La primera construcción tiene una capacidad de cinco mil arrobas y alberga tinajas de cemento y de barro. Las primeras son de 800 arrobas y las segundas de 500. El bisabuelo Eusebio empezó en esta cueva que estaba ligada a su pequeña fábrica de orujos y lías, los subproductos del vino. A la cueva se accede por una ancha escalera, bien conservada, con peldaños rematados por unos listones de madera y techo abovedado. De espíritu emprendedor y trabajador infatigable, Eusebio fue también  de los primeros compradores de vino de la ciudad. También compraba uva a maquila, un curioso sistema que relacionaba kilos de uva y rendimiento posterior para acabar determinando el precio.

El siguiente eslabón de esta familia vinatera llegó por la abuela Juana López Ruiz y el abuelo Alejandro Torres Burillo en el año 1950. “Ellos ampliaron lo que empezó su padre”,sigue contando Alejandro que habla con emoción de la familia. Esta segunda cueva, a la que se accede por una puerta con arco de medio punto, es de una abrumadora belleza. Una cueva de cuarenta metros de longitud y de cerca de 5 metros de altura que acoge 38 tinajas de 800 arrobas. Fueron construidas José María Díaz Benito, padre de nuestro experto tinajero que nos acompaña en una visita a la que tampoco falta la arquitecta, Ana Palacios.

El sello del tinajero queda plasmado en elementos decorativos como tetones, ménsulas, plafones, rabos estriados y un curioso adorno que reproduce la copa de un cáliz que le otorga  al vino toda su simbología sagrada. Impresiona la policromía de las tinajas que mezcla los tonos terrosos y sanguina con los blancos. La luz entra por cuatro lumbreras, una con desgarre circular y el resto trapezoidal. Los desgarres muestran las capas del terreno en una zona de la ciudad con una tosca de menor grosor. El techo fue revestido con tierra, de ahí que tenga desprendimientos  en algunas zonas.

Por la contramina accedemos al empotrado que nos permite ver la cueva desde arriba y la panorámica también es espectacular. El balaustre es de hierro y nos llama la atención la forma del techo de la cueva, un arco achaparrado muy original. 

Un anhelado proyecto

La aparición de las cooperativas y la normativa que obligaba elaborar en el acero inoxidable  provocó que cesara la actividad en la cueva. El actual anfitrión, que conserva la vena emprendedora de sus antepasados, quiso en el año 2000 abrir la cueva al público con un interesante proyecto turístico. No pudo ser por los requisitos burocráticos exigidos, pero al día de hoy no descarta llevarlo a cabo. “Hay que aprovechar el potencial económico de las cuevas como reclamo turístico en un proyecto en el que deben implicarse Ayuntamiento y propietarios de cuevas”. Alejandro no se cansa de agradecer a su bisabuelo y abuelos la herencia y legado que dejaron. Una joya, que Alejandro y su esposa, quieren mostrar algún día a los numerosos amantes del enoturismo. Conociendo su empeño, ilusión y capacidad de trabajo, seguro que lo acaba haciendo realidad.