Opinión

Cárceles caseras

Fermín Gassol Peco | Martes, 14 de Julio del 2020
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Cuentan las crónicas el día en que un hombre de mediana edad se presentó en la recepción de un hotel y pidió una habitación para quedarse  a vivir en él una temporada. El recepcionista viendo que el recién llegado iba a permanecer un tiempo prolongado en el establecimiento, quiso acoger al cliente de manera cordial, más bien familiar y le comentó: mire señor, le aseguro que en este hotel va a estar usted como en su casa. Pues dicho…y hecho…al cliente fallido todavía lo están buscando y es que el recién llegado era un huido del “confort hogareño”. El recepcionista evidentemente no lo sabía y quizá no tendría que haberse comportado de manera  tan amable ni haber sido tan explícito, pero todos sabemos que en los hoteles los recepcionistas resultan ser siempre muy atentos porque forma parte de su trabajo. Por otra parte es lo normal pues cuando una persona está a gusto en un determinado lugar decimos que se encuentra como en casa; cómodo, relajado y recogido. Pero en este caso nos encontramos una vez más con las excepciones. Nuestro hombre del hotel fue una de ellas…pero no la única. La que les cuento ahora tiene más retranca.

Un ciudadano, no importa de dónde, tenía la fea costumbre de realizar vertidos tóxicos de poca monta con bastante frecuencia, en principio no sabemos cómo ni por qué. La policía harta de llamarle la atención lo detuvo y el juez le impuso un breve arresto domiciliario. Pero el tozudo protagonista de esta historia volvió a hacer lo que solía; como la cosa no era para pasar a mayores se le volvió a imponer otro arresto domiciliario más prolongado. El hombre volvió a hacer la fechoría una vez más. La policía extrañada, le preguntó por un comportamiento que podría llevarle a prisión, confesando ahora la razón; pues por eso reincido, dijo, para que me lleven a la cárcel, porque no aguanto más en mi casa. No sabemos en qué cantidad estaría la tasa de vertidos que tendría que derramar para ir al trullo pero nuestro hombre la iba subiendo sabedor de que algún día le vendría la tan ansiada liberación.

Y es que todo tiene una explicación en esta vida. La del que nos ocupa la encontramos en su cónyuge, una señora demasiado intensa o quizá demasiado astuta que deseaba mantener a su marido algo alejado una temporada. No sabemos, pues, quién tuvo la idea de realizar el primer vertido, si la esposa para que el marido delinquiera y así quitárselo de encima, o el marido que con estos actos buscaba estancia en un hotel tan particular. En cualquier caso ambos se equivocaron porque mira tú por dónde al ir por lana, salieron trasquilados y con el marido enclaustrado en casa. Y es que la compañera de “celda doméstica” no hacía más que reprocharle la falta de actividad  para hacer recados por eso de que el “hombre en la cocina es para la mujer calentura continua”, pero si pocos mandados hacía antes menos podía hacer ahora, no cabía otra pues estaba en arresto domiciliario y el pobre hombre no podía abandonar  la vivienda. En fin, un modelo de convivencia mixta casero carcelaria y el hombre mientras tanto, deseando salir de su casa para ir a la cárcel a ganar la libertad. ¡Qué cosas!

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