Como cada primavera y desde
hace varios años una de mis gatas ha tenido gatitos, seis en esta camada, tres
machos y tres hembras. Nacieron en abril, pero ha sido en estos días cuando los
ha “presentado en sociedad”. Los suele parir en un solar contiguo que está deshabitado
y donde la paz es absoluta. En las últimas semanas de abril la panza enorme delataba
su preñez, hasta que un buen día apareció escuálida y con los pezones
resplandecientes; había parido. Con la habitual precaución para que nadie
supiera donde los guardaba, al caer la tarde y cuando se creía libre de vista
alguna, enfilaba el tejado que la llevaba hasta ellos.
Cada año tiene lugar la
misma secuencia. Un día, los gatillos empiezan a asomarse por ese mismo tejado,
dubitativos, temblorosos, descubriendo un mundo para ellos completamente nuevo.
Los que resultan más decididos siguen a la madre allá donde va. Para ello han tenido
que superar el primer gran obstáculo de sus vidas, lanzarse desde el tejado a
un árbol que se encuentra a un metro de distancia; salvado el trance y una vez aprendida
la lección todo es pan comido pues trepan por su tronco con una rapidez impresionante.
Primero aparecieron tres, luego
uno más y después de unos días otros dos. Una de las gatitas, la más pequeña,
la “caganidos”, se mantuvo un tiempo sin atreverse a saltar; maullaba y
maullaba; su madre desde el suelo no dejaba de mirarla pero nunca subió a
amamantarla, esperaba a que ella bajara: la estaba enseñando a vivir.
Poco a poco los gatillos van
creciendo, aunque de forma desigual y ya han empezado a demostrar su “carácter”.
De todos, solamente dos, un macho y una hembra continúan dependiendo de la
leche materna. El ciclo de la vida sigue su curso y Kora, que así se llama la
madre, ya no permite que los otros cuatro mamen. Según ella, están en
condiciones de buscarse la vida. Sin embargo como todos los felinos, cuando logra
cazar algún gorrión, emite un sonido de llamada, los gatillos corren presurosos
y les entrega tan preciada presa para que se la disputen: les está enseñando a sobrevivir.
Con cuatro meses, la camada ya
ha empezado a distribuirse en grupos, los dos más débiles siguen dependiendo
aún de la madre, mientras que los dos machos mayores casi duplican ya en tamaño
a las hembras, manteniendo un particular comportamiento de mayor independencia.
Tras múltiples intentonas fallidas, ayer uno de ellos cazó al fin de manera certera
un pajarillo.
Todas las mañanas cuando me levanto, están
esperándome. Dos de ellos, los más desconfiados, no permiten que me acerque
demasiado, uno sin embargo, el más oscuro permanece impasible y ya lo he podido
acariciar y coger con las manos. Durante el día los machos desaparecen, no así
las gatitas que permanecen allá donde me encuentro. Es al caer la tarde cuando
los ausentes aparecen a la vez, como si el reclamo del anochecer los pusiera a
todos de acuerdo.
En la noche, sus
comportamientos cambian por completo; de huraños y huidizos se convierten en
curiosos y cercanos; en el silencio del campo, mientras estoy entregado a la
lectura, esos gatillos que durante el día son temerosos y desconfiados se me
acercan como pidiéndome que les dedique un rato.
Cansados de jugar, se
derrumban tumbándose a lo largo; entonces la madre vigilante los harta a
lametazos mientras yo embobado contemplo el tierno cuadro. Y una vez ya
descansados, los seis gatillos muy traviesos, se enredan juguetones arañando
las patas de la silla y mis zapatos.
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Martes, 23 de Abril del 2024
Miércoles, 24 de Abril del 2024
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