Accedemos a ella por una imponente  escalera, cuya anchura podría oscilar entre 1,80 y los 2 metros.  Aunque las propietarias nos han advertido al llegar que la cueva está algo descuidada; resulta que no es así. La cueva, construida hace 170 años, está muy bien conservada. En el punto intermedio de la escalera hay un descanso que nos conduce a lo que fue el jaraíz y también a una pequeña cueva que contiene seis tinajas de unas 140 o 150 arrobas de capacidad, equivalente a unos 2.400 litros.

Cerca de allí vemos una prensa que, tal y como vuelve a explicar José María, es de los primeros años, una de sus partes se denominaba guitarra al emitir un curioso sonido cuando las cuñas se cambiaban de agujero. Descubrimos también una bomba y un ventilador. Así, llegamos a la cueva grande en la que destaca una impecable balaustrada de cemento, que al igual que ocurre con el empotrado, está impecable. Algunos esconchones explican que el empotrado, pintado de azul celeste, antes fue granate. Un arco une las dos partes del empotrado, lo que proporciona a la cueva un elemento constructivo muy bonito. La moldura también permanece intacta. 

Mirando hacia arriba observamos que el techo no está en la tosca, de ahí que se hayan producido desprendimientos, con lo que el blanco de las partes encaladas se combina con el ocre de las que han quedado en tierra. Las dieciséis tinajas que contiene la cueva son de 500 arrobas. Nos hace gracia la frase que pronuncia José Maria, “una cueva de estas características se decía antiguamente que era de pichulero mediano”. A la arquitecta que nos acompaña, Ana Palacios, le llama la atención que la cueva solía meterse un par de metros más allá de la línea del acerado que marcan las lumbreras. 

Y aún existe una tercera cueva, la más antigua, con solo dos tinajas en el que se observa el huevo de la canaleta por donde bajaba el mosto.  Pero el rasgo distintivo es que la canaleta se hizo a dos niveles con el fin de que pudiera rellenar tinajas de diferentes alturas. Esta cueva tuvo primero tinajas de barro, aquellas que se introducían por las lumbreras, pero luego serían sustituidas por las de cemento que empezaron a proliferar a partir de 1920 y cuya gran ventaja era que se construían dentro de la cueva. 

Subimos arriba, admirando otros elementos de la cueva como la fresquera, la puerta y el patio manchego que contiene otros curiosos aperos y herramientas. Las anfitrionas no nos dejan marcharnos sin antes compartir un aperitivo. Desde luego las cuevas son un gran patrimonio de Tomelloso, pero lo es mucho más su buena gente, como Ascensión y Cleme, que nos han recibido con una hospitalidad exquisita.