-Te puedes imaginar, amigo, la alegría
que fue para mí volver a tener en casa a mi hijo, poder cuidarlo, mimarlo,
besarlo, acariciarlo. Fue grandioso, qué digo grandioso, fue magnífico, no cabe
en palabras tanta felicidad como sentimos. En los días siguientes, disfrutando
de la euforia y la colosal alegría, mi
marido José y yo caímos en la cuenta de que los dos juntos podemos dar una
imagen de cómo, posiblemente, es Dios. Debe tener corazón de madre y de padre a
la vez. Cuando nos vamos de su casa, hacemos cosas que no le gustan, o
fastidiamos a otras personas y posteriormente nos arrepentimos de nuestras
malas acciones, Padre-Dios debe alegrarse tanto como nosotros nos alegramos con
la vuelta de nuestro hijo.
Si Marta ya de por sí tenía una dulzura
especial como mujer y como madre, ahora al hablar de Dios se había superado. No
era solo lo que decía, sino cómo lo decía. Lo vivía, como si estuviera
contemplando una imagen de Dios reflejada en ella y su marido, acogiendo al
hijo que un día les partió el corazón con su partida. Evidentemente esta
familia era “miel sola”, más dulzura
imposible. Qué buen reflejo de lo que un día Jesús el hijo del carpintero de
Nazaret predicaba a las gentes.
Me había aislado unos instantes
revoloteando en mi cabeza lo que estaba viviendo. No sé si José, Marta y la otra señora, Miriam la sirvienta
comentaban algunas cosas más. Solo que en aquel momento oí un vozarrón que
venía de la puerta, y otro más, inmediatamente; tan ensimismado estaba que di
un salto por el susto.
-¡Shalom, familia!
-¡Buenas tardes, familia y forastero!
Eran dos hombres altos fuertes, con
barba crecida. Dejaron apoyados en la pared sendos cayados que portaban hasta
el momento. Dirigieron sus pasos hacia la mesa donde estábamos y dieron cada
uno un abrazo a José y Marta y varios besos bien sonoros.
-Son mis hijos, -dijo José mirándome-,
Leví el primogénito y Juan el pequeño.
Eran muy parecidos tanto el físico como
en el tono de voz. Si otra vez los viera, seguro que no podría distinguir quién
es uno y quién el otro.
-Para que no te confundas de nombre y
persona te diré un secreto: Leví es el de melena larga, dice que es tan fuerte
como era nuestro antepasado Sansón; te recuerdo que también él llevaba pelo
largo porque era nazir, o sea estaba consagrado a Dios desde su nacimiento. Juan lleva el pelo muy corto,
su razón es también interesante, para él es un recuerdo de los años en que
vivió fuera de casa, no quiere que se le olvide esa experiencia tan amarga.
-¡Shalom!, -me dijeron uno tras otro.
-Este invitado nuestro es conocido por
el nombre de Cálamus, -aclaró el padre.
-¿Cálamus? Preguntó Juan, -el hijo menor, mirándome-, ese nombre
no es de persona, es del instrumento que utilizan los romanos para escribir.
-Efectivamente, Juan, -le respondí-, la
razón de tal apelativo es que soy como un historiador, pero de personas y
sucesos sencillos y aparentemente normales. Recorro caminos y pueblos guardando
en mi memoria o escribiendo lo que veo importante dentro de la sencillez.
-Voy a estar encantado contigo, a mí me
gustan las historias y los episodios famosos, ya te ha contado mi padre por qué
llevo el pelo largo,- dijo Leví mirándome.
Mientras hablábamos esto Miriam la
sirvienta había traído sendos vasos para los recién llegados, en el de Leví
vertió vino y al de Juan agua. Yo observaba la maniobra y como buen “calamista”
(entiéndase periodista, amigo lector) no se me despintó la acción, por lo que, cuando el hijo mayor
terminó de hablar, me dijo.
