Opinión

Los pinos, el virus y la piel fina

Dolores la Siniestra | Lunes, 15 de Junio del 2020
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Todos, todos –aunque parezca que nos olvidamos-, hemos tenido veinte años, la cabeza llena de pájaros, las hormonas guiando nuestras actuaciones y la responsabilidad y la cordura en el último lugar de nuestros intereses. 

Todos, todos –acuérdense-, hemos ido a los Pinos –o donde se estilara-, a beber, a bailar, a descubrir, a tantear los cuerpos, a dejar la vida pasar, a vivir, en suma. Supongo que, en cualquier examen de la hoja de ruta adolescente, quien más quien menos cuenta con páginas que le gustaría que estuvieran selladas con un “clasificado” o “secreto sumarial” –y peor de él, de ellos, en caso contrario. 

Todos, todos –aunque ahora vengamos de dignos y de ofendiditos- incumplimos las normas al cobijo del crepúsculo y con el estímulo de lo prohibido –cuánto bien se hubiera prodigado en esta existencia de haberse vedado la caridad. Y no, no hace falta recurrir a Juan 8, 1-11 y la manida invitación a lanzar la primera piedra –reconozco que ésta es de las parábolas que con más parafernalia leía Don Matías y a mí siempre se me quedó muy marcada. La debilidad de la carne, vaya.

Pues eso, que los chavales del botellón en los Pinos se comportaron mal, egoístamente, pensando, única y exclusivamente en su “santa voluntad”, desoyendo todos los consejos y recomendaciones y, a buen seguro, poniéndose –y poniéndonos a todos- en un riesgo de contagio estúpido e intolerable para el efímero y escaso valor de una celebración etílica compartida con amigos.

Nos colocaron, en la carnaza de los noticiarios nacionales –perdonen la redundancia-, al mismo nivel de la fiesta de Ibiza y eso, aunque quizá valga para alguna bravata en una cocinilla o en un botellón de estos clandestinos, lo cierto es que nos sitúa a una altura más propia del betún.

La conducta fue inadecuada, máxime teniendo en cuenta el infausto y doloroso historial de muerte al que Tomelloso, como pueblo, ha tenido que hacer frente fruto de esta cruenta pandemia que, por méritos propios, se ha encarnado como el mayor de los males de lo que va de este Siglo y con una pujanza capaz de alterar nuestros comportamientos y hábitos sociales. 

Bien. En éstas, con un vídeo del botellón de marras danzando por las redes sociales –anda que no tienen que aprender los millennials sobre la confidencialidad, lo que les podría enseñar Ava Gardner- un payaso de los que hacen reír y que responde, en lo civil, al nombre de Jaime Caravaca, aprovechó la coyuntura para dotar de contenido a su trabajo humorístico en una pieza titulada Crímenes con sapo y botellones en un programa radiofónico de Europa FM. 

A mí, el corte –el vídeo, no el helado de La Elodia- me lo pasó Marcos, mi joven amante y proveedor de la actualidad local más viral. Y, bueno, creo que el payaso –el caricato, que lo llamaría mi abuela- llamó como unas veinte veces “tontos” a los jóvenes paisanos del botellón. Al final de su alocución, también invitaba al actor porno Nacho Vidal –les di la referencia aunque sé que ustedes no la necesitan- a pasarse por Tomelloso, después de que éste se encuentre acusado de haber matado a un hombre tras hacerle aspirar no se qué venenos de un sapo bufo –país, Señor.

Y hete aquí que, como en Fuenteovejuna, el pueblo todo, o casi todo, se ha puesto de uñas con el bufo –el humorista, no el sapo-, volviendo a esa estética de ofendidito y enarbolando la bandera del “¿y otros qué…?”, “¿es que todo lo malo sucede nada más que en Tomelloso?

La piel fina, vaya. Los mismos que no tardaron un segundo en reprochar a los jóvenes –y a sus padres- que no supieran controlarse en la organización del macrobotellón –y me da igual trescientos, quinientos que mil-, los mismos, digo, vienen ahora a defender a los suyos. 

Esto les suena ¿verdad? Lo de mi hijo es un “x” –pongan “tonto”, “vago”, “piel”, “blando”, “feo”- se lo digo yo, pero tú, que eres ajeno, no.

Y se olvida, como siempre, lo más importante. Que para madurar hay que percatarse de que ese mundo de ahí fuera no te va a tratar con paños calientes y que si te has conducido por el camino de la trastada, lo normal, es que te lo reproche y sancione –a veces, sin darte una segunda oportunidad para redimir tus errores. 

Cuando Marcos me mandó el corte –las ganas con las que me he quedado de tomarme uno de turrón con sombra esta Romería en La Elodia, por Dios- le devolví, a los días, un enlace a un comentario de Facebook. 

Era una mujer que agradecía al Ministro de Sanidad, que se hubiera valido del botellón de Tomelloso, para hablar con los capitanes de los equipos de fútbol de La Liga para que éstos dieran ejemplo social –te tienes que reír, en fin. Pero lo crucial era que esta mujer, con gran acierto, le reprochaba al Ministro que había echado de menos esa preocupación cuando Tomelloso moría, a manos y expansión del COVID, del modo más inmisericorde. Y que qué bien hubiera hecho el Ministro en facilitar más medios a nuestro Hospital para intentar salvar a los ciudadanos que caían víctimas del virus y no traer a colación a Tomelloso ahora por lo del dichoso botellón.

Alguien, por fin, había entendido la verdad. Lo cortés no quita lo valiente. Lo que está mal, está mal, siempre. Pero eso no quita para darse cuenta, de una vez, que para trabajar por los nuestros, no hay que sobreprotegerlos, sino enseñarles a reclamar lo que es suyo.

Ya saben, ese comentario, de esa mujer dolida y clarividente, no se convirtió en viral. Las treinta veces que el payaso nos llamó tontos, sí. Pregúntense por qué.

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