Ha sido emocionante visitar la última cueva donde se elaboro vino en Tomelloso. Es propiedad de Pedro Navarro Zarco, en la calle San Francisco, debajo de una original vivienda de estilo norteño, que amablemente nos enseñará después. Todavía pervive un acentuado olor a vino y brandy muy agradable en una cueva que ha sufrido reformas por razones de seguridad. Las reformas han alterado la estética de la cueva, pero por razones de seguridad “se hace lo que haga falta. Se produjo un recalamiento en el techo y consideré necesario reforzarlo”, explica el propietario que a la vez que nos muestra la construcción nos cuenta sabrosos y curiosos capítulos de su vida.  Una vida nada sencillo pues su padre murió cuando él era un niño y le obligó a trabajar y asumir responsabilidades siendo muy joven.

La cueva tiene un arco de ladrillo, una muralla y dos pilares que se van ensanchando a medida que se acercan al techo. Aflora así el tema de la seguridad de unas cuevas que, pese a invadir zona de calzada por donde pasan vehículos de gran peso, han aguantado siempre perfectamente. José María Díaz pone como ejemplo una cueva que se mete en la calle Don Víctor Peñasco, la que estaba en la esquina de la antigua armería de Correas o la de la familia Peinado. “Yo me apercibí para que todo estuviera más seguro”, vuelve a señalar Pedro Navarro. En este punto interviene José María Díaz para recordar que “la gente hacía sus cuevas y había momentos en que llegaban a las del vecino. No había muchas normas que especificaran hasta donde se podía llegar. La mitad de la calle para un vecino y la otra mitad para el otro, así de simple”.

El salitre y la humedad han hecho mella en el ladrillo de las paredes de la entrada. La cueva, construida antes de la guerra, es honda, unos 8 metros aproximadamente. Hemos bajado por una escalera que da un giro de 90 grados para llegar abajo. Nos sorprenden gratamente la existencia de varios barriles de brandy, lo que da una explicación a ese agradable olor que nos acompañará durante toda la visita. Precisa Pedro Zarco que lleva  siete años sin elaborar vino en la cueva, es decir, que ha estado activa hasta hace muy poco. Presenta buen aspecto, la moldura del empotre es una preciosidad, las tinajas son de 500 arrobas que en litros equivale a 8.000. José María Díaz reconoce la mano de su padre en algunas de las tinajas, mientras Ana Palacios no deja de disparar con su cámara tomando buena nota de los elementos constructivos de la cueva.

Cuando subimos al empotrado vemos más cerca del techo de tosca, que mezcla tonos ocres, blancos y negros. Recuerda Pedro aquellos tiempos en los que por el pueblo solo circulaban carros y la gran revolución que supuso la llegada de las ruedas con neumáticos. Habla de la valentía y arrojo de aquellos hombres que tanto trabajaron , aquellos que inspiraron los versos de Eladio Cabañero. Echado a los paisajes, guijarros de dolor son sus rodillas.Siempre a contra crepúsculo, pisando por los surcos cruza hincándose en los poros la tierra caldeada. Campesino de carne castigada, tatuado a piel desencajada y dura, las dos manos de bruces hacia el suelo, monolítico afán del barro vivo, trabando los tendones con el viento, traspasando su sangre restallada.