Opinión

«Dios te libre del 'tabardillo', del mal de ojo y de las aguas asuradas»

Salvador Jiménez Ramírez | Domingo, 21 de Noviembre del 2021
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Cuando nuestros picholeos, algazaras y correrías de críos, de por sí encanijados; por ser una alacena de carencias —entonces no sabíamos ser malos ni buenos; ni imaginábamos otra vida; ni queríamos que las cosas fueran de otra manera; ni habíamos escuchado: “… Y en virtud de lo dispuesto…”— se paraban por episodios febriles causados por las más diversas afecciones, sin diagnosis en aquellos tiempos, nuestras madres, con la angustia y el llanto de no entender nada de las morbosidades y la gran aventura de amar a sus hijos, apenas si raciocinaban y entonces “vislumbraban abismos” de la vida, e intervenían o echaban mano de ancestrales supersticiones, hechizos, fábulas y creencias…  Ataviadas de tétrica negrura, rezaban rosarios y jaculatorias del Mal de Ojo, de las Aguas Asuradas y del “Tabardillo”, para que obraran prodigios en nuestra maltrecha salud y ahuyentaran “posesiones de lo invisible y se ordenara nuestra salud y vida”: … Y que Dios te libre del Mal de Ojo, de las Aguas Asuradas y del “Tabardillo” …”.

En aquellas plegarias se escuchaba el rumor, ahogándose en los pechos, de mundos no físicos y extrañas “despedidas” y “retorno” de la vida. A los niños nos colgaban collarejos de escapularios con plegarias y signos mágicos, garabateados en papelotes sobrehilados en tela y también nos hacían tragar  bebedizos afogados, para quedar liberados del mal y que no nos abandonara la vida… En los “cuadros” de visión interior, el vecindario, con una definición fría, pero con cierto desasosiego, respirando recelo, tachaban a una mujer de aojadora de personas, animales y plantas: “… Y fue ella quien le hizo Mal de Ojo al perro chico y al membrillero, porque le dieron envidia los membrillos y no la dejaron de coger unos pocos. Que una mano lava a la otra y las dos la cara… Que ella está comía de dolores y no se los quitan los embelecos que lleva encima… Porque lo del “Tabardillo” y lo del chiquillo será del tufo del los cienos o de otras cosas peores, como cuando el paludismo y el “Tabardillo” al poco de acabar la guerra; porque las aguas estaban asuradas, soltando miasmas y tercianas  en muchos sitios y el “Tabardillo”, del que Dios nos libre, viene de cualquiera sabe de qué recovecos del mundo y entra en el cuerpo como una sombra mala…”.

Sentadas las madres junto a los enfermos, imploraban, con ademanes de chamanes de la antigüedad, con los rostros surcados por hendidas arrugas,  solemnes recitados entonados  con mortecina voz, bendiciendo el hogar y al doliente para que el vecindario viviera días y noches tranquilos, en la historia de su destino; “guardando” la oscura filosofía de que el “Tabardillo” era un tenebroso espectro, que penetraba en el cuerpo y en el “alma”, acabando con la salud y el juicio de la gente.

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De una de las mayores difusiones del piojo humano (Pediculus humanus), agente transmisor del tifus exantemático (“Tabardillo”), existen crónicas e informes allá por el siglo XIII, principalmente en Aragón y Cataluña y de los célebres asedios de Granada y Baza, en el siglo XV. También de inicios del XVII, a raíz de contiendas bélicas con toda una amalgama de milicias; movimientos migratorios y apiñamientos humanos en condiciones tremendamente insalubres.

Antaño, legos e instruidos designaron con el nombre de “Tabardillo”, lo que luego sería el grupo de las rickettsiosis: tifus exantemático; afección infectocontagiosa, siendo el agente causal la rickettsia prowazeki, transmitiéndose de humano a humano por un vector vivo: el piojo ya apuntado. El “Tabardillo” se solía asociar con una prenda de abrigo, de burdo estambre, de las personas, denominada Tabardo; cuyo tejido presentaba extraordinarias condiciones para la parasitación del Pediculus humanus.

Galenos españoles del siglo XVI, se intranquilizaron cuando el colega vallisoletano Luis Mercado describía el “Tabardillo”: “como una enfermedad febril acompañada de manchas rojizas, extendidas sobre los tegumentos externos, que asemejan picaduras de pulgas, mosquitos…”. Por sus extensos conocimientos e ingenio, Mercado fue nombrado Médico de Cámara del Rey Prudente Felipe II; escribiendo sobre sus dolencias en 1574. El médico placentino Luis del Toro, graduado en la Facultad de Salamanca, también se distinguió en el estudio del “Tabardillo”; teniendo buenas relaciones con los doctores de Carlos I.

El doctor natural de la villa navarra de Corella, licenciado en la Facultad de Alcalá de Henares, Alfonso López, en 1574, publicaría una considerable obra, cargada de observaciones objetivas, respecto de la febril epidemia. Pero sería el doctor Carlos María Cortezo, en la Conferencia Sanitaria Internacional de París en 1903, quien hizo una extraordinaria exposición, afirmando que el agente transmisor del tifus exantemático era el piojo. Más tarde, experimentalmente, lo demostrarían Nicolle, Martín Salazar y luego otros en el Centro de Aislamiento de Madrid (Cerro del Pimiento), durante la epidemia de 1903-1904.

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Aún no se han ido aquellos episodios de sombras de la infancia, con aquellas humildes figuras de las madres, con sus callosas manos en actitud de rezo; “viajando” sus trasfondos humanos entre símbolos mágicos… Rogando, a veces, a simples pareidolias de cristalizaciones pétreas; besándolas o golpeándolas, según fuera la relación, para “matar” el Mal de Ojo, el “Tabardillo”, el sarampión, las calenturas tercianas. Emociones humanas mudas, en un vasto sistema de sufrimiento, tristeza y supersticiones. Las imprecaciones eran un libro de escritura profética y ciega fe; donde  las familias “leían” el transcurrir de los mayores dolores de la existencia.

ob.imagen.Descripcion Placa caliza con bandeado gnésico-metamórfico, cuyos segmentos semejan una cruz latina
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