Junto a otros carreros de la ciudad se empeñó y, consiguió sobradamente, en revitalizar la tradición de las mulas, que anduvo maltrecha algunos años, casi en peligro de extinción. Entendió a estos animales como pocos y con ellos se sentía inmensamente feliz. Sus reatas eran siempre de las más esperadas y la gente disfrutaba con su impecable presentación, ya fuera en seda o en sencillo, también con su armoniosa marcha, sus espectaculares arrancadas y los gritos de aliento que daba a sus animales con ese estilo tan particular y manera de ser que le caracterizaba.  Hay muchas fotografías que reproducen fielmente sus magníficas reatas.

Tuvo siempre muy presente a su familia y así en el toldillo de su carro aparecía el nombre de Encarna, su mujer. Padre de Encarna y Maribel más de una vez me confesó en entrevistas que le provocaba una enorme ilusión que sus nietos y nietas conocieran las tradiciones y esencia de Tomelloso. Se pasaba horas y horas en su cocinilla, un auténtico museo taurino y de tradiciones tomelloseras, donde preparaba con infinita paciencia los arreos y otros elementos que confeccionaba para las mulas como buen guarnicionero que era. Muy cerca de allí, las mulas descansaban en la cuadra y por cualquier gesto, ruido o movimiento sabía si tenían hambre o les ocurría algo.

Con los periodistas mantuvo siempre una relación cordial. A mí me hacía gracia su tono jocoso, su espíritu competitivo en los concursos, la manera llana y sensata que tenía de analizar la vida. Me lo encontré muchos domingos por la mañana con las mulas en el campo, mientras yo pasaba por algún camino haciendo deporte. Ahora serán otros que se lo encuentren en las alturas y donde, estoy seguro, no perdonará esas salidas tempraneras para trazar el surco de la besana bien derecho.