Feria 2019

Rosa María

Premio Local de Narraciones "Félix Grande" (Ex-aequo)

Alberto Lara Ramírez | Martes, 14 de Agosto del 2018
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En la presente mañana, la encargada de la papelería manipula con desenvoltura la fotocopiadora, reproducir currículos se ha convertido en su encargo principal debido al desempleo. Bertoto se detiene ante el número 32 de la calle Independencia y examina el interior de la papelería, “también se diseña rúbricas”, según el rótulo. Seguidamente, la dependienta advierte la entrada de un nuevo cliente, ya que sus primeros pasos son acompañados por el típico tañido del timbre adosado a la puerta de la mayoría de los establecimientos. La dependienta, se gira.

—Perdone —dice Bertoto—, ¿es usted la diseñadora experta en grafología? He venido porque necesito una firma, preferiblemente legible. ¿Cuánto me llevaría?

—Buenos días —dice la diseñadora—. El importe varía según la extensión de la rúbrica y la cantidad de ornamentación que la acompañe, sin olvidar los gastos administrativos del notario que debe validarla jurídicamente, por lo que en ningún caso le llevaría menos de mil euros. De cualquier manera, empecemos con la suya: ¿cuál es su nombre?

—¿Mi nombre? Oh, me ha interpretado mal: la firma no es para mí, es para mi Escritor.

—¿Cómo que para su escritor? —Dice la dependienta confusa por el extraño encargo.

—Mi Escritor está ocupado en escribir una narración con motivo de un certamen local, y no tiene tiempo de ingeniarse una firma. Por ello, para ir adelantando trabajo, me ha solicitado que acudiera aquí, con el propósito de encargar la firma que va a estampar al final de su obra. Asimismo, no puede presentar la narración firmada a tinta de bolígrafo, necesita una firma creada en nuestra realidad de personajes, desde nuestra perspectiva, inscrita ya en la propia narración, para que no descuadre el general de la obra.

—Los jueces deben ser muy rigurosos.

—Sinceramente, creo que no tiene la suficiente originalidad para diseñársela Él mismo.

—El problema que hay, señor, es que mi contrato y la legislación vigente me prohíben expresamente diseñar rúbricas a terceras personas, existe el riesgo de suplantación de identidad, lo cual es un delito. La persona que solicite una rúbrica debe asistir presencialmente, además de presentar los papeles y documentos correspondientes que permitan su identificación. Mi obligación es asegurarme, aunque si me demuestra de alguna manera que usted es un verdadero personaje, yo le concedo la rúbrica.

El escaparate es presidido por las más exquisitas marcas de plumas estilográficas: Waterman, Waldmann, Pilot, Faber Castell. En el rincón más selecto de la papelería, un inútil paragüero con polvo sufre las consecuencias de la sequía. Compuesta por cuadros con rúbricas de célebres personalidades, una exposición permanente recorre las cuatro paredes de la sala, en una línea continua, interrumpida solamente cuando el trazado discurre sobre el cristal del escaparate.

—Desde nuestra intrínseca visión de la realidad, los personajes podemos distinguirnos naturalmente —apunta Bertoto—, pero desde el exterior, los lectores solo contemplan un folio plano, donde nuestra apariencia real es incognoscible, por lo que desde allí somos homogéneos e inidentificables. Los escritores, conscientes de este defecto de escritura, nos conceden el elemento universal que nos hace únicos: el nombre, ya que es un principio puramente clasificatorio y distintivo que marca el límite de cada personaje. Ser controlado implica, por tanto, tener nombre, y yo me llamo Bertoto.

—Lo que quiero saber es cómo ha llegado a esa conclusión —dice la dependienta.

—En este momento, como sabe, mi Autor está escribiendo con el objetivo de presentarse al certamen, pero hay un antecedente: en la pasada edición ya trató de concursar, elaborando una narración donde yo era el personaje protagonista. Sin embargo, abandonó el proyecto, renunciando a seguir mi historia pese a haberme creado. No me había matado, yo seguía existiendo, pero dejó de controlarme y como consecuencia perdí la noción del nombre. Me cuestioné si es posible perder la identidad, entonces comprendí que el nombre es el indicativo de todo personaje, sin ese distintivo había desaparecido de cualquier texto. Por tanto, fui consciente de que había sido un títere manipulado a costa de perder el nombre y de convertirme en un desecho literario.

—¿Y todo ello hasta ahora, verdad? —Se figura la dependienta.

—Hasta que me ha requerido para este encargo, en efecto. Ahora busca ganar el premio con otro personaje protagonista, pero no soy rencoroso, y si le puedo ayudar efectuando con acierto este recado que me manda, yo lo voy a hacer sin cuidado.

—Sinceramente, siento curiosidad por saber dónde estará siendo escrito.

—Tal vez en un folio sucio, lo único que conozco es que estoy destinado en la realidad de las letras con cuerpo de 12 puntos. Por cierto, aún no lo sé, ¿cuál es su nombre?

—¿Mi nombre? —Dice irónica—. Yo no tengo nombre. En el momento que mi escritor me consideró inútil me abandonó, como se abandonan a los perros galgos que ya no sirven para la caza. Desde entonces no soy el personaje de ninguna narración, nadie controla mi expresión ni mis razonamientos, por lo que mis palabras no están expuestas en un guión o diálogo preestablecido, ahora disfruto del libre albedrío, y de la libertad.

—No hay que confundir libertad con desamparo. Los escritores hacen una gran labor, nos dotan de razón y pensamientos, a ellos les corresponde nuestra inteligencia.

—¡Los escritores se comportan como déspotas ilustrados! —Golpeando el mostrador—, configuran a sus personajes abusivamente, les conceden sus ideas y opiniones sin ningún tipo de consentimiento: todo para el personaje, pero sin el personaje. Los escritores dominan el mundo mientras mantienen a los lectores entretenidos, ciegos en la ignorancia, indiferentes ante su tiranía. Los lectores deberían luchar contra esa tiranía que está enfrente de sus ojos, la cual ellos también pueden estar sufriendo sin ser conscientes, ya que hasta la muerte, nadie sabe qué tipo de existencia ha vivido.

—Una chica revolucionaria, ¿verdad? Pero si no tiene identidad ni papeles para abrir legalmente un negocio, ¿qué hace regentando una papelería donde diseña firmas?

—Lo falsifiqué todo, era cuestión de vida o muerte, necesitaba un refugio. Los otros personajes rechazados me acusaban de fingir mi condición, culpándome de ser en realidad un personaje manipulado, con nombre. Amenazaron con acabar conmigo y alquilé este negocio para esconderme, una papelería donde se diseña rúbricas es, sin lugar a dudas, el último lugar al que acudiría una persona sin nombre.

—Entonces usted mejor que nadie debe saber que yo soy un personaje de verdad.

Anochece, y la dependienta, instintivamente, acciona una clavija del contador. Al fin de la jornada laboral, multitud de viandantes curiosean desde el escaparate la papelería encendida, la exposición iluminada. Nunca comprendí el momento en el que don Quijote dijo que tomar un coche y atravesar la Plaza de España en hora punta es más atrevido que atacar molinos de viento. Pero sí comprendí su locura. También la mía. Entre tanto, la dependienta cierra el contador.

—Ahora que me he descubierto debería dejar este trabajo, además, no quiero pasar escondida el resto de mis días. Tiene suerte, esta es la última rúbrica que concedo, dígame el nombre de su escritor —solicita la diseñadora mientras coge una pluma.

—Demasiado pronto ha anochecido —apunta Bertoto—. El nombre no puede aparecer en el texto, la identificación directa de la obra con su autor está prohibida por las bases del concurso. En cambio, le digo el seudónimo: De Morgan es el que utiliza.

—Un momento —dice la diseñadora sobresaltada, desprendiéndose bruscamente de la pluma—, ese también era el seudónimo que utilizaba mi escritor y creador.

—¿Está usted tratando de decir que su creador y el mío son la misma persona?

—Por fin, por fin nos volvemos a encontrar. Ahora que tengo la oportunidad, debería vengarme de su escritor por todo el daño que me ha causado, pero al igual que usted, yo tampoco le guardo rencor —hace una larga pausa— En fin, ¿hay algo más acerca de las bases que deba conocer antes de ponerme a dibujar?

—Nada más que influya en la firma. No obstante, la narración debe ajustarse al tamaño DIN A-4 a doble espacio, máximo cinco páginas, y en letra con cuerpo de 12 puntos.

—¿Letra con cuerpo de 12 puntos? Demasiada casualidad que esté usted destinado y sea escrito con el mismo tamaño de letras que obliguen en las bases del concurso.

—¿Insinúa que este es el escrito del certamen? ¡Por eso nuestro escritor es el mismo!

—Insinúo que usted es el personaje de esa narración, pero es imposible que yo aparezca.

—Eso es lo que usted cree. Los otros desechos sin nombre no creo que le rechazaran por gusto, usted es en realidad un personaje, y ellos lo sospechaban. Está confundida.

—Se ve a la legua que yo soy libre. Si fuera un personaje, tendría nombre.

—No vaya tan rápido, tal vez lo tenga y no lo recuerde, o no lo conozca. Hay un elemento de la narración que es totalmente inaccesible y ajeno para los personajes: el título que escoja nuestro Escritor. Tal vez su nombre está escondido ahí, camuflado.

—Encima tiene el descaro de jugar con nosotros a los acertijos. Pero si suponemos que eso es verdad, la extensión máxima de la narración es de cinco páginas, y llevamos aquí dialogando durante todo el día, el final no debe quedar demasiado lejos.

—¡Eso explicaría que haya anochecido tan pronto!

—¿Qué hacemos?

—Está claro lo que debemos hacer, hay que cumplir con el deber que nos ha mandado antes de que se agote el espacio. ¡Rápido! ¡Diseñe la firma!

