Opinión

Tú a lo tuyo

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 18 de Agosto del 2018
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Seguro que a lo largo de tu vida o de tus viajes, quizás ahora en verano y con las vacaciones te has encontrado alguna vez con el “tonto de turno”, como llamamos en plan jocoso e incluso con un cierto tono de ira, cuando algún personajillo nos ha hecho pasar un momento de tensión inútilmente.

No menciono, por supuesto, con esta palabra a las personas que antiguamente en los pueblos se les denominaba con tal epíteto con tintes de menos precio y de intentos de ridiculización para jolgorio de los “listos”. Para ellos mi respeto y mi cariño.

Me estoy refiriendo a aquellos a los que después de verlos actuar, comentamos: “Este no se va a coger la chaqueta con las puertas de la NASA”. Son aquellas personas que disfrutando de su correspondiente coeficiente intelectual más bien escaso, lo multiplican por  “n20” por arte de birli-birloque.

La naturaleza les ha colocado en su cerebro un circuito de neuronas, que se sobresaltan unas a otras por la rapidez ultrasónica de repuestas por segundo. Cree que nadie en el mundo discurre con la fluidez de la que hace gala,  ni se percata como él de lo que ocurre a su alrededor. Se considera de tal altura intelectual que cualquier miembro del CSIC cursa “parvulitos” a su lado.

También dispone de una cualidad cuasi divina, asocia palabras e ideas de modo que sus víctimas quedan perplejas ante tanta sabiduría. Por ejemplo, oye la palabra agua y en menos que se santigua un cura bizco puede asociarla tanto con botijo, como con partida de mus o rana con cantimplora. Tal es su afluencia de asociaciones mentales, que puedes esperar la más recóndita de las respuestas. El punto débil,  que se le descubre de inmediato, es que no distingue cuál de todas ellas es la más certera o adecuada al tiempo y tema del que se está tratando.

Tú, que oyes sus aportaciones al diálogo, no sabes si intenta reírse de ti o simplemente no ha entendido lo que querías decir. Insistes de nuevo en tu charla pasatiempos: “Pues las sandías están subiendo de precio”. Respuesta: “Claro es que las estrellas se mueven en el cielo”.

Imagínate con este panorama, cómo se te va a ocurrir atacar un tema de mayor calado. Podrías llegar al diálogo de besugos con un mareo neuronal digno de diagnóstico psiquiátrico.

Supón, por último, que a sus altísimas elucubraciones racionales y relacionales les añade un poco de mala leche. Ya ni te cuento. Podéis salir a “guantás”. Pero como tú tienes más cordura conductual, alegas la necesidad imperiosa de terminar los recados, que tu “santa” te ha encomendado realizar como tarea matinal. Aprietas el paso y sin volver la testa te pierdes por la primera esquina.

Este peligro antes podrías encontrártelo en la calle, en una sala de espera, mientras llega el autobús y con tal que estuvieses un pelín alerta te librabas del bochorno intelectual. Pero ahora, ahora no te libra nada más que el botón interruptor.

Sí, porque el “tonto de turno” se ha enganchado también a los medios de comunicación y con el culo bien sentado en el tresillo del comedor se desliza por Facebook (para él “firbus”) o por  WhatsApp (“güasas”) como esquiador por las pistas de Panticosa.

En sus elucubrantes luchas contra los molinos opina de cualquier noticia o comentario que asoma a su pantalla. Impone sus razonamientos e ideas paralelas. Comenta y emite sentencias cual juez en su estrado sobre lo humano y lo divino. Y, claro está, se tiene por defensor de la verdad y de la recta razón. Entre faltas de ortografía, patadas al diccionario, premisas y conclusiones oliendo a güisqui barato con hielo, sus escritos son del talante de cualquier premio literario.

He sufrido esta experiencia. Confieso que intenté razonar y dar mi opinión con la mayor educación que pude. Así mismo confieso, que con malévola intencionalidad, intercalé en mi respuesta algunos términos y locuciones, soñando que harían detener la velocidad de sus respuestas.

Respondió hasta en tres ocasiones; me lo imaginé como niño intentando con un palo romper la piñata de cumpleaños; pero también sentí hervir los nervios abocándoseme a la garganta, y gritar rojas imprecaciones deseando fulminar tanta estulticia.

Por todo lo cual te aconsejo, amigo, que ante el “tonto de turno”, vuelvas la mirada, no lo tomes en serio y “tú a lo tuyo”.

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