A las encinas comunes, tanto a la
Quercus ilex como a la Quercus
rotundifolia; las hemos venido denominando, en estos lares manchegos, como
“Carrascas” y “Chaparros”. La Quercus ilex es de hojas lanceoladas u
oblongo-ovales, de color verde obscuro por el haz, con entre siete y once pares
de nervios laterales, produce fruto o bellota amarga aunque no tóxica. La
Quercus rotundifolia, más compacta, de más altura y mejor porte, de sombra más
espesa y fuerte, es de hojas más redondeadas u ovaladas; el haz grisáceo-blanquecino
con entre cinco y ocho pares de nervios laterales, y da fruto o bellota dulce.
En ambas especies-subespecies, la bellota se encuentra recubierta por áspera y
rugosa cúpula, “capuchón”, cascabillo o como vulgarmente solemos llamarle:
“cascabullo”.
En llanadas al suroeste de la población de Argamasilla de Alba, en
suelos calizo-arcillosos, con geo-jirones de cantos rodados y tenues
concreciones travertínicas, aisladas, de escasa entidad, que evidencian la
existencia de lagos vestigiales; pertenecientes a periodos hidrogeológicos
pliocuaternarios y anteriores, se mantienen y desarrollan magníficos ejemplares
de ambas especies de encina; destacando el extraordinario paraje de la dehesa
“Las Pachecas”. Es un encinar casi único en esas abiertas orografías, con
considerables masas arboladas y árboles sueltos, de unos cuatro metros de
circunferencia y una altura máxima alrededor de veinte metros. La encina se
adapta extraordinariamente a todo tipo de suelos, aunque los calizo-arcillosos
serían los más óptimos, por ser más ricos en nutrientes; soportando mal los
suelos salinos y encharcados… Al tratarse de terrenos de labor, mayormente, es
primordial cuidar el laboreo de la tierra, tanto en los pedazos con cierta gradiente,
como en torno al árbol… Estas fantásticas “Carrascas” y “Chaparros”, se alzan
espléndidos, tranquilos…;(?) “meciéndose”, solo “inquietos” por la opresión que
sobre ellos puedan ejercer, en cualquier momento, la imprevisible climatología
y el ser humano… “¡Oh solitarios árboles, que desde hoy en adelante habéis de
hacer compañía a mi soledad, dad indicio, con el blando movimiento de vuestras
ramas, que no os desagrada mi presencia!”. Así hablaba D. Quijote de La Mancha,
al pisar en los montes de Sierra Morena. Téngase en cuenta que, cuando en la
Península Ibérica a la tala y explotación de los bosques, apenas si se les
aplicaban trabas administrativas, los montes fueron arrasados sin control ni
miramiento alguno… En el preámbulo de un Real Decreto de 1 de Noviembre de
1901, se puede comprobar cómo en la segunda mitad del siglo XIX, se talaron más
encinares que en los setecientos años de Reconquista. De casi todos es conocido
el comentario del duque de Almazán, en su libro “LA
CETRERÍA”, que en tiempos de Juan II, una ardilla podía atravesar la
península, de extremo a extremo, sin descender de las copas de los árboles. Y
Tomás Borrás en “España sin Bosques”, escribe sobre un embajador extranjero,
que hizo un viaje a Granada para departir con los Reyes Católicos: “desde Irún
a Santa Fe, no he dejado de pasar por un interminable boscaje…”. Felipe II, que
en todo no fue “trigo limpio”, como los montes eran propiedad del Rey; el año
1582, decía soberana y desusadamente: “…Una cosa deseo ver acabada de tratar, y
es lo que toca a la conservación de los montes y aumento de ellos… temo que los
que vinieren después de nosotros han de tener mucha queja de que se los dejamos
consumidos, y plega a Dios que no lo veamos en nuestros días…”.
La bellota más dulce, la de la encina Q. rotundifolia, rica en taninos e
hidratos de carbono, desde La Prehistoria, ha sido un alimento y sustento muy
importante tanto para el ser humano, (exquisito manjar era el pan de bellota
con miel en tiempos de la Edad del Bronce y de los Iberos) como para los
animales… “…, ya que una base de la vida económica de los aldeanos
españoles—describió Julio Caro Baroja, en “Los Pueblos de España”— ha sido la
bellota hasta el momento no muy lejano en que el roble y la encina fueron
atacados por una enorme enfermedad que en vastas extensiones hizo clarear y
hasta desaparecer viejos bosques”. Desde el Paleolítico, los asentamientos
humanos (ver agrupaciones temporales actuales) estaban condicionados, a la
fauna, al agua y a los ubérrimos encinares, en determinados territorios y
estaciones… “…; pésame cuanto pesarme puede, — (dice en su carta Teresa Panza a
la Duquesa; D. Quijote de La Mancha, C. LII) — que este año no se han cogido
bellotas en este pueblo, con todo eso envío a vuestra alteza hasta medio
celemín que una a una las fui yo a coger y escoger al monte, y no las hallé más
mayores; yo quisiera que fueran como huevos de avestruz…”.
La cantidad de dióxido de carbono (CO-2), que absorbe anualmente una
encina de unos cincuenta años (que transforma en oxígeno); aunque no se sepa
con exactitud, podría estar próxima a la del alcornoque que, “inhala” para su
“respiración” y fotosíntesis, unos cuatro mil quinientos kilogramos anualmente.
Según los expertos que han estudiado el papel que desempeñan las masas
arboladas, respecto del cambio climático, (el fitoplancton de las grandes masas
de agua, es fundamental) un kilómetro cuadrado de arboleda y matorral,
catalogable como bosque, generaría unas mil toneladas de oxígeno anuales. Y el
oxígeno que diariamente necesitamos media docena de personas, lo produciría
diariamente una hectárea de árboles…
En determinadas estaciones y épocas, las enfermedades y plagas causadas
por hongos e insectos defoliadores, suelen causar grandes daños en los
encinares… La “escoba de bruja”, (Taphrina Kruchii) es un hongo parásito que
penetra en el árbol, llegando a matarlo. Las distintas orugas: la “peluda”
(Lymantria dispar L.); la “lagarta palomilla”, “lagarta rayada”, la “catocala”,
etcétera; son lepidópteros (mariposas) defoliadores… También los coleópteros
perforadores como el escarabajo (Cerambix cerdo L., carcoma) suelen matar el
árbol… Cuando la encina se encuentra muy “decaída”, semiseca o muerta y la
regeneración no resulta posible ni con la poda de regeneración y persiste la
“decrepitud”; lo conveniente es la tala total, para evitar que la enfermedad y
plaga se propaguen a los ejemplares sanos.
Las superficies adehesadas de las apuntadas llanadas, también se podrían
calificar, rodal a rodal, como zonas de considerable interés faunístico, en
relación a otros territorios desprovistos de matorral y arboleda, donde la
variedad faunística y la biodiversidad en general, no se desarrolla tan
armónicamente…
En la actualidad, la caza mayor está copando extensos territorios de monte bajo, espeso, “marginando”, desplazando y depredando a multitud de especies, entre ellas el conejo (Oryctolagus cuniculos) que, sin tregua, encuentra reventadas por el jabalí (Sus scrofa) sus vivares, “conejares” madrigueras o “conejeras”. (Finaliza en el siguiente capítulo).
Bellotas dulces de encinas Quercus rotundifolia.
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Miércoles, 17 de Abril del 2024
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