Opinión

De mi memoría adolescente I. Sobre el baloncesto

Para José Luis Albiñana Masó, Pona, racimo de cenciblel de 92 uvas, que presume de “tomellosero de pura cepa”, y a la memoria de Julio Madrid, este recuerdo

Juan José Sánchez Ondal | Lunes, 16 de Noviembre del 2020
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Si algo positivo se le puede anotar a esta situación de recogimiento forzado que están imponiendo los confinamientos, más o menos rigurosos y largos, es el refugio en los recuerdos. El revisar y someter al espulgo cuadernos, agendas,  papeles antiguos; reordenar álbumes, redescubrir postales, volver a oír discos y grabaciones, nos hace revivir hechos, momentos, personas y lugares que fueron parte de nuestra vida. Y es sorprendente lo vívidos que permanecen en nosotros recuerdos tan antiguos, siendo así que algunos, próximos, se esfuman como volátiles efluvios. 

De esos recuerdos y del funcionamiento de la memoria, permanece en mí una enseñanza de aquellos años del bachillerato tomellosero. Don Carlos Sánchez, aquel riguroso y gran profesor de latín y de filosofía, moreno, de mediana estatura, de negro bigote fino y uña larga en el dedo meñique, un día en clase de la asignatura de Lógica, Psicología y Ética, nos instruía, más o menos, con estas apalabras:

-La memoria es como una pizarra en la que vamos escribiendo los conocimientos, los hechos, los sentimientos, las sensaciones, todo cuanto nos impacta. Como las pizarras, la memoria tiene una capacidad mayor o menor, pero limitada; de forma que cuando se llena, para seguir escribiendo, para continuar almacenando información, borramos lo último escrito o  acopiado,  con lo que permanece indeleble lo más antiguo.

Lo he podido comprobar muchas veces y cualquiera, sobre todo si como este escribidor, ha superado los años de  posguerra (civil), sarampiones, varicelas y tosferinas, sin vacunas, salvo el costurón de la de la viruela en muslo o brazo, y ha conseguido llegar a esta pandemia huyendo de la quema, estoy seguro de que tiene múltiples muestras de ratificación de ese funcionamiento de la memoria. Tal vez no seamos capaces de recordar qué comimos ayer, -no digamos hace dos días-  y, sin embargo, podemos  recitar de corrido el padre nuestro  -preconciliar, eso sí-  aunque haga años que no lo hayamos rezado, o la lista de los reyes godos, si es que alguna vez conseguimos aprenderla -no fue mi caso-  o los cabos de España - que esos sí-   comenzando por los  de Higuer en San Sebastían, Machichaco en Vizcaya…pasando por los de Trafalgar y Tarifa en Cádiz  y terminando por el de  Creus en Gerona.

Viene a cuento todo este exordio para justificar la plasmación escrita de algunos de los recuerdos de mi memoria adolescente. Remedo así, aunque modestamente, lo que mi colega y amigo cántabro, el escritor José Ramón Saiz Viadero,  está dando a la prensa santanderina (eldiariocantabria): una serie de artículos bajo el título “De mi memoria evanescente”. Calificativo falso ya que, amén de rememorar infinidad de hechos y experiencias importantísimos y relaciones con personajes de primerísima fila cántabra y nacional, de las letras, la política y el arte, es una memoria, además de valiosísima,   prodigiosa.

A esta pobre e intrascendente memoria adolescente mía, en cambio,  vienen, ayudados por notas, fotografías, artículos de prensa  y desnudos e inseguros recuerdos, algunos radicados en el Tomelloso del primer lustro de los años  cincuenta del ya pasado siglo. 

Hoy, incitado por las noticias de los grandes baloncestistas de Tomelloso, Tomás Jiménez, Emiliano Morales y César Morales. (“Tomelloso marcó tendencia en diferentes momentos de la historia del baloncesto”)   y por las crónicas de  las andanzas deportivas del actual  Basket atlético Tomelloso, me viene a la memoria mi incorporación  a los “pioneros del baloncesto en Tomelloso”, de los que nos habla Carlos Moreno  en La Voz de Tomelloso del  sábado, 2 de Mayo del 2020, con la emotiva fotografía que lo encabeza. 

De los que en ella figuran recuerdo al desaparecido  Anibal Talaya, que cuando nos vinimos a Madrid, trabajaba  en Galerías Preciados y jugaba en su equipo y me invitó a que fuera a los entrenamientos; al entrañable amigo y vecino Andrés Naranjo, recientemente fallecido también y a  José Luis Albiñana Masó, “Pona”, que con su memoria y maestría periodística, podría mejorar, precisar, rectificar   y ampliar noticias al respecto y, por supuesto, estas notas.

Recuerdo también a Jesús Martínez  Murugarren. No por haber jugado al baloncesto con él, sino de haber sido dos años compañero de curso en el colegio Santo Tomás de Aquino. Hermano del coadjutor de la parroquia don José Luis y de dos hermanas. Navarros todos. Jesús con su castellano “anavarrado”. Cuando un día le castigaron en el estudio, le preguntó al fraile que  nos vigilaba, ¿Fray Javier, acaso?: “Querría que me diría por qué me castigaría”. Marchó de Tomelloso, creo recordar que con su hermano enfermo, cuando terminamos el quinto curso de bachillerato. Le perdimos la pista, como durante mucho tiempo yo perdí la de tantos amigos y compañeros de entonces. Hace unos años recuperé la de Ramón Serrano y la de mis dos únicos compañeros de curso supervivientes: Ignacio Carretero Rosado y Eliseo Rascón Escalada, con los que mantengo continua y afectuosa relación.  A través de ellos  he ido ampliando mis contactos  con amigos de entonces y de ahora, aunque, desgraciadamente, va menguando su número por la desaparición de muchos.

