Se resiste a la muchedumbre desde pequeño, evita cualquier concentración de más de cinco o seis. Nunca le han gustado las conversaciones impersonales, mucho menos las multitudinarias en que se pisan las palabras unos a otros. El murmullo de voces interpuestas le despista con facilidad, le irrita los nervios. Es casi automático, enfoca la mirada en un punto distante y huye a su mundo, preciado refugio de silencio en que los pensamientos pueden fluir sin mayores aspavientos. Le han tachado tantas veces de retraído que ya no pierde el tiempo en explicaciones. Allí, en el refugio, alguien conversa con él, le responde, aporta, replica, convence, argumenta, repregunta. El paraíso. El reino de la cordura, de la inteligencia, de la avidez de saber más. Su pequeño gran mundo en que todo se puede replantear, diseccionar y poner del revés. Donde cualquier diminuto detalle puede ser crucial. Ahí habitan las grandes incógnitas, las preguntas jamás formuladas. Grandes hallazgos. Enormes respuestas. Qué bonito es su mundo. Quizá por ser es el gran desconocido, el que nunca se muestra. Quizá.
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