Opinión

Tomelloso en Galdós

Juan José Sánchez Ondal | Jueves, 24 de Junio del 2021
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En anterior escrito me ocupaba de la relación de doña Emilia Pardo Bazán con Tomelloso. Hoy lo hago de la referencia a esta ciudad contenida en una obra del que fuera su amante, el insigne novelista canario don Benito Pérez Galdós, del que también acaba de celebrarse el centenario de su nacimiento. 

Es conocida, por documentada en la correspondencia de doña Emilia, a veces subida de tono,  la relación, primero amistosa y después amorosa, entre los dos grandes escritores a partir de 1888, cuando don Benito tenía 45 años y ella 37, una vez separada de su marido; correspondencia de la que nos han dado noticia en el libro “Miquiño mío”: Cartas a Galdós, Turner, 2013, Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández; relación que, tras pasar por la crisis de la infidelidad de doña Emilia con José Lázaro Galdiano y reconciliación ulterior, se enfriaría a partir de que, en 1890,  Galdós comenzara una nueva, en Santander, con la bella modelo analfabeta, Lorenza Cobián, con la que tendría a la única hija por él reconocida, María. Relación epistolar mantenida amistosamente hasta 1915, por lo que ponemos en tela de juicio esa ingeniosa anécdota que se les achaca del reciproco ácido saludo, en el que al “Adiós, viejo chocho”, de doña Emilia, él la respondió con las mismas tres palabras, solo que alterando el orden de las dos últimas.

A pesar de la abundante producción literaria de don Benito, suele citársele como el autor de Fortunata y Jacinta o de los Episodios Nacionales. En uno de ellos está la mención de Tomelloso.

La batalla de los Arapiles,  décima y última novela de la primera serie de los Episodios Nacionales, se  publicó en 1875. En ella, un treintañero don Benito narra la última batalla de las fuerzas españolas, portuguesas y británicas  mandadas por Lord Wellington,  contra las tropas francesas al mando, a su vez,  del mariscal Marmont, que tuvo lugar el 22 de julio de 1812, en los alrededores de los montes Arapiles, Chico y Grande, en las proximidades de Salamanca. Para ello, Galdós se sirve del protagonista de la narración, el comandante Gabriel Araceli.

Están en  fechas previas a la batalla.

Después de larguísima jornada durante la tarde y gran parte de una hermosísima noche de Junio, España,  [el general Carlos de España (1775-1839)] ordenó que descansásemos en Santibáñez de Valvaneda, pueblo que está sobre el camino de Béjar a Salamanca”. Acomodados  “en el mejor aposento de una casa con resabios de palacio y honores de mesón”, Araceli despierta  sobresaltado de un sueño y llama a su asistente Tribaldos que acude presto.

“-Mi comandante -dijo Tribaldos sacando el sable para dar tajos en el aire a un lado y otro- esos pillos no quieren dejarnos dormir   esta noche. ¡Afuera, tunantes! ¿Pensáis que os tengo miedo?

-¿Con quién hablas?

-Con los duendes, señor -repuso-. Han venido a divertirse con usía, después que jugaron conmigo. Uno me cogía por el pie derecho, otro por el izquierdo, y otro más feo que Barrabás atome una cuerda al cuello, con cuyo tren y el tirar por aquí y por allí me llevaron volando a mi pueblo para que viese a Dorotea hablando con el sargento Moscardón.

-¿Pero crees tú en duendes?

-¡Pues no he de creer, si los he visto! Más paseos he dado con ellos que pelos tengo en la cabeza -repuso con acento de convicción profunda-. Esta casa está llena de sus señorías.”

Araceli manda a Tribaldos que indague el motivo del ruido del patio y este, solícito, vuelve a informar a su comandante que son unos comiquillos que van a Salamanca para representar en las fiestas de San Juan. Y, a renglón seguido, se desarrolla el siguiente diálogo entre ambos:

-¡Malditos sean los cómicos! Es la peor raza de bergantes que hormiguea en el mundo.

-Si yo fuera D. Carlos España -dijo mi asistente demostrándome los sentimientos benévolos de su corazón- cogería a todos los de la compañía, y llevándoles al corral, uno tras otro, a toditos les arcabuceaba.

-Tanto, no.

-Así dejarían de hacer picardías. Pedrezuela y su endemoniada mujer la María Pepa del Valle, cómicos eran. Había que ver con qué talento hacía él su papel de comisionado regio y ella el de la señora comisionada regia. De tal modo engañaron a la gente, que en todos los pueblos por donde corrían les creyeron, y en el Tomelloso, que es el mío, y no es tierra de bobos, también.

-Ese Pedrezuela -dije, sintiendo que el sueño se apoderaba nuevamente de mí- fue el que en varios pueblos de la margen del Tajo condenó a muerte a más de sesenta personas.

-El mismo que viste y calza -repuso- pero ya las pagó todas juntas, porque cuando el general Castaños y yo fuimos a ayudar al lord en el bloqueo de Ciudad-Rodrigo, cogimos a Pedrezuela y a su mujercita y los fusilamos contra una tapia. Desde entonces, cuando veo un cómico, muevo el dedo buscando el gatillo.”

Sic.

Frente a los que han utilizado a los naturales de Tomelloso como fuente de chistes, poniéndoles como prototipo de rudos o palurdos,  Galdós, por boca del tomellosero Tribaldos, reconocía no ser Tomelloso, precisamente, “tierra  de bobos”.

 

Madrid, 24 de junio de 2021

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