Ya a Don Quijote le llegó la muerte
«cuando él menos lo pensaba». Ni siquiera sus andanzas y locuras, por
bienintencionadas que fueran, serían suficientes para contar con un supuesto
«privilegio del cielo» que impidiera el fin de su propia vida.
De buen grado conocía Cervantes que
la existencia nace con el rumbo torcido en dirección al punto mismo en el que la
misma desaparece, haya hecho uno lo que haya hecho, contribuido (o no) con más
(o menos) acciones, de cualquier naturaleza, a este mundo que a tantos nos
contiene.
Y es verdaderamente notable la
conjunción de circunstancias pues, aun con certeza sobre el desenlace, ignoramos
cuándo nos saldrá la muerte al paso y, es más, seguro es que, acontezca cuando
acontezca, lo hará con sorpresa, por mucho que intentemos mantener la atención
concentrada en esta suerte de amenaza.
—Ha sido de repente, sin esperarlo —lamenta
el más allegado.
—Se veía venir —refiere el más viejo
de los testigos, meneando la cabeza con la vista puesta en las rodillas. Desprende
cierto alivio, que convive con la pena, ya que no es uno quien fallece, sino
otro.
—¿Qué dices? ¡Si estaba como un
roble y respiraba con fuerza! —apunta el primero, soliviantado aún por el
«sorpasso».
—Digo lo que digo —responde alzando
la cabeza —¡y lo afirmo con vehemencia! Se veía venir desde el mismo día en que
nació. Y si tú no te diste cuenta, es que eres bobo del todo.
Ramón Castro Pérez es profesor de
Economía en el IES Fernando de Mena y escribe relatos en su blog «Marlentina»
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Miércoles, 17 de Abril del 2024
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Viernes, 19 de Abril del 2024
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