Opinión

El fantasma (21)

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 29 de Febrero del 2020
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-Y ¿qué tal por los madriles, qué se dice por la capital? Porque ha sido allí donde ha pasado usted estos últimos días, me ha dicho ¿no?

No había comentado en ningún instante dónde había pernoctado durante su ausencia, simplemente era una argucia del juez, para poder informarse de dónde había dado con sus huesos este tipo, utilizador de fijador de pelo grasiento.

-Pues se comentan muchas noticias sobre todo en los mentideros de la villa, unas con certeza y otras simplemente “globos sonda”, como dicen por allí, para conocer la opinión de los madrileños.

Me quedé con una información, posiblemente interesante, para la resolución de los asesinatos últimos. Después de la guerra que  sufrimos en España,  quedaron flecos de tragedias en muchas familias, desgarradas por las venganzas de unos y otros; se comenta por la capital de la nación que después de estos años de tranquilidad, están sucediendo ajustes de cuentas; es como una epidemia que se contagia de pueblo en pueblo.

-La maldita guerra que no terminará nunca; tantos sufrimientos por ambos bandos y continúa habiendo gente desalmada, que se toma la justicia por su mano en vez de atenerse a la jurisprudencia, -apostilló el juez.

-Añádale a lo dicho que se trata, a todas luces de un negocio al alza según los entendidos, -completó el policía como si de un farol en póker se tratara-, hay personas adineradas a las que alguien, en la guerra por envidias, venganzas o sepa usted qué, les hizo alguna canallada; en la justicia ordinaria tardaría años en dictar sentencia. Ese personal quiere resarcirse o lo que es igual, tomarse la revancha, para ello contratan a personas con la conciencia enmudecida por tantas fechorías, y son los ejecutores de muertes, palizas o acosos.

-Verdaderamente es infinita la imaginación de la maldad.  Lo que me dice ¿realmente es cierto?–preguntó el letrado con mil ideas por la cabeza y con una credulidad palmaria. Con la intención de sonsacar el máximo de información que le ayudara  en la resolución pendiente.

-Cierto, no le quepa la menor duda. He visitado antiguos compañeros, que perduran en el oficio policial y me han comentado, a la sombra de algún vaso de whisky en la barra de cierto pub, visitado antiguamente como amigos, que las habladurías a media voz son auténticas realidades. Es muy cierta la existencia de dichas bandas. Ellos tienen conocimiento de lo que está pasando por media España, pero son incapaces de descubrir y menos atrapar a los asesinos; están faltos de personal. Dicen poseer pruebas en abundancia, aunque lo fundamental no lo consiguen, que es echar el guante a los responsables. Se han atrevido a afirmar que les consta la actividad de varias bandas actuando por todo el territorio. -Por un momento recorrió su cuerpo un equilibrio inestable; estaba hablando mucho y don Manuel, que precisamente no era abundante en estulticia, podría relacionar casos y comenzar a sospechar de él. Evidentemente se hubiera silenciado antes,  si Bornes estuviera presente.

-No me cabe en la cabeza, ¿cómo puede haber gente de esa calaña? Vengadores, asesinos a sueldo,… repito, no me cabe en la cabeza, -añadió el juez haciéndose el ignorante y el sorprendido ante las afirmaciones del interlocutor, mientras miraba las volutas de humo que desde el cenicero lanzaba su medio cigarro hacia el techo impulsado por el frio de la sala y el que provocaba la conversación.

-Pues que le quepa don Manuel, y no me extrañaría que los asesinatos de Bellavilla tengan que ver con esta “moda” de saldar cuentas. Me invade  la misma apreciación que los compañeros de la capital: la dificultad extrema de encarcelar a los responsables, incluso poseyendo  sobradas sospechas de su identidad, -arriesgó el de la colonia transida en un malabarismo de imprudencia y desafío.

-No, no creo que se atrevan a llegar a este pueblo, los descubriríamos en poco tiempo. –Negó el juez simulando una inocencia propia de infantes imberbes, con la intención de dar cancha confiada a la locuacidad del interlocutor, empavonado por sus ilusorias habilidades.

-No hay pueblo ni aldea perdida a la que no puedan llegar esos desalmados con sus pistolas o navajas vengadoras. –Perinsistía agarrado a su bastón don Fructuoso, añadiendo tintes de execración en sus ojos.

«Imposible aguantar más, -pensó el juez- este individuo se está burlando en mis mismas barbas, ya no aguanto más mi papel de ignorante palurdo»

-Ahora si me dispensa…, tengo pendiente unos informes importantes y he de concluirlos para esta misma mañana, -cortó en seco, mientras enrojecía hasta tintes morados la cara bigotuda del juez.

Fue la casualidad, la rebosadura de tanta altivez o que el falso policía se percató de la mala leche, que se le estaba poniendo al juzgador, porque mientras se incorporaba de la silla, recogía el sombrero con una celeridad creciente, añadió:

-Hasta luego don Manuel, voy a tomarme un “chatete de vino”, como dicen los habitantes de este pueblo, ahí en el casino y de tapa pediré unas gambas, que las tienen bien frescas. Lo invitaría pero ante tanto trabajo diferido, como dice que tiene, no lo tiento. 

«Si te bebieras lo que yo dijera, so… mugroso» Pensó sin emitir sonido alguno el magistrado, mirando la espalda agabardinada del que ya se iba.

Ni que decir tiene que el entendido en leyes no informó, ni se le ocurrió hacer ningún comentario, sobre la noticia que el día anterior había recibido del asesinato en la Fuente Agria.

Tampoco el policía hizo la  más mínima referencia a tal noticia, aparentemente no debía saber. Si por el contrario estaba al corriente, se la guardó en su mollera, que era el  mejor sitio de los secretos no confesables.

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