-Cálamus no se te ha pasado que a Juan
le he echado agua en vez de vino endulzado con miel…; la razón no es otra que
él solo bebe agua, dice que el vino que le tocaba en esta vida ya lo terminó
con las malas gentes y sus borracheras. O ¿no?, -terminó mirando de Juan.
-Sí, señora, no mientes y haces muy bien dando tal explicación, eres un cielo Miriam,
-aclaró Juan.
-Miriam se llamaba una mujer muy
importante en la historia de nuestro pueblo, fue hermana de Moisés, la que
siguió el recorrido de la canastilla impermeabilizada con betún, donde habían
colocado al niño; y cuando la hija del Faraón lo encontró se ofreció para
encontrar ama de leche para el bebé. Y ¿a quién buscó? A la misma madre del
recién nacido. Así la madre pudo criar a su hijo y darle el pecho en el mismo
palacio del Faraón, -aclaró Leví dando el detalle histórico.
-No te va a faltar conversación con mis
hijos, Cálamus, están todo el día cultivando el campo o con el ganado y cuando
vuelven a casa no callan ni un instante, -dijo el padre, soltando una
carcajada.
-Oye, Cálamus, has dicho que recoges
historias interesantes para contarlas a otras personas de otros pueblos ¿te han
contado mis padres la que ha marcado a mi familia desde que sucedió? –me
preguntó Juan, poniendo cara interesante con unas ganas que se moría por contar
detalladamente.
-Sí, tus padres me han hablado de que
un día te marchaste, al cabo de unos años volviste, de su tristeza y de la
alegría tan grande que se llevaron con tu vuelta., -respondí.
-Si te interesa puedo hablarte de mi
experiencia durante esos años, -añadió Juan.
-Me encantaría, así podría completar la
historia, -le respondí.
-La historia no la completarías con lo
que te diga Juan, necesitas saber mi reacción cuando me enteré de que se iba
con su parte de la herencia, yo me quedaba con todo el trabajo de nuestra
hacienda y a la vuelta mi padre le preparó aquella fiesta tan grande,
-intervino Leví.
-Por mi encantado, voy a disfrutar
muchísimo con vuestras narraciones, aunque me vais a hacer trabajar, -respondí
con una sonrisa de complicidad.
-Tengo los padres más adorables del
mundo y junto a ellos el mejor hermano que jamás hubiera soñado, -comenzó
diciendo Juan después de beber otro trago del agua fresca que le había servido
Miriam-. Me he portado con ellos como el peor hijo de la tierra, como un
sinvergüenza, como un degenerado,… pero estoy muy arrepentido, así se lo hice
saber a los tres cuando regresé, y me faltarán días en la vida para reconocer
las maravillas que han realizado conmigo.
Saltaron unas lágrimas de sus ojos a la
vez que le fallaba la voz. Su hermano Leví que estaba a su lado le rodeó los
hombros con su brazo, lo atrajo hacia sí y le dio un beso en la mejilla, sin
emitir palabra alguna. Aquella caricia le devolvió la serenidad y continuó
hablando…
-Un día me encabez0né y exigí, más que
pedí, a mis padres la herencia que me tocaría cuando ellos murieran. Trataron
de persuadirme tanto ellos como mi hermano. Pero yo estaba ofuscado y no
pensaba nada más que en salir del pueblo y conocer mundo pasándolo bien de
fiesta en fiesta. En ese momento no percibí en su justa medida lo que significa
vivir en el seno de una familia que te quiere. En fin, un día, madrugué como de
costumbre cogí el hato que había preparado y marché sin mirar atrás.
-Viví como los dioses del Olimpo unos
meses, no llegó al año, -continuó Juan.
El dinero desaparecía como agua en una cesta de mimbre, antes de darme
cuenta había saltado de mi bolsillo el último denario. No me preocupó demasiado
porque en este tiempo había hecho muchos amigos…
(Continuará)
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Miércoles, 27 de Marzo del 2024
Jueves, 28 de Marzo del 2024
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