Opinión

Enfermedad mental y estigamtización social

Ramón Moreno Carrasco | Miércoles, 17 de Febrero del 2021
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La muerte y el sufrimiento, aunque permanentemente presentes en nuestras vidas, nos provocan estados de miedo y ansiedad de tal magnitud que, a través de los distintos mecanismos de defensa de los que venimos provistos de fábrica, preferimos ignorarlos y pensar que nunca nos tocará a nosotros, si bien los datos empíricos dicen otra cosa radicalmente opuesta. La realidad es que nuestro certificado de garantía es inexistente, y aunque desde una perspectiva estrictamente estadística puede parecer una probabilidad lejana, ejemplos diarios demuestran que no es así, e incluso personas que llevan una vida precavida, absteniéndose de actividades peligrosas, se ven a diario sorprendidas con la enfermedad y el sufrimiento que ella lleva implícito.

Generalmente asociamos en concepto de salud a la ausencia de enfermedad, cuando en puridad éste va mucho más allá. Según la Organización Mundial de la Salud, también conocida por sus siglas OMS, la define como «un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades», contenida en el preámbulo de su acto constitutivo, si bien su génesis proviene de la Conferencia Sanitaria Internacional celebrada en Nueva York entre los días 19 a 22 de julio de 1946. Esto es, quiérase o no, en la salud influyen esos factores psíquicos y de orden social que, fuere por la causa que fuere, impiden a las personas su «completo bienestar».

Si adoptamos ello como cierto, dado que proviene de un organismo internacional al cual se le supone un amplio consenso, tendremos que irremediablemente inferir que cualquier patología que sea rechazada socialmente aumenta su gravedad, también, empero, dificulta su diagnóstico y tratamiento, pues los antedichos mecanismos de defensa yuxtapuesto a la ausencia de evidencia percibida por los sentidos, hacen que el enfermo, a menudo, caiga en un estado de negación, aun a sabiendas de que se está autoengañando.

La enfermedad mental, lejos de poder calificarla como rara en el sentido de que tenga poca incidencia en la población, es más habitual de lo que la sociedad es consciente. Según datos de nuestro Ministerio de Salud en 2017 al menos el 10,8% de la población sufría alguna patología mental, destacando que la incidencia no es homogénea, pues en los hombre es la mitad que el referido a las mujeres. La Confederación de Salud Mental en España vaticina, en su página web oficial, la escalofriante cifra de que al menos 1 de cada 4 personas sufren o sufrirán problemas de salud mental en su vida.

No corresponde al abajo firmante profundizar en las causas de lo dicho, debido a su ausencia de conocimientos técnicos en ello, pero como afectado que es desde muy temprana edad, si puede analizar lo que supone la estigmatización social de la enfermedad mental. Primeramente, le dificulta el acceso a un empleo digno y ve con frecuencia que personas con méritos inferiores a él/ella tienen más facilidad para acceder al mercado de trabajo.

El enfermo mental es percibido de manera constante como una supuesta carga para familiares o personas allegadas, cuando un porcentaje muy significativos de ellos, debidamente tratados, pueden llevar una vida autónoma similar a la de cualquier otra persona. Solemos ser percibidos como una especie de «psicópatas» a evitar porque pueden dañar nuestra integridad física o moral, pero si atendemos a los indicadores oficiales observamos que conducen sometiéndose a mayores revisiones por el bien de los mortales, y no suelen estar envueltos en delitos graves. Dicho de otra forma, parte de los enfermos mentales, bastante más alejado de la totalidad de lo que es la creencia popular, jamás han estado involucrados en delitos, y los que sí lo están se suele dar el agravante de no estar en el tratamiento que les correspondería. El enfermo mental sometido a tratamiento tiene una especial vigilancia por parte de las autoridades sanitarias, por lo que cuando entra en un estado que puede suponer un peligro para él, personas de su entorno o la sociedad en general, se adoptan las medidas preventivas oportunas antes de que ello llegue a materializarse.

Es frecuente ver como a causa de las dificultades que tienen para controlar ciertos impulsos, que en ocasiones no causan ningún daño, sus argumentos son rechazados de plano sin siquiera entrar a un análisis de ellos, quedando todo concluido bajo la despectiva y peyorativa expresión de «no está bien y no merece la pena hacerle caso».

En definitiva, el enfermo mental, si aspira a una verdadera integración social, junto al esfuerzo que toda persona tiene que hacer para vivir en comunidad, deberá, en la medida que le sea posible, ocultar su enfermedad, lo que aumenta enormemente su desgaste emocional y dificulta la efectividad del posible tratamiento al que esté sometido. La sociedad estigmatiza.

La mayor aporía de ello es que se está discriminando situaciones que científicamente pueden afectar en el futuro a personas que así actúan, demostrando que el avance habido en educación, lejos de acercarnos a la realidad de lo que realmente somos, nos instala en una distopia insostenible en el tiempo. Quiérase o no el enfermo mental es un ser singular al igual que lo es el sano mental, pues los más reputados expertos en la materia llevan afirmando durante mucho tiempo que cualquiera de nosotros, en circunstancias que percibamos extremas, podemos tener un comportamiento psicopático, el cual puede tener naturaleza temporal o vitalicia.

En la actualidad hay un debate sobre la iniciativa sobre la eutanasia y lo bueno que son nuestros cuidados paliativos, pero a pesar del esfuerzo que hacen las distintas asociaciones no hemos logrado una concienciación sobre lo que son realmente las enfermedades mentales, condenando a una importante parte de la sociedad a un sufrimiento adicional sin causa humanitaria que lo sustente. Rechazar lo diferente, lo que se sale de los cánones establecidos, nos lleva al oscurantismo.

Lo curioso de todo ello reside en que el enfermo mental suele tener una sensibilidad superior al resto de la población, mostrando en ocasiones más empatía que los sanos por gente que pasa por situaciones extremas, lejos de agravar su situación o hacerles daño, lo que viene a demostrar que, en la sociedad de la información, seguimos inmersos en un gran desconocimiento de lo que nos rodea.

Ramón Moreno Carrasco (Doctor en derecho tributario)

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