En
el año 2021, Ángeles se hacía eco de un tweet donde se daba a conocer que la grasa
humana podía alimentar las baterías de cualquier dispositivo electrónico. Leer
aquello la llevó a interesarse por la química, la física, la electrónica y la
biología. Terminó sus estudios en el instituto con mención honorífica y
culminaría con éxito sus estudios universitarios, muy ligados a la
investigación (adivinen cuál fue el objeto de estudio de su tesis).
Ángeles
patentó, un par de años más tarde, el invento del siglo. Una fórmula única que
permitía transferir nuestra grasa corporal a cualquier cosa que contara con
transistores. Al principio, hubo cables; más tarde, algo parecido a las
primitivas wifis. Ahora, muchos de los transistores que usamos, los llevamos en
el cuerpo.
No
quedó ahí la cosa. La aplicación de Ángeles pronto se experimentó en el
transporte. Hordas de personas con sobrepeso accedían a los trenes de larga
distancia para conectarse y proporcionar energía a la locomotora. Al término
del viaje, abandonaban el andén (exprimidas y secas), listas para disfrutar de
un destino turístico, de un nuevo peso y de una vida (temporalmente) diferente.
Volvían
a hacerse populares los viajes en todo tipo de medios de transporte.
Automóviles, cruceros, incluso aviones devoraban kilómetros (y millas) a base
de lípidos que, previamente, habían acumulado los viajeros de forma insana.
Para entonces, Ángeles ya había renegado de su idea. Intentó detener su
desarrollo, sin éxito. La patente, que había expirado, se hallaba en proceso de
replicación mundial. Quiso explicar a la humanidad hacia dónde se dirigía esta,
pero fue en vano. Millones de personas comían y bebían sin control con el fin
de ofrecerse como combustible. Algunas morían durante el invierno, época en la
que acumulaban grasa. Otras, sufrían colapsos durante la transferencia de
energía, provocando horribles accidentes debido a la pérdida repentina de
potencia en los aparatos.
Para
suplir estos inconvenientes, las compañías establecieron estrictos controles
sanitarios. Sólo se aceptaría la mejor de las grasas, obtenida de manera
sostenible. Las empresas con menos recursos se vieron obligadas a utilizar
mantecas de dudosa procedencia, por lo que volverían a escena los servicios
low-cost, que tanto costó erradicar durante la época previa al descubrimiento
de Ángeles.
El
mundo, ahora, se estratifica en tres clases sociales: obesos naturales, obesos
criados en granjas rápidas y delgados permanentes. Los primeros, propulsan los
medios de locomoción más elitistas. En ellos, viajan los últimos, realmente
adinerados. Sin embargo, los segundos pueblan las redes de transporte locales.
Son ellos los que alimentan las celdas de combustible y son clientes al mismo
tiempo. Metro y autobuses saturados constituyen la única forma barata de ir al
trabajo, moverse por la ciudad o ver a la familia que vive en las afueras.
—A
decir verdad, muy a pesar del hallazgo de Ángeles, el mundo no parece haber
cambiado tanto.
—¡Cuánta
razón!
Ramón Castro Pérez trabaja como profesor de Economía en el IES
Fernando de Mena (Socuéllamos, Ciudad Real). Escribe relatos cortos en su blog Marlentina.
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Miércoles, 27 de Marzo del 2024
Jueves, 28 de Marzo del 2024
Jueves, 28 de Marzo del 2024