Fue Cayetano el primer labrador que conocí en mi vida, después de mi padre lógicamente. Ya lo había visto por mi casa en mi edad infantil, cuando él venía del campo y cogía su bicicleta negra para marcharse a casa, o como se decía entonces, haciendo la pisa de la uva en la propia bodega familiar. Era menudo, ni gordo ni fino, ojillos pequeños, muy abiertos y vivaces. Nunca llevó abarcas, pero sí boina y traje de pana en invierno. Traje de dril con los azules de la espalda recomidos por el sol, gorrilla y sombrero de paja en verano, perfilaban el atuendo de este gentil hombre.
Persona bastante meticulosa, un profesional de una vez por decirlo de forma unívoca. Con su supervisión, sus consejos y sus enseñanzas, yo me ordené jornalero y jornalero soy. Estuvo muchos años en mi casa, alguno menos de veinte. Y ahora cuando escalo la dorada cima de la madurez, recