Si mal no recuerdo, seguro que han pasado un par de
meses o más desde que emitieron en la tele "Anatomía de un Dandy",
que es un documental sobre Francisco Umbral, un hombre genial y excéntrico, un
escritor de prestigio que dejó huella en el periodismo del pasado siglo.
En algunos momentos del reportaje se referían a su
faceta como articulista en un prestigioso periódico, pues Umbral, durante mucho
tiempo, tuvo una columna diaria en aquella publicación. Tanto es así, que el
director del mismo le animaba diciéndole que su crónica era un droga para los
españoles.
Y entonces pensaba yo sobre cuánta responsabilidad y
cuánto trajín para inventarse cada día un tema del que escribir, pues ese
compromiso solo podían asumirlo las grandes plumas como la de Umbral.
Uno, que es un modesto autodidacta y que sólo pretende
compartir sus escritos, reconoce sus
enormes limitaciones, sobre todo, para inventar o fantasear. Por eso, casi
todos mis textos tienen como soporte un hecho concreto que puede ser real o no,
pero que aprovecho para desarrollar lo que quiero exponer.
Pero vayamos al grano, que ya tengo casi media página
y aún no he entrado en materia. Les contaré que, ahora que el calendario nos
acerca a la Semana Santa, se me viene una anécdota o chascarrillo que alguna
vez escuché de pequeño.
En la Mancha, y en especial en el Campo de Calatrava,
los "armaos" eran muy importantes en los desfiles religiosos, es
decir, en las procesiones. Esa popular y vistosa costumbre continúa en muchos
pueblos de la zona, pero en Valdepeñas han desaparecido los soldados romanos
representados por los "armaos", agrupaciones que en algunos lugares
se denominan centurias, sin embargo, en la ciudad del vino, aquel grupo de
hombres se limitaba a una compañía, que viene a ser casi lo mismo. Por eso el
máximo responsable tenía el aparente grado de capitán como en las tradicionales
unidades de infantería.
Los más mayores contaban que una Semana Santa hubo un
tumulto o barullo, aquel día, y entre
las autoridades civiles y militares que procesionaban, se encontraba un capitán
de la Guardia Civil, que era el máximo representante del cuartel que existía en
la ciudad e inmediatamente trató de mediar en el altercado. El caso es que el
alboroto subió de tono y provocó un enfrentamiento entre el representante de
los armaos y el de la Guardia Civil. Entonces, en la discusión entre ambos
mandos, y tratando de finalizar la
disputa, el jefe de los armaos se encaró con el capitán de la Benemérita y con chulería le dijo que: " de
capitán a capitán no va na".
Aquel osado ignorante se arrogó de una autoridad que
no correspondía con la realidad porque los armaos eran, y son, figuras
decorativas para dar más vistosidad a las procesiones, y el grado de sus jefes
siempre ha sido simbólico y sin validez a efectos de jurisdicción.
Ese atrevimiento desafortunado quedó reflejado en
aquella frase, un dicho al que recurrían con pitorreo los vecinos cuando
sucedía algún enfrentamiento pueril o injustificado.
Supongo que esta anécdota o chascarrillo ha pasado al
olvido y ni siquiera ha conseguido permanecer en la tradición oral de la
ciudad, pero hay otros episodios grotescos que se dan frecuentemente y en
cualquier lugar.
Me comentaba un amigo su parecer sobre el cometido de
los voluntarios que ayudan en organismos públicos de protección, seguridad,
auxilio o asistencia. Él piensa que algunos actúan con extrema simpleza y
sentencia bromeando que a unos pocos les falta un hervor. Su opinión me
provoca una sonrisa pero, tratando de rebajar su crítica, le comento que mejor
nos iría a todos si tuviésemos más sentido común, que falta nos hace. Aunque él
insiste y alude rotundo que, a pesar de su buena fe, su torpeza les impide
desarrollar las tareas acordes con el compromiso adquirido.
Y es que puede ser una temeridad entregar un silbato a
un incompetente, que se viene arriba y se cree que está pitando la final de la
Liga de Campeones o que dirige el tráfico de una gran capital, vamos, que a
pesar de su entusiasmo, te monta un lío en un pispas
Cuento todo esto porque, a raíz de la pandemia que
hemos padecido, algunos listillos se
atribuyeron de una autoridad excesiva y que no les correspondía, abusaron de
potestad aprovechando el desconcierto en la aplicación de las cientos de normas
que se decretaron, y además, se aplicó un despotismo sobre los grupos de
población más vulnerables como las mujeres o los mayores.
El vigilante de seguridad te ordenaba e incluso te
abroncaba porque la cola no estaba bien formada, la cajera del supermercado te
regañaba porque el carro no se ponía así. El empleado de banca te invitaba a
salir de la sucursal argumentando que el aforo estaba completo y seguro que
había visto cómo iba de repleto el tranvía o el autobús, pero el tipo se
mostraba inflexible a pesar del frío que hacía en la calle.
A veces me pregunto por qué faltaban recursos para
contratar a más médicos y sanitarios y, sin embargo, sí los hubo para emplear a
esa caterva de sujetos encargados de triajes o filtros de todo tipo y en
cualquier lugar.
En absoluto pretendo generalizar, pero siempre había
algún cantamañanas empeñado en abroncar y dar órdenes con un desprecio
apabullante. Reconozco que estoy harto de consentir a prepotentes y ridículos,
por eso, cuando me percaté de aquellos abusos
tan arrogantes como absurdos, me vinieron a la memoria los del hervor y
aquel capitán de los armaos de mi pueblo.
Me indignaban tanto y estaba tan seguro de mi reproche
que a punto estuve de encararme con algún
fanfarrón de estos. Por supuesto les iba a soltar a la cara que ya bastaba de
amenazas y que no fuesen de listos porque "de capitán a capitán no
va na".
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Miércoles, 27 de Marzo del 2024
Jueves, 28 de Marzo del 2024
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