Convivir, del latín “convivere”, es definido por la R.A.E.
como vivir en común con una u otras personas. La idea que teníamos hasta ahora sobre
la convivencia era llevar una vida rodeados de prójimos muy parecidos a
nosotros. Personas con los mismos rasgos físicos, parecidas costumbres, ideas,
creencias, filosofías de la vida, en definitiva con la misma cultura, no sólo
intelectual sino moral y social. Hoy el concepto de convivencia sin embargo se
hace extensivo a la vivencia junto a otras culturas, gustos, ideas, usos y
costumbres, religiones.
Convivir siempre hace referencia a estar en contacto con
otros y digo en contacto, no simplemente al lado. Vivir en común con alguien no
es lo mismo que hacerlo junto ese alguien; esto último se llama coexistir y coexistir
es otra cosa, significa existir a la vez que otro. ¿Qué diferencia hay pues entre
uno y otro concepto? Existir, existimos muchos millones de personas en
múltiples culturas a la vez. La temporalidad de la existencia es algo que nadie
puede ni evitar ni provocar. Sin embargo hasta hace pocos lustros las distintas
culturas lo hacían abarcando territorios exclusivos de manera que no aparecían
mezcolanzas físicas entre ellas.
Hoy con la globalidad, con las comunicaciones, los
ciudadanos, bien trasladan sus filosofías o dejan de tenerlas. De esta manera
la convivencia de personas y sobre todo de culturas, ideas o costumbres hoy es
más frecuente y a la vez más difícil. ¿A qué se debe? Creo que es debido a que
en la convivencia se cruzan necesariamente distintos usos, diferentes niveles
de acabado personal, distintas exigencias, referencias, preferencias, virtudes
y defectos incrustados en sus esencias que establecen unos estilos de vida
propios. Es la gran diferencia de vivir en “plan pensión” donde no se comparte
nada o en “plan familia” en la que se debate, se discute, en una palabra, se
convive.
Hoy es muy frecuente andar por las calles de nuestros
pueblos cruzándonos con personas de otras razas, de otros continentes; esta
realidad puede ser el comienzo de una convivencia de la que salga una manera
más uniforme de entender la vida.
Recuerdo mis años de estudiante residiendo en una de las llamadas por entonces “repúblicas” en Madrid. El coctel de “familiares” que convivíamos en ella tenía como ingredientes a un alemán albino con más de dos metros, tan blanco como las sábanas que medio lo tapaban y que no se duchaba ni por equivocación. Un andaluz que contaba chistes por quintales y que nunca perdía el humor, un puertorriqueño que vino a estudiar medicina tranquilo como él solo, un tipo de Irún que nadie sabía lo que hacía y del que mucho después sospeché que podía pertenecer a un grupo independentista. Para rematar el coctel un asturiano arrogante, un valenciano que desayunaba siempre en la cama y la encargada de la república, una viuda de la que después supimos que tenía el corazón demasiado solo y dicen que demasiado alegre.
Hubo momentos en los que los desajustes culturales y educacionales crearon tensiones, alguno importante pero créanme, la cosa funcionaba. El secreto estaba en el respeto a la persona y en la juventud que siempre es un buen lubricante para la convivencia. La convivencia, un difícil pero necesario arte y hoy más que nunca.
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Martes, 23 de Abril del 2024
Jueves, 25 de Abril del 2024
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