Opinión

El anciano y la fuente (4)

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 3 de Abril del 2021
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-Te puedes imaginar, amigo, la alegría que fue para mí volver a tener en casa a mi hijo, poder cuidarlo, mimarlo, besarlo, acariciarlo. Fue grandioso, qué digo grandioso, fue magnífico, no cabe en palabras tanta felicidad como sentimos. En los días siguientes, disfrutando de la euforia y  la colosal alegría, mi marido José y yo caímos en la cuenta de que los dos juntos podemos dar una imagen de cómo, posiblemente, es Dios. Debe tener corazón de madre y de padre a la vez. Cuando nos vamos de su casa, hacemos cosas que no le gustan, o fastidiamos a otras personas y posteriormente nos arrepentimos de nuestras malas acciones, Padre-Dios debe alegrarse tanto como nosotros nos alegramos con la vuelta de nuestro hijo.

Si Marta ya de por sí tenía una dulzura especial como mujer y como madre, ahora al hablar de Dios se había superado. No era solo lo que decía, sino cómo lo decía. Lo vivía, como si estuviera contemplando una imagen de Dios reflejada en ella y su marido, acogiendo al hijo que un día les partió el corazón con su partida. Evidentemente esta familia era “miel sola”, más dulzura imposible. Qué buen reflejo de lo que un día Jesús el hijo del carpintero de Nazaret predicaba a las gentes.

Me había aislado unos instantes revoloteando en mi cabeza lo que estaba viviendo. No sé si José, Marta  y la otra señora, Miriam la sirvienta comentaban algunas cosas más. Solo que en aquel momento oí un vozarrón que venía de la puerta, y otro más, inmediatamente; tan ensimismado estaba que di un salto por el susto.

-¡Shalom, familia!

-¡Buenas tardes, familia y forastero!

Eran dos hombres altos fuertes, con barba crecida. Dejaron apoyados en la pared sendos cayados que portaban hasta el momento. Dirigieron sus pasos hacia la mesa donde estábamos y dieron cada uno un abrazo a José y Marta y varios besos bien sonoros.

-Son mis hijos, -dijo José mirándome-, Leví el primogénito y Juan el pequeño.

Eran muy parecidos tanto el físico como en el tono de voz. Si otra vez los viera, seguro que no podría distinguir quién es uno y quién el otro.

-Para que no te confundas de nombre y persona te diré un secreto: Leví es el de melena larga, dice que es tan fuerte como era nuestro antepasado Sansón; te recuerdo que también él llevaba pelo largo porque era nazir, o sea estaba consagrado a Dios desde  su nacimiento. Juan lleva el pelo muy corto, su razón es también interesante, para él es un recuerdo de los años en que vivió fuera de casa, no quiere que se le olvide esa experiencia tan amarga.

-¡Shalom!, -me dijeron uno tras otro.

-Este invitado nuestro es conocido por el nombre de Cálamus, -aclaró el padre.

-¿Cálamus? Preguntó  Juan, -el hijo menor, mirándome-, ese nombre no es de persona, es del instrumento que utilizan los romanos para escribir.

-Efectivamente, Juan, -le respondí-, la razón de tal apelativo es que soy como un historiador, pero de personas y sucesos sencillos y aparentemente normales. Recorro caminos y pueblos guardando en mi memoria o escribiendo lo que veo importante dentro de la sencillez.

-Voy a estar encantado contigo, a mí me gustan las historias y los episodios famosos, ya te ha contado mi padre por qué llevo el pelo largo,- dijo Leví mirándome.

Mientras hablábamos esto Miriam la sirvienta había traído sendos vasos para los recién llegados, en el de Leví vertió vino y al de Juan agua. Yo observaba la maniobra y como buen “calamista” (entiéndase periodista, amigo lector) no se me despintó  la acción, por lo que, cuando el hijo mayor terminó de hablar, me dijo.

-Cálamus no se te ha pasado que a Juan le he echado agua en vez de vino endulzado con miel…; la razón no es otra que él solo bebe agua, dice que el vino que le tocaba en esta vida ya lo terminó con las malas gentes y sus borracheras. O ¿no?, -terminó mirando de Juan.

-Sí, señora, no mientes y haces muy bien  dando tal explicación, eres un cielo Miriam, -aclaró Juan.

-Miriam se llamaba una mujer muy importante en la historia de nuestro pueblo, fue hermana de Moisés, la que siguió el recorrido de la canastilla impermeabilizada con betún, donde habían colocado al niño; y cuando la hija del Faraón lo encontró se ofreció para encontrar ama de leche para el bebé. Y ¿a quién buscó? A la misma madre del recién nacido. Así la madre pudo criar a su hijo y darle el pecho en el mismo palacio del Faraón, -aclaró Leví dando el detalle histórico.

-No te va a faltar conversación con mis hijos, Cálamus, están todo el día cultivando el campo o con el ganado y cuando vuelven a casa no callan ni un instante, -dijo el padre, soltando una carcajada.

-Oye, Cálamus, has dicho que recoges historias interesantes para contarlas a otras personas de otros pueblos ¿te han contado mis padres la que ha marcado a mi familia desde que sucedió? –me preguntó Juan, poniendo cara interesante con unas ganas que se moría por contar detalladamente.

-Sí, tus padres me han hablado de que un día te marchaste, al cabo de unos años volviste, de su tristeza y de la alegría tan grande que se llevaron con tu vuelta., -respondí.

-Si te interesa puedo hablarte de mi experiencia durante esos años, -añadió Juan.

-Me encantaría, así podría completar la historia, -le respondí.

-La historia no la completarías con lo que te diga Juan, necesitas saber mi reacción cuando me enteré de que se iba con su parte de la herencia, yo me quedaba con todo el trabajo de nuestra hacienda y a la vuelta mi padre le preparó aquella fiesta tan grande, -intervino Leví.

-Por mi encantado, voy a disfrutar muchísimo con vuestras narraciones, aunque me vais a hacer trabajar, -respondí con una sonrisa de complicidad.

-Tengo los padres más adorables del mundo y junto a ellos el mejor hermano que jamás hubiera soñado, -comenzó diciendo Juan después de beber otro trago del agua fresca que le había servido Miriam-. Me he portado con ellos como el peor hijo de la tierra, como un sinvergüenza, como un degenerado,… pero estoy muy arrepentido, así se lo hice saber a los tres cuando regresé, y me faltarán días en la vida para reconocer las maravillas que han realizado conmigo.

Saltaron unas lágrimas de sus ojos a la vez que le fallaba la voz. Su hermano Leví que estaba a su lado le rodeó los hombros con su brazo, lo atrajo hacia sí y le dio un beso en la mejilla, sin emitir palabra alguna. Aquella caricia le devolvió la serenidad y continuó hablando…

-Un día me encabez0né y exigí, más que pedí, a mis padres la herencia que me tocaría cuando ellos murieran. Trataron de persuadirme tanto ellos como mi hermano. Pero yo estaba ofuscado y no pensaba nada más que en salir del pueblo y conocer mundo pasándolo bien de fiesta en fiesta. En ese momento no percibí en su justa medida lo que significa vivir en el seno de una familia que te quiere. En fin, un día, madrugué como de costumbre cogí el hato que había preparado y marché sin mirar atrás.

-Viví como los dioses del Olimpo unos meses, no llegó al año, -continuó Juan.  El dinero desaparecía como agua en una cesta de mimbre, antes de darme cuenta había saltado de mi bolsillo el último denario. No me preocupó demasiado porque en este tiempo había hecho muchos amigos…

(Continuará)      


 

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