En
el año 2020, en nuestro país, se contaban 4.889.900 hogares unipersonales.
Hogares, lo que se dice hogares, existían en esas fechas unos 18.754.800 según
el INE (encuesta continua de hogares). Así que este colectivo (personas
viviendo solas) supone el 26 por ciento del total de los mismos,
aproximadamente.
Confieso
que me encantaría saber más del asunto y poder acceder a los microdatos de la
encuesta y, sobre todo, a poseer el conocimiento necesario para tratarlos. Como
no es el caso, me pregunto cuántos tipos de hogares unipersonales existirán. No
me lleva demasiado tiempo pensar en: jóvenes emancipados que, bien no tienen
pareja, bien la mantienen a una distancia prudente; divorciados sin custodia
compartida; solteros de cierta edad (caben aquí también los que tienen pareja y
prefieren dormir solos); viudos y viudas (sin hijos o con ellos ya
emancipados); mayores de 65 (más solos que Laúna) y algún caso más (que tiene
que haberlo).
Probablemente,
algunos de estos hogares abandonen la categoría con el tiempo. Algunos acabarán
viviendo en pareja e incluso teniendo descendencia. El resto seguirá en soledad,
por gusto o por obligación, siendo esta última la menos deseable de las
situaciones (la penúltima es envidiable ¿no creen?).
¿Cuántos
de estos hogares tiene vivienda en propiedad? Volvemos a la encuesta continua
de hogares y descubrimos que, en 2020, 3.598.500 personas (el 74% de los
hogares unipersonales) vivían solas en su propia casa, pagada o hipotecada
(2.682.000 y 916.500, respectivamente). De manera inmediata piensa uno sobre el
destino final de estas viviendas. En unos casos, se dejarán a los hijos, pero
¿y si no hay hijos? o (lo que es infinitamente peor) ¿y si los hay, pero es
como si no los hubiera? Me encantaría conocer el dato de hogares unipersonales
mayores de 50 años, sin hijos y con vivienda en propiedad, porque la cuestión
es ¿qué se hace con ellas cuando su propietario ya no está?
De
buena tinta sabemos que vivimos en un país donde el ladrillo es casi una
religión. El mundo financiero también es consciente de ello y, por supuesto,
hay extraordinarias mentes pensando en cómo hacer líquida tal cantidad de
argamasa. El asunto cobra mayor importancia cuando se trata de gente sola que
se enfrenta a una longevidad cada vez mayor, igual a la incertidumbre que
genera pensar qué pasará con uno dentro de unos años.
Como
profesor de economía de instituto, entre las lecciones que encuentro más
interesantes se citan las referidas a las matemáticas financieras. Gracias a
ellas, podemos valorar (en cualquier momento) un flujo de dinero. Si añadimos,
además, probabilidades de supervivencia, entramos en el mundo de las
matemáticas actuariales. No quiero avanzar sin citar, aquí, a José Antonio
Herce San Miguel, economista de reconocido prestigio con el que he hablado en
ocasiones de estos temas que, después, intento adaptar a las clases.
En
una ocasión reciente salió a colación el asunto de las rentas vitalicias
constituidas gracias a la venta de la nuda propiedad de la vivienda, operación
que, para el tema que nos ocupa, parece realmente interesante. Imaginen el caso
de Luz que, a sus 65 años, vive sola en su propia casa. Luz no tiene hijos y su
vida es plena. En otras palabras, está sola porque así lo desea. Luz acaba de
jubilarse este año y su pensión es, aproximadamente, la media: unos 1.250 euros
mensuales.
¿Serán
suficientes dentro de 10 años? A fin de cuentas, la esperanza de vida a los 65
años para una mujer de Ciudad Real es de casi 21 años (¿será suficiente esta
pensión dentro de 21 años?). Es probable que no lo sea, aunque se actualice con
el IPC y ello es porque Luz necesitará cuidados que, al estar sola, deberá
pagar. Luz lo sabe y venderá la nuda propiedad de su vivienda.
¿Qué
es la nuda propiedad?
Sencillamente,
el valor de su casa descontado el valor que ella consumirá de la misma mientras
viva y resida en ella. Es decir, es el valor de su casa menos el valor del
usufructo. Si Luz vende, hoy, la nuda propiedad, el comprador accederá a la
vivienda una vez Luz fallezca, nunca antes. Pues bien, imaginemos que la
vivienda de Luz se valora en 140.000 euros. En este caso, el comprador
desembolsará 106.400 euros. Es decir, el valor del usufructo es el 24% del valor
de la vivienda (se aplica la siguiente regla: 89 – edad).
¿Qué
ha ocurrido?
Luz
recibe, hoy, 106.400 euros y seguirá viviendo en su casa hasta su
fallecimiento. El capital que acaba de recibir puede ser invertido de múltiples
formas. Una de ellas (muy conservadora) es la renta vitalicia. De esta forma,
Luz aportaría, en estos momentos, esta cantidad y recibiría, durante lo que le
resta de vida, unos 7.200 euros anuales (600 euros al mes), cantidad que
complementaría su pensión de 1.250 euros mensuales. Para realizar estos
cálculos necesitamos combinar las matemáticas financieras y las probabilidades
de supervivencia. Es decir, llevamos al aula de economía la genial mezcla de
estadística y finanzas (no sé a ustedes, pero a un servidor le fascina todo esto).
Las
rentas vitalicias tienen, como todo, sus ventajas y sus inconvenientes. Es
cierto que sus rendimientos son bajos (en este ejemplo hemos supuesto un 1%
anual), aunque por otra parte suelen ser inversiones adecuadamente garantizadas.
El caso es que Luz, aún joven, tiene ante sí una decisión vital. Tal vez tenga
sobrinos a los que dejar en herencia una casa y decida finalmente no vender la
nuda propiedad. O tal vez sí. Cada persona tiene su historia. Lo que sí es
cierto es que el aumento en la longevidad nos trae nuevas estrategias y nuevas
fórmulas, algunas propias de grandes alquimistas, capaces de disolver hormigón
para obtener efectivo. En el futuro existirán nuevos trabajos. Y también nuevos
productos financieros. Conocerlos debiera importarnos pues algunos de los que
ya han nacido vivirán más de cien años y lo harán solos.
Agradezco
enormemente las charlas con mi estimado José Antonio Herce San Miguel, de las
que extraigo siempre reflexiones que, posteriormente, intento aplicar en el
aula de economía. Huelga decir que las opiniones vertidas en este artículo son
responsabilidad, única y exclusiva de quien lo firma.
Ramón Castro Pérez es profesor de Economía en el
IES Fernando de Mena (Socuéllamos, Ciudad Real).
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Jueves, 25 de Abril del 2024
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