Opinión

Poderoso caballero es don Dinero

Joaquín Patón Pardina | Lunes, 22 de Octubre del 2018
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Sí, el título lo conoces. Efectivamente, lo he copiado de un poema de Don Francisco de Quevedo y Villegas de dicha letrilla satírica; refrán anterior a él y cargado de sabiduría popular.

Tú, lector trabajador, ahorrador y economista ilustrado en la administración de los bienes de tu familia, ganados con el sudor de tu frente y el esfuerzo de los componentes de tu hogar, has recibido, al igual que yo, una sacudida mental cuando seguías los telediarios y sus contenidos.

Te dijeron los locutores, que el Tribunal Supremo Español había dictado sentencia por la que, los bancos debían hacerse cargo del pago de gastos por impuestos de hipotecas. A muchos le saltó una sonrisa a la cara. Soñaron que les devolverían parte de lo gastado en notarios, escrituras y zarandajas.

Al día siguiente se desploma la bolsa, arrastrada por los bancos que deberían “desembolsar” lo que parecían ingentes cantidades de dinero. Ante la “catástrofe bancaria” que se avecinaba, reacciona el presidente de dicho tribunal. Parece ser que no se había enterado de la sentencia o no había calculado los efectos secundarios, no sé por qué razones; desde luego no porque estuviera vendimiando a destajo en Tomelloso como muchos pagadores de hipoteca.

Se paraliza la sentencia, que para muchos juristas era firme, por la “enorme repercusión económica y social” afirmaban los periódicos  poniendo esta frase en boca de dicho presidente. 

El dilema era quién debería pagar los gastos… Pero si ya los habían pagado los firmantes de hipotecas… Los bancos solo deberían devolver lo que habían cobrado de más según el Tribunal Supremo o ¿no? No se trata de un gasto especial, cargado a lomos de la banca, solo era reembolsar lo cobrado.

Por eso Quevedo insistía en que el dinero es un caballeo poderoso, yo diría el que más. Ha hecho que se replanteé una sentencia que favorecía a los menos pudientes, de momento se paraliza y con visos de darle la vuelta.  Sin retrasarnos mucho en el tiempo, cuando la crisis económica, millones de trabajadores de la enseñanza, la salud, construcción, empresas, etc. nos fuimos a la calle.  Nos ofrecieron un subsidio o una prestación por desempleo. Cuántos pequeños empresarios quedaron arruinados de la noche a la mañana para poder pagar a los trabajadores que tenían. Cuántos de ellos perdieron sus empresas (pequeñas y medianas, las grandes sólo notaron un ligero movimiento) en las fauces de los bancos que babeaban hipotecas y préstamos.

Algún político de entonces se limitó a negar la crisis, argumentando la fortaleza de los bancos españoles. Los siguientes apoyaron con miles de millones de los españoles a los mismos bancos, alegando que si éstos mantenían la fortaleza, saldríamos de la crisis.

Ahora junto a las curiosas sentencias y demás ocurrencias quieren contentarnos con “subir” las pensiones una enormidad “lo que suba el IPC”, dicen; haciendo un esfuerzo y mareándonos con el problema de dónde sacaremos el dinero, dinero que ya antes pagó cada uno de esos pensionistas. Se repite la estrofa: Paga el contribuyente y debe estar contento si le devuelven lo suyo. Esto a los pensionistas que, haciendo malabarismos con lo cobrado al mes, han sido capaces de alimentar a hijos y nietos durante lo más duro de la crisis

También estamos elaborando un “avance espectacular”, dicen: la subida de salarios. Cuando muchos de esos salarios llevan congelados y rebajados demasiados lustros, por ejemplo los de la enseñanza.

Mientras tanto nuestros intelectuales políticos no se ponen de acuerdo en los presupuestos nacionales, por la simple razón de que los presenta un partido u otro. Lo cual, a los que no somos todavía imbéciles del todo, nos hace concluir, que el trabajo de muchos de ellos no es por los contribuyentes sino por y para su partido y sus ideas.

Hace poco oí decir a un periodista, en la radio, que el país (no se puede decir España porque es de fachas –dicen los que dicen que son de izquierdas-) funciona, porque millones de españoles (hombres y mujeres) se levantan cada día y realizan sus oficios y trabajos con total dedicación y esfuerzo, sin que les afecten las “heroicidades y compromisos” de muchos  representantes en la política.

Al final, cabreado lector, nos pasa como a los cazadores del chiste que intentaban repartirse las piezas cobradas (un mochuelo y una perdiz), el “espabilado” intentaba engañar al “más inocente”, el cual pedía repetir las suertes, insistiendo: “Siempre me toca el de los ojos grandes”.


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