—¿Mi nombre? —Dice irónica—. Yo no tengo nombre. En el momento que mi escritor me consideró inútil me abandonó, como se abandonan a los perros galgos que ya no sirven para la caza. Desde entonces no soy el personaje de ninguna narración, nadie controla mi expresión ni mis razonamientos, por lo que mis palabras no están expuestas en un guión o diálogo preestablecido, ahora disfruto del libre albedrío, y de la libertad.

—No hay que confundir libertad con desamparo. Los escritores hacen una gran labor, nos dotan de razón y pensamientos, a ellos les corresponde nuestra inteligencia.

—¡Los escritores se comportan como déspotas ilustrados! —Golpeando el mostrador—, configuran a sus personajes abusivamente, les conceden sus ideas y opiniones sin ningún tipo de consentimiento: todo para el personaje, pero sin el personaje. Los escritores dominan el mundo mientras mantienen a los lectores entretenidos, ciegos en la ignorancia, indiferentes ante su tiranía. Los lectores deberían luchar contra esa tiranía que está enfrente de sus ojos, la cual ellos también pueden estar sufriendo sin ser conscientes, ya que hasta la muerte, nadie sabe qué tipo de existencia ha vivido.

—Una chica revolucionaria, ¿verdad? Pero si no tiene identidad ni papeles para abrir legalmente un negocio, ¿qué hace regentando una papelería donde diseña firmas?

—Lo falsifiqué todo, era cuestión de vida o muerte, necesitaba un refugio. Los otros personajes rechazados me acusaban de fingir mi condición, culpándome de ser en realidad un personaje manipulado, con nombre. Amenazaron con acabar conmigo y alquilé este negocio para esconderme, una papelería donde se diseña rúbricas es, sin lugar a dudas, el último lugar al que acudiría una persona sin nombre.

—Entonces usted mejor que nadie debe saber que yo soy un personaje de verdad.

Anochece, y la dependienta, instintivamente, acciona una clavija del contador. Al fin de la jornada laboral, multitud de viandantes curiosean desde el escaparate la papelería encendida, la exposición iluminada. Nunca comprendí el momento en el que don Quijote dijo que tomar un coche y atravesar la Plaza de España en hora punta es más atrevido que atacar molinos de viento. Pero sí comprendí su locura. También la mía. Entre tanto, la dependienta cierra el contador.

—Ahora que me he descubierto debería dejar este trabajo, además, no quiero pasar escondida el resto de mis días. Tiene suerte, esta es la última rúbrica que concedo, dígame el nombre de su escritor —solicita la diseñadora mientras coge una pluma.

—Demasiado pronto ha anochecido —apunta Bertoto—. El nombre no puede aparecer en el texto, la identificación directa de la obra con su autor está prohibida por las bases del concurso. En cambio, le digo el seudónimo: De Morgan es el que utiliza.

—Un momento —dice la diseñadora sobresaltada, desprendiéndose bruscamente de la pluma—, ese también era el seudónimo que utilizaba mi escritor y creador.

—¿Está usted tratando de decir que su creador y el mío son la misma persona?

—Por fin, por fin nos volvemos a encontrar. Ahora que tengo la oportunidad, debería vengarme de su escritor por todo el daño que me ha causado, pero al igual que usted, yo tampoco le guardo rencor —hace una larga pausa— En fin, ¿hay algo más acerca de las bases que deba conocer antes de ponerme a dibujar?

—Nada más que influya en la firma. No obstante, la narración debe ajustarse al tamaño DIN A-4 a doble espacio, máximo cinco páginas, y en letra con cuerpo de 12 puntos.

—¿Letra con cuerpo de 12 puntos? Demasiada casualidad que esté usted destinado y sea escrito con el mismo tamaño de letras que obliguen en las bases del concurso.

—¿Insinúa que este es el escrito del certamen? ¡Por eso nuestro escritor es el mismo!

—Insinúo que usted es el personaje de esa narración, pero es imposible que yo aparezca.

—Eso es lo que usted cree. Los otros desechos sin nombre no creo que le rechazaran por gusto, usted es en realidad un personaje, y ellos lo sospechaban. Está confundida.

—Se ve a la legua que yo soy libre. Si fuera un personaje, tendría nombre.

—No vaya tan rápido, tal vez lo tenga y no lo recuerde, o no lo conozca. Hay un elemento de la narración que es totalmente inaccesible y ajeno para los personajes: el título que escoja nuestro Escritor. Tal vez su nombre está escondido ahí, camuflado.

—Encima tiene el descaro de jugar con nosotros a los acertijos. Pero si suponemos que eso es verdad, la extensión máxima de la narración es de cinco páginas, y llevamos aquí dialogando durante todo el día, el final no debe quedar demasiado lejos.

—¡Eso explicaría que haya anochecido tan pronto!

—¿Qué hacemos?

—Está claro lo que debemos hacer, hay que cumplir con el deber que nos ha mandado antes de que se agote el espacio. ¡Rápido! ¡Diseñe la firma!

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