Opinión

Evolución

Ramón Moreno Carrasco | Sábado, 25 de Junio del 2022
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Érase una vez una especie animal que habitaba este planeta tierra, conocida como homo sapiens, que, en lo que el ínclito Darwin denominó teoría de la evolución de las especies, destacó como ninguna otra, debido a que está dotada de capacidades de raciocinio, comunicativas y cognitivas que no tienen las otras. Esos singulares y formidables talentos hicieron posible pasar del lenguaje verbal al escrito, pudiendo así dejar indeleble constancia de los descubrimientos que se iban sucediendo en el transcurrir del tiempo para las generaciones posteriores soslayando la tergiversación que es propia de la tradición oral. Después vino la maravillosa imprenta que dejó fuera de juego a los amanuenses mal intencionados que, por oscuros y desconocidos motivos, no eran fieles a la hora de transcribir los manuscritos, dando el primer paso para la universalización del conocimiento.

También hubo descubrimientos fantásticos en el campo de la física que hicieron posible sustituir la fuerza humana por la mecánica en la sempiterna lucha del hombre contra la naturaleza para la obtención de recursos imprescindibles para la subsistencia. Estos avances no solo fueron constantes en el tiempo, sino que se aceleraron exponencialmente, de tal manera que, sin abandonar en ámbito de las necesidades primarias, abordaron otros, verbigracia el ocio, las comunicaciones, el transporte, que hicieron posible un radical cambio en el modo de vida que tenían hasta entonces. En definitiva, el homo sapiens se superaba día a día a sí mismo, haciendo que sus condiciones de vida fueran mucho mejores que las de sus antepasados.

El efecto de todo esto fue creerse, falsamente, dueños absolutos del mundo, con derecho a hacer lo que les viniera en gana sin ningún tipo de restricción. En un momento dado exterminaron aquellas especies animales que les eran incomodas o les causaban una especie de incomodidad psicológica por lucir pieles más bellas que las suyas, sin siquiera reparar en si ello acarrearía algún efecto negativo. Cazaban esos bellos animales para despojarlos de sus hermosos ropajes naturales y con ellos fabricar abrigos suntuosos y horteras que lucir en reuniones sociales de postín. 

Llego el momento en que la vegetación también fue un impedimento, en tanto limitaba su capacidad de decisión respecto a las zonas que querían ocupar, no temblándoles el pulso para devastar dichas zonas y convertirlas en horrendos y laberínticos complejos de hormigón, sin caer en la cuenta de que estaban tirando piedras contra su propio tejado, pues dichas plantas son las que transforman el dióxido de carbono (CO2) en oxígeno, mediante el proceso conocido como fotosíntesis.

Ese avance del que tanto se ufanaban, lejos de ser perfecto e impoluto, tenía efectos secundarios que a la larga se hicieron notar, tales como la masiva emisión de nocivos gases a la atmósfera que terminaron por dañar la capa de ozono, aquella que les protegía contra los rayos ultravioletas del sol y sin la cual su vida simplemente no existiría, al menos en el modo y manera que la conocían, el problema del calentamiento global, el deshielo de los polos, etc. 

La vanidad, el narcisismo y la megalomanía tienen la facultad de crear alucinaciones en todos aquellos que la padecen, y nuestros homos sapiens, lejos de ser la excepción, la padecían con especial virulencia. A pesar de sus excepcionales potencialidades, llego un momento en que el mundo que percibían estaba muy lejos del real, pues paradójicamente su vulnerabilidad frente a los imprevistos aumentó en la misma proporción que los avances técnicos. Raudos y veloces desterraron al campo del olvido las viejas maneras que permitieron la vida durante milenios de sus ancestros, con lo que ante un eventual fallo de su novedosa tecnología el mundo se les venía encima. Los siniestros juegos de lo que para la clásica Grecia era la Diosa naturaleza (una tal Artemisa) no solo no cesaron, sino que se intensificaron. Inundaciones, terremotos, volcanes, tormentas que echan a perder las cosechas y fenómenos similares seguían apareciendo con enormes costes materiales y humanos.

Pero tampoco ahí está el punto más crítico de su existencia, pues en un momento dado ese conocimiento se enfocó en el profundo estudio de sí mismos y sus mecanismos fisiológicos y psicológicos, lo cual fagocitó a los más inteligentes para manipular al resto de sus semejantes como si de un rebaño se tratara, haciéndoles creer libres cuando en realidad jamás en su pasado fueron más serviles y esclavos. Como esta especie jamás se caracterizó por tener cordiales relaciones sociales e interpersonales, lejos de convivir pacíficamente los distintos modos de entender la existencia, fruto de múltiples factores, siempre intentaron imponerse unos a otros mediante cruentos enfrentamientos y sometimiento del diferente a vejaciones diversas. La tecnología ayudó a ello creando armas cada vez más peligrosas y letales, hasta el punto de que un buen día esa industria armamentística llegó a suponer uno de los sectores de actividad al que más tiempo dedicaban.

En los pocos momentos de convivencia pacífica que tenían, lejos de parar la fabricación de esos artefactos, seguían el mismo ritmo y eran almacenados y custodiados para el futuro e inevitable enfrentamiento, sin jamás caer en la cuenta que el custodio de esas armas que juraba eterna protección a quienes le otorgaron esa función podía, un mal día, faltar a su promesa ante una discrepancia cualquiera, por superflua que fuera, o simplemente enfermar y perder el juicio y hacerles desaparecer a todos de la faz de la tierra.Así, siempre inducidos por los más modernos mecanismos de la psicología y sociología, se enfrascaron en sesudos e interminables debates sobre si el modelo de organización social que tanto esfuerzo y vidas les había costado instaurar cumplía o no las expectativas teóricas primigenias, analizando de entre todas las ideologías posibles cuál de ellas se adaptaba mejor al momento actual. Otros dedicaban su tiempo al estudio de la forma de reparar los daños causados a la naturaleza, plasmando las conclusiones en extensos informes que eran ignorados sistemáticamente por quienes tenían el poder y la obligación de escucharlos e implantar esos criterios alcanzados con el debido consenso de los eruditos en la materia. Los había visionarios que veían el apocalipsis en la interrelación con quienes venían desde puntos lejanos a instalarse en esta parte del planeta donde las condiciones de vida eran notablemente mejores, aunque jamás visitaron esos países ni en verdad conocían el potencial peligro que esos movimientos migratorios podían producir o no. Y así cada individuo tenía una memez de la que ocuparse diariamente, aunque su avance era nulo, pues los elementos adversos que manejaban los poderosos lo impedía.

El delirio alcanzó cuotas inimaginables e impropias de seres racionales como ellos. Envidiosos y egoístas como ninguna otra especie con la que compartían hábitat, llegaron hasta el punto de vejar y condenar a la inferioridad a quienes les dieron cobijo los primeros nueve meses de su existencia, obligándolas a callar porque a menudo mostraban criterios más razonables que ellos.

Después de milenios de existencia, cuando realmente cayeron en la cuenta de sus errores y quisieron repararlos simplemente era demasiado tarde. Quienes se beneficiaban de su sometimiento y siempre fueron dueños absolutos de todo lo existente se negaron a ceder y apretaron el botón de emergencia, destruyendo el planeta entero.

Ramón Moreno Carrasco (doctor en derecho tributario)

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