La obra aborda los recovecos del amor en aquellos tiempos lejanos, pero su eje transversal viene a ser el enorme esfuerzo que supuso para las mujeres  alcanzar su libertad, tanto es así que la protagonista, la joven Aurora, a la que da vida una excelente Alba Banegas, desdoblada en dos personajes, es una empedernida lectora que guarda enterrada una biblioteca en su jardín. La obra va y viene del siglo XVII al siglo actual y ese viaje provoca unos contrastes que harán reír al público en repetidas ocasiones. El honor, al que tanto se invocaba en la época barroca, se puede mezclar con una llamada al 112. 

Los dos personajes que más se mueven en clave de humor sería Pico, el criado, interpretado por un magnífico Diego Morales y la bruja y criada, una enorme Sol López. Algo más serios eran los papeles de los otros dos personajes que completaban el quinteto: el galán Don Daniel y el corregidor encarnados por Antonio Hernández y Mario Portillo, brillantes también. La obra mantiene un ritmo vertiginoso, no se puede desechar un solo verso, los actores se mueven a gran velocidad por el escenario, bailan, cantan, tocan varios instrumentos, miran asombrados el patio de butacas a los galanes y damas del siglo XXI , enlanzando rimas y versos de una manera admirable e imparable, con el tono de los actores que les precedieron hace cuatrocientos años.  La pausa solo venia de la mano de la profesora de literatura que era la que engarzaba esos cambios de época.

 Hora y media de teatro del Siglo de Oro en su pura esencia,  dividido en tres partes y premiado por el público en una larga ovación final que obligó a los actores a despedirse varias veces.  Desde algún lugar aplaudirían también algunos de los grandes dramaturgos de aquella fecunda época para el teatro: Juan de Encina, Lope de Rueda, Calderón de la Barca, Lope de Vega, Tirso de Molina....la puesta en escena había merecido la pena, última frase de esta crónica que también nos sale en verso.