“La  cueva es una monería” dice nuestro experto, José María Díaz, que nos acompaña  junto a la arquitecta, Ana Palacios. Es redonda y de pequeñas dimensiones con ocho tinajas de cemento de 450 arrobas de capacidad. Su altura es algo superior a los seis metros y su diámetro es de unos siete metros. 

Nos llama la atención su impecable estado de conservación, sin apenas humedad. El suelo es de cemento y observamos en el centro unos adoquines que era donde los antiguos vinateros echaban la lumbre.  El techo, que está en la pura tosca, y las paredes están enjalbegadas. Los peldaños de la escalera son de cemento, tanto la escalera como la contramina que conduce a una estancia que el primer propietario utilizó para guardar y conservar los quesos están cubiertas por una bóveda de medio punto. 

El empotrado también está en perfecto estado y tiene un balaustre de hierro. Los desgarres de las dos lumbreras, una de ellas condenadas, presentan una forma trapezoidal muy bien trazada. Nos topamos también con una pequeña fresquera y una antigua gradilla en muy buen estado.

Al final de la visita, José María lleva comenta la importancia que tuvieron las  cuevas en Tomelloso por sus especiales  condiciones para la conservación del vino y otros productos como el queso, los jamones o la carne.