Opinión

Grasa

Ramón Castro Pérez | Martes, 24 de Agosto del 2021
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En el año 2021, Ángeles se hacía eco de un tweet donde se daba a conocer que la grasa humana podía alimentar las baterías de cualquier dispositivo electrónico. Leer aquello la llevó a interesarse por la química, la física, la electrónica y la biología. Terminó sus estudios en el instituto con mención honorífica y culminaría con éxito sus estudios universitarios, muy ligados a la investigación (adivinen cuál fue el objeto de estudio de su tesis).

Ángeles patentó, un par de años más tarde, el invento del siglo. Una fórmula única que permitía transferir nuestra grasa corporal a cualquier cosa que contara con transistores. Al principio, hubo cables; más tarde, algo parecido a las primitivas wifis. Ahora, muchos de los transistores que usamos, los llevamos en el cuerpo.

No quedó ahí la cosa. La aplicación de Ángeles pronto se experimentó en el transporte. Hordas de personas con sobrepeso accedían a los trenes de larga distancia para conectarse y proporcionar energía a la locomotora. Al término del viaje, abandonaban el andén (exprimidas y secas), listas para disfrutar de un destino turístico, de un nuevo peso y de una vida (temporalmente) diferente.

Volvían a hacerse populares los viajes en todo tipo de medios de transporte. Automóviles, cruceros, incluso aviones devoraban kilómetros (y millas) a base de lípidos que, previamente, habían acumulado los viajeros de forma insana. Para entonces, Ángeles ya había renegado de su idea. Intentó detener su desarrollo, sin éxito. La patente, que había expirado, se hallaba en proceso de replicación mundial. Quiso explicar a la humanidad hacia dónde se dirigía esta, pero fue en vano. Millones de personas comían y bebían sin control con el fin de ofrecerse como combustible. Algunas morían durante el invierno, época en la que acumulaban grasa. Otras, sufrían colapsos durante la transferencia de energía, provocando horribles accidentes debido a la pérdida repentina de potencia en los aparatos.

Para suplir estos inconvenientes, las compañías establecieron estrictos controles sanitarios. Sólo se aceptaría la mejor de las grasas, obtenida de manera sostenible. Las empresas con menos recursos se vieron obligadas a utilizar mantecas de dudosa procedencia, por lo que volverían a escena los servicios low-cost, que tanto costó erradicar durante la época previa al descubrimiento de Ángeles.

El mundo, ahora, se estratifica en tres clases sociales: obesos naturales, obesos criados en granjas rápidas y delgados permanentes. Los primeros, propulsan los medios de locomoción más elitistas. En ellos, viajan los últimos, realmente adinerados. Sin embargo, los segundos pueblan las redes de transporte locales. Son ellos los que alimentan las celdas de combustible y son clientes al mismo tiempo. Metro y autobuses saturados constituyen la única forma barata de ir al trabajo, moverse por la ciudad o ver a la familia que vive en las afueras.

—A decir verdad, muy a pesar del hallazgo de Ángeles, el mundo no parece haber cambiado tanto.

—¡Cuánta razón!

 

Ramón Castro Pérez trabaja como profesor de Economía en el IES Fernando de Mena (Socuéllamos, Ciudad Real). Escribe relatos cortos en su blog Marlentina.

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