Si eres
observador te has dado cuenta de la riqueza que ofrece, especialmente en el
campo de las diversiones…, la feria, cualquier feria, de cualquier año, de
cualquier grupo humano habitante de su trozo de terreno, llámese pueblo, ciudad
o aldea.
Me quedo
hoy con una de ellas que tú, querido espectador de curiosidades, has
descubierto, celebrado y comentado en algún momento de euforia con intento de
divertir a tu grupo de amigos.
Acepto
que me digas que es sibilina, pero no hace daño a nadie y despierta sonrisas.
Estoy
hablando de ese barniz con que muchos nos brocheamos el físico; claro que si lo
ves enfrente en vez de en ti mismo, resulta más interesante.
Vamos a
sentarnos en un velador, sabes que no es el que vela, me refiero a la mesa de
cualquier churrería o asador de pollos, cerca de nosotros discurre un río de
personas…, miramos e inmediatamente salta el comentario:
-Mira ese
señor con camisa salmón.
Va
elegante, salta a la vista que los últimos retoques los ha dado la señora
esposa. Los pocos pelos resistentes entre los laterales de la cabeza y nuca, se
alinean en surcos por acción anterior del peine, limpios, ordenados…, yo
añadiría que llevan un toque de laca.
No falta
la sonrisa en su cara, acostumbrada a mantener la seriedad y rectitud, en un
intento de hacerse respetar el resto del año por sus empleados, posiblemente
trabajadores de las viñas, lo delatan sus dedos fuertes y gruesos ejercitados
en labores campesinas de poda, cava y vendimia. La
tripa prominente habla de su pasión por el buen yantar. Posiblemente hace años
utilizó bigote subrayante de su preciada circunspección, el mostacho taparía,
en cierta medida, el labio de arriba con espacio para aguantar una buena cinta
de espuma cervecera.
Se
aproxima con su cónyuge empujante del carrito del bebé, ella camina orgullosa y
mirando al tendido, por si conoce a alguien a quien mostrar su envidiada manera
de transportar al roro.
Deciden
utilizar otro velador, no lejos de nuestro puesto de vigilancia. Al estilo
torero, aparta las sillas que entorpecen su paso, como si de media verónica se
tratara. No hay que preguntar dónde se va a sentar, en el punto dominante desde
el que ser no sólo observado, sino admirado por el resto del equipo familiar,
que lo acompaña.
Situados,
no sin grandes esfuerzos en la logística de colocación del cochecito, el “pater
familiae” da dos palmadas al aire y levanta su mano derecha, cuidando de que no
quede ni abierta (recordaría aquel saludo odiado por algunos) ni tan cerrada,
detestada por los enemigos del puño saludador. Hemos de reconocer que le ha
salido bordado el gesto, aplausos silenciosos del respetable, que componemos mi
compañera y yo.
Se acerca
el camarero agitado y avivado por la fuerza de su primer trabajo; él, el
pidiente, se imagina que el mesero viene entusiasmado por intentar servir al
señor con presteza y humildad como mandan los cánones culinarios decimonónicos.
-¿Qué
vais a tomar chicos? -Espeta el chico provisto del moderno talonario
electrónico y su bolígrafo sin tinta ni bolita, con el que golpea la pantalla
táctil del dispositivo; acaba de marcar el número de mesa y permanece atento a
la petición de los congregados devoradores de churros.
He percibido
la erización del vello de los brazos de nuestro homínido observado. He leído en
su mirada la pregunta, sin sonidos, reprochando la confianza: ¿Chicos…? ¿Nos ha
llamado este imberbe “chicos”, a nosotros, a mí? Me joden estas moderneces…, no
te conocen de nada y en vez de llamarte educadamente de usted, te dice “qué
vais a tomar chicos”, así no podemos llegar a ningún sitio bueno.
Con las
respuestas del resto de la familia y el resumen del “muchacho del mandil con
bolsillos repletos”, queda la petición hecha.
-Repito
la comanda por si quieren corregir algo –comenta el del cuaderno electrónico-:
Cuatro chocolates, ocho porras, un churro de chocolate blanco y una botella de
agua del tiempo. ¿Correcto?
-Sí,
señor, eso queremos, -responde el presidente de la mesa churrera, arrastrando y
en tono más elevado lo de “se-ñor”.
No han
transcurrido más de cinco minutos cuando aparece de nuevo el servidor de las
mesas. No hay ojos más que para lo que va depositando desde la bandeja al
tablero: Un cerro de churros recientes, calientes, crujientes…; tres vasitos de
chocolate espeso, raso, terso.
Ante el
espectáculo se dibujan sonrisas en las caras. Las manos infantiles se ponen nerviosas. El bebé ha debido percibir
la fragancia de los manjares, se despierta y con sus llantos lastimeros pide
que lo incorporen al corro.
El señor
de la camisa salmón, ya nuestro incógnito amigo, se siente el padre más feliz
del mundo, lleva todo el día disfrutando de su familia reunida…, toma una
servilleta, la coloca a modo de bufanda en uno de los churros, lo levanta;
mientras con la mano izquierda sujeta su vasito blanco, abrazado por la mano
curtida y con todo el cariño de que es capaz desea:
¡Que aproveche familia!
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Lunes, 5 de Septiembre del 2022
Domingo, 4 de Septiembre del 2022
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Jueves, 25 de Abril del 2024
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