Pero quería comunicar una pista de Murugarren, con permiso de su autor. Eliseo, que en su peregrinar por la península y países de la Comunidad, residió algún tiempo en Navarra, nos contó que lo reconoció en su tierra, concretamente en Estella, y habló con él. Allí, enamorado de la naturaleza,  ejercía de guarda forestal.

La mencionada fotografía se dice que debe ser “de finales de los cuarenta o principios de los cincuenta”. Murugarren nos ayudará a datarla. Vivió en Tomelloso los cursos 1950-1953. Por tanto me inclino a que debe corresponder a este último año o al anterior. ¿Tal vez fuera tomada con motivo del  partido entre el Frente de Juventudes de Alcázar de San Juan y el de Tomelloso, que concluyó venciendo el primero por 32 a 18 tantos, del que, el 10 de septiembre de 1952, nos da cuenta el Diario Municipal de Tomelloso?

Yo me inicié en el baloncesto en el verano de  1954, tras aprobar la reválida de 6º,  curso en el que ya no estaba Jesús.

 Fue a través de Julio Madrid, que jugaba en el Cuenca Asociación Recreativa del que fue fundador, como recogen libros y crónicas del baloncesto conquense.

 La familia Madrid, don Julio y señora, Sole y Domingo vivían en la casa lindante, “por derecha entrando” con la nuestra, en la Plaza del Carmen. Procedían de Cuenca, con algún vínculo familiar en Valdepeñas. Don Julio vino a ejercer como maestro molinero a la fábrica de harinas de Pedrero, puesto en el que le sucedería, a su fallecimiento, su hijo Domingo. Julio trabajaba en un banco de Cuenca donde residía.  Venía a pasar las vacaciones de verano con su familia en Tomelloso.  Él me hacía madrugar en aquellos calurosos días para ir a entrenar al cercano campo de deportes, donde, entre el de futbol, y el velódromo  frente a los vestuarios, había una pista de tierra con un par de canastas que pretendía ser cancha de baloncesto.

Él me  desveló que el secreto de ese deporte consistía en meter un pesado balón de cuero por el alto aro sujeto a un tablero, cuantas más veces mejor y, a ser posible, más que el contrario y me enseñó las reglas de exquisita caballerosidad y respeto al adversario, con proscripción del contacto físico penado como falta “personal”.  

Allí acudían también los mencionados Naranjo y Aníbal y el más avezado en el manejo y tino del balón-canasta, José Luis Pona, con su 1.60 de estatura y sus  tres metros de entusiasmo.  Y alguno más, muy pocos. A veces se incorporaba, del frontero campo de futbol, algún futbolista a probar la puntería en el aro.  Con mala fortuna para mí, pues en una ocasión, uno, con botas de futbol,  al caer de un salto, me clavó un taco en el dedo gordo del pié derecho  dando ocasión a que, al año siguiente, hubieran de realizarme una pequeña intervención quirúrgica: mi herida de guerra baloncestística.

José Luis Albiñana  Masó, Pona,  era en aquel tiempo, el tomellosero  más experto en el deporte de la canasta. Había recogido la antorcha de los verdaderos pioneros del baloncesto en la ciudad manchega en los años cuarenta -de ellos nos hablará en sus memorias-  y la transmitió a las posteriores generaciones.

Llegó la feria de aquel año  y, entre los festejos, se programó un partido contra Alcázar de San Juan. En él un tal Díaz-Miguel que jugaba en el Estudiantes. Me alinearon de defensa estorbo, -entonces no hablábamos de “escoltas, aleros o alas-pivot”-  ya que no había más ni para los relevos, y el resultado, no lo recuerdo exactamente, pero sí que fue un paseo militar alcazareño con lucimiento de los respectivos titulares del Estudiantes y, en menor medida, del Cuenca. Rotunda paliza final. 

“Pasó un día y otro día”, el curso entero pasó, y con los nuevos entrenamientos baloncestísticos con Julio Madrid y los demás compañeros, -dado el escaso número de practicantes, no podíamos celebrar partidos entre nosotros- en la feria, nuevo encuentro contra el Alcázar de Díaz-Miguel, ya más famoso. Algo debíamos haber mejorado, pues en aquella ocasión, gracias a un excepcional partido de Julio,  conseguimos la proeza de un apurado triunfo de dos o tres tantos “arriba”, como ahora se dice. No sé si de estos partidos, -al parecer sin relieve suficiente para  ”Lanza” ni para el Diario de Tomelloso- dejaría constancia algún cronista o habrá subsistido alguna fotografía, si es que alguien la hizo.

 Toda mi familia mantuvo amistad con Sole Madrid, por la que supimos, que Julio, felizmente casado,  falleció  joven, en Cuenca, de un ataque cardiaco. D. E.P.

Y, en fin,  esta es mi la historia baloncestística  que  empezó y concluyó en aquel Tomelloso  y que me permitió jactarme, cuando Díaz-Miguel logró la gran y merecida fama que todos conocemos, diciendo: “En una ocasión yo jugué contra él y les ganamos”. Historia que, como decimos en los dictámenes, someto a cualquier otra mejor fundada y documentada, que, tal vez la haya.


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