la casualidad, la rebosadura de tanta altivez
o que el falso policía se percató de la mala leche, que se le estaba poniendo
al juzgador, porque mientras se incorporaba de la silla, recogía el sombrero
con una celeridad creciente, añadió:
-Hasta luego don Manuel, voy a tomarme un “chatete
de vino”, como dicen los habitantes de este pueblo, ahí en el casino y de tapa
pediré unas gambas, que las tienen bien frescas. Lo invitaría pero ante tanto
trabajo diferido, como dice que tiene, no lo tiento.
«Si te bebieras lo que yo dijera, so… mugroso»
Pensó sin emitir sonido alguno el magistrado, mirando la espalda agabardinada
del que ya se iba.
Ni que decir tiene que el entendido en leyes no
informó, ni se le ocurrió hacer ningún comentario, sobre la noticia que el día
anterior había recibido del asesinato en la Fuente Agria.
Tampoco el policía hizo la más mínima referencia a tal noticia, aparentemente no debía saber. Si por el contrario estaba al corriente, se la guardó en su mollera, que era el mejor sitio de los secretos no confesables.
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Martes, 23 de Abril del 2024
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