Después de toda una vida de trabajo en el campo, cuando le llegó la hora de jubilarse, Felipe Caro Díaz quiso seguir estando cerca de ese mundo que tanto amaba aunque otra de manera. Este tomellosero, que está a punto de cumplir ochenta años, fue reproduciendo en miniatura todas las faenas y labores que se hacían en el campo, también de otras costumbres y oficios de la ciudad. Lo fue haciendo  con tanta delicadeza, paciencia y entrega que ha ido componiendo un maravilloso museo, admirado por muchos paisanos a los que siempre abre las puertas de su casa, también a medios de comunicación, a los que recibe con gran hospitalidad.

Dos habitaciones ocupan estos tesoros que han permitido a Felipe Caro tener una jubilación de lo más activa. “Llevo quince o dieciséis años haciendo este tipo de cosas. Siempre me había gustado mucho, desde pequeño, y cuando llegó el momento de jubilarme me dediqué de lleno.   Hay que dedicarle mucho tiempo y paciencia”. Asegura que si hubiera querido vender habría vendido mucho, “pero mi ilusión era tenerlo todo y donarlo al pueblo con el fin de que hicieran un museo permanente, pero no acaba de llegar ese momento. En La Posada he expuesto tres años, también en la Casa de Castilla-La Mancha en Madrid y luego son muchas las personas que vienen a mi casa a verlo, algo que me agrada mucho”.

Insiste Felipe en su gran anhelo de donar todo el material del museo al pueblo. “Pero, de momento, no he recibido respuesta. Afortunadamente, mis hijas y mi hijo se han comprometido a cuidar de todo este material cuando yo no esté. Me han asegurado que mientras ellas vivan, el museo permanecerá. Así que puedo morirme tranquilo porque sé que estará en buenas manos”.

Empezamos a recorrer el museo con Felipe, que ha reproducido fielmente en este pequeño mundo las tradiciones y costumbres de Tomelloso, ya sea haciendo miniaturas o restaurando aperos.  Nos topamos con muchos carros, cada una con su propia historia. El carro que traía el carbón a Jonás Torres, el carro de Pichele que traía viajes de barro para elaborar tejas, la Diaria, que era el carro del correo y que todos los días se traía el correo de la Estación de Ferrocarril, el carro de los peones, la galera de las mies, el carro de lanza, también denominado de la paja que llevaba un zagal, la tartana “que era el coche de los ricos”, el galerón o galera de invierno y un carro que transportaba tinajas desde Villarrobledo, el carretón, el carro de las madres, la cabria que transportaba los toneles, el carro de “Paco el de los bultos”, el carro del aguador o el que se utilizaba para recoger las mulas muertas de las que se aprovechaba casi todo, el remolque del calero… “En realidad todos los carros que se han utilizado en Tomelloso los tengo expuestos aquí”. Están reproducidos con todos sus detalles y también con los enseres y objetos que transportaban. 

En otra de las estanterías del museo, Felipe enseña como ha ido evolucionado el transporte de la uva, primero con carros que llevaba las serillas,  más adelante el remolque de mulas, con las espuertas en la capachera y finalmente el tractor con el aúpa que hizo las labores de vendimia menos duras. “Así era la vida de antes.Los primeros penaron mucho”, dice para referirse después a los “picholeros” que era una especie de agricultor mediano que abundó mucho en Tomelloso.

Cualquier rincón del museo tiene su historia. Felipe ha convertido en expositor una artesa que se utilizaba para cerner la harina. Cerca de allí tiene una barja, una manta, la saca, unas abarcas, los arreos de las mulas, un cribón que hábilmente ha convertido también en un expositor, una mesa lista para servir la comida. Felipe ha reproducido también en miniaturas todos los tipos de arados que se utilizaban, entre ellos, la vertedera gorda de la que tiraban cuatro y hasta seis mulas, “esto era monte bajo y se necesitaba fuerza para roturar las tierras” o el primitivo arado de palo del que tiraban los bueyes.

Cambiamos de sala. Admiramos nuevos trabajos de Felipe, otras increíbles miniaturas que reproducen una bodega con un jaraíz que pone en marcha, el ventilador que quitaba el temido tufo, pequeñas parcelas de viña y olivos, la era donde se trillaba en la que rinde homenaje a  su abuelo Hilario y luego se ponía en marcha la aventadora. Y reproducciones también de enseres y útiles que se utilizaban en las famosas matanzas, o en la elaboración de quesos, o las curiosas bicicletas en las que los panaderos repartían, básculas de pienso.  Otra escena reproduce como lavaban nuestras abuelas, triciclos, tacas de madera que es el material que más se utilizaba para hacer cosas. “Casi todo lo yo he construyo es también en madera”. Nos llama la atención una colección de monedas antiguas, otras de matrículas de bicicleta y otra más de botijos y otros recipientes de porcelana y barro, recipientes de esparto, jaulas de perdiz... Lo dicho; todos los rincones del museo enseñan cosas muy curiosas.

Me enseña también las denominadas abarrederas que se utilizaban para recuperar lo que se caía al pozo, un limpiabotas o  los cajones en los que traían los toros. Y muchas más cosas que se podrían meter en este reportaje que tiene sus límites de espacio y tiempo. La entrevista con Felipe Caro ha tenido una amena segunda parte con la visita a la cueva de su hija, la cueva de la familia Grueso Caro que ha sido remozada y es otro gran vestigio de la cultura vitícola de la ciudad.