Sobre la palabra "contexto" la RAE tiene
cuatro acepciones, pero dos ya están en desuso y las otras dicen así: Entorno
lingüístico del que depende el sentido de una palabra, frase o fragmento
determinados.
La segunda que se emplea viene a tener un significado
parecido pero refiriéndose a un término más amplio y que va más allá de la
lengua, así pues, para el segundo significado de "contexto", la
academia dictamina lo siguiente: Entorno físico o de situación, político,
histórico, cultural o de cualquier otra índole, en el que se considera un
hecho.
Por su etimología podríamos pensar que es una
expresión de eruditos y extravagantes, pero desde hace tiempo este término ya
es popular y no nos resulta ajeno porque es muy utilizado por la clase
política. Lo emplean para aclarar despropósitos, para puntualizar, para
desmentir o para tratar de enmendar algún testimonio desafortunado. Que hay que
ver el empeño de los dirigentes en monopolizar los medios con sus discursos
porque, ante tanta exposición y locuacidad, deberían acordarse del viejo y
sabio refrán que dice: Quien mucho habla, mucho yerra. Y luego
hay que explicarse o desdecirse, y una manera simplista de hacerlo es
declarando que tal o cual comentario está sacado de contexto, una excusa que
empieza a resultar vulgar para salir del compromiso; o bien deberían ser más
discretos y aplicarse el cuento de: Menos hablar y más trabajar. Dicho
esto, les confieso que me generan muchas dudas este binomio de política e información,
porque tengo la impresión de que se retro-alimentan interesadamente.
Luego están los titulares de la prensa amarilla que
esos sí publican a propósito asuntos y hechos que están fuera de contexto. Lo
hacen para atrapar al lector invitándole a la curiosidad, luego, cuando te
animas a leer el artículo o la reseña te das cuenta de que todo es incierto o
al menos dudoso y la crónica o la noticia apenas tiene relación con el
encabezamiento sensacionalista.
En muchos ámbitos el contexto es importante, cuando no
imprescindible. En literatura por ejemplo, para determinar el contexto del
argumento o de los personajes, son muy necesarias las descripciones puesto que
los detalles ayudan a comprender y a ubicar a los sujetos envueltos en la
trama.
Sin embargo hay que tener mucho cuidado con esta
herramienta porque hay que aplicarla en su justa medida. A veces, el autor
describe demasiadas cosas metódicamente, meticulosamente, con un exceso de
datos y en todas las situaciones, y eso, puede cansar al lector hasta el
extremo de aburrirle. En todo caso, si el escritor cree conveniente hacerlo,
debe tratar de que esas explicaciones tengan un ritmo determinado y sean
poéticas o bellas para que el lector las encuentre necesarias y no se canse.
Otras veces la propuesta va de carencias, es decir,
que se aportan muy pocas descripciones y, entonces, quizás de manera
intencionada o no, el autor traspasa al lector la responsabilidad de imaginar y
terminar de situar el contexto, en cualquier caso el literato debe dar las suficientes
pistas para construir el relato, en ocasiones como ésta el lector participa de
una manera más activa aunque corre también el riesgo de que se despiste o que
el esfuerzo sea muy grande y desista de seguir leyendo.
Por eso es tan importante el equilibrio o la justa
medida y, a veces, algunas novelas ganarían más calidad si cabe si se
suprimiesen unas cuántas páginas que resultan reiterativas. No sucede lo mismo
con otros géneros literarios donde el contexto está muy bien definido o puede
ser tan libre y ambiguo como en la poesía.
De vez en cuando, y leyendo a un autor que pertenece a
tu generación, empatizas con su obra, sobre todo cuando escribe con tintes
autobiográficos, sean estos completamente ciertos o no, pero comprendes sus
emociones, sus sueños, sus frustraciones. Al leer entiendes que el contexto
donde sitúa el relato fue muy parecido al tuyo y te lo apropias porque vislumbras aquella infancia que se parece
tanto a la tuya, y eres capaz de percibir aquel paisaje de monocultivos que
describe, las costumbres de aquel tiempo ya remoto e incluso el tipo de
educación que recibíamos.
Eso me ha sucedido leyendo "El viento de la
luna" del ubetense Muñóz Molina, aunque tenga mis dudas sobre la llegada
del hombre al satélite allá por 1969. Pero
empleando fragmentos de la gesta del Apolo XI, el escritor construye una
novela íntima, un texto que me ha evocado acontecimientos y situaciones afines.
En sus páginas he rememorado el desasosiego que siempre provoca el paso de la
infancia a la adolescencia, de vecinos compartiendo televisores en blanco y
negro o de la ingenuidad ante
conversaciones veladas o susurradas sobre un pasado no resuelto.
Desde hace tiempo, y a nivel personal, mi contexto lo
tengo bien marcado o definido, es mi familia, mis amigos, mi barrio, mis dos
ciudades, porque no soy capaz de elegir cual de ellas me importa más, la
extensa llanura que no llega a ser páramo porque la salvan viñedos y olivares,
la Mancha que es mi paisaje de referencia. Todo eso influye en mi bienestar y
en mi ánimo.
Como este empeño mío de resaltar últimamente la caída
de las hojas de los plátanos en mis escritos, suspirando por un otoño lógico de
días fríos, nubosos o lluviosos y un poco tristes, aguardando jornadas que me
inviten a refugiarme en mi casa, con los míos y poder disfrutar de mis
aficiones preferidas, dejando pasar las horas enredado en divagaciones como
ésta que ahora les intento compartir.
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Martes, 23 de Abril del 2024
Miércoles, 24 de Abril del 2024
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