Por
fin después de varios cambios de opinión y meses de reflexión había ingresado
en el seminario de Palencia y tras la preparación humanística, filosófica y
teológica lo habían ordenado sacerdote. Sirvió como cura en varios pueblos de su Palencia natal. Durante
pocos años ejerció el ministerio en las parroquias que le había encomendado el
Obispo de su Diócesis.
Cuando
estalló la guerra todo se trastocó. Augurando malos porvenires, decidió
desaparecer un día de su parroquia. Llegó a Extremadura donde se alistó
voluntario en el ejército rojo. Cómo había imaginado en sus malabarismos
mentales nadie investigó sus orígenes; quién en su sano juicio hubiera
ejecutado tal tropelía. Si lo hubieran descubierto, cura y capitalista, lo
habrían fusilado sin esperar que amañanara. Pero justo en las contradicciones
reales es donde desaparece el razonamiento vulgar. ¿Quién iba a pensarlo?.
Terminada
la guerra deliberó volver a los quehaceres anteriores. Inmediatamente desechó
la idea. Demasiadas explicaciones que dar y nulos entendimientos por parte del
clero, que ahora se sentía aupado por la dictadura y libre de la persecución de
los años bélicos.
Por
lo que un día, habiendo escapado de la reclusión en la que lo tenían para
juicio sumarísimo, se presentó en casa de sus padres. Su facha era
irreconocible por la delgadez, la barba y el acento semiextremeño que quiso
copiar en sus primeros momentos de libertad, para simular de algún modo su
procedencia.
Por
ser firme su decisión de no continuar con el ministerio, tampoco podía
pemanecer ni en su pueblo, ni en los que había ejercido el sacerdocio, así lo
exigían los cánones vaticanistas relativos a los presbíteros fuera de
ministerio. Esa fue la razón por la que recabó en este paraje tan similar,
decía él, al “Jardín del Edén”, montes, aguas, flores, animales, naturaleza; lo
que más amaba en su vida lo tenía en este lugar.
De
vez en cuando desaparecía, para realizar una visita a sus padres, ya mayores, y
reponer la cartera, pues aunque era pudiente en cuanto a posesiones y dineros,
prefería mantener una vida sencilla, retirada y disfrutando de la naturaleza.
Las
ropas y objetos sagrados se utilizaban a
veces cuando venían a verlo otros sacerdotes o algunos amigos de su tierra
natal. Siempre había con ellos un momento para orar y celebrar la Eucaristía.
Sí, los curas de los pueblos del entorno estaban enterados de su presencia y
evidentemente conocían su identidad, pero se habían comprometido con él en la
guarda del secreto que dirigía su existencia.
-Entonces ¿Usted sabe decir misa como el cura
del pueblo?
-Desde luego que sí, Edelmiro, como el cura
del pueblo o como cualquier otro.
-Y ¿también conoce el chapurreo ese que
cuando yo era crío rezaban en los entierros y que nadie entendía?
-No es chapurreo, es una lengua muy antigua y
se llama Latín.
-¡Válgame la Virgen Bendita! Repetía una y
otra vez con la boca abierta nuestro amigo Edelmiro.
Unas
veces seguía la conversación y otras se abstraía con sus pensamientos dentro de
la mollera y dialogaba consigo mismo: Con
razón era un personaje extraño, si me lo cuentan lo creo. ¡Imposible!. Un cura viviendo en el
campo, en un cortijo como este y encima con armas y sabiendo usarlas. Ahora
estoy más tranquilo, este hombre está aquí de “incónito”, vino intentando
salvar la pellica y consiguió vivir tranquilo. Pues ya que me lo ha puesto a
huevo estoy pensando en hacerme más amigo de él, a ver si se me pega algo. Si
ya decía yo que era una buena persona. En cuando llegue al pueblo se lo cuento
a la María que se va a hacer cruces con la historia del Forastero.
Hacía
días que no veía a Adriano. La puerta del cortijo estaba cerrada con llave. En
sus idas y venidas para abrevar a sus ovejas miraba la casa incluso alguna vez
tocó en la madera con su garrota a modo de llamador. Nunca más hubo respuesta.
Los primeros días no le extrañó, estaba acostumbrado a las ausencias de
Adriano, porque ahora ya lo llamaba siempre Adriano y no “el Forastero” desde aquella conversación del verano. Incluso cuando
alguien lo llamaba por el mote, se enfada y corregía al malhablado diciendo muy
serio: “Este hombre tiene mucha dignidad
y no merece que lo llames por el mote se
llama Don Adriano, que tiene su carrera y de las grandes y cuidaito con lo que
dices de él que te miro y no te veo”.
Tal
era su frase favorita, para impresionar con lo que estaba dispuesto a hacer.
Arrugaba la frente, miraba de reojo y con la boca un poco torcida soltaba la
frase con tono de tenor de teatro de feria.
FIN
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Jueves, 2 de Mayo del 2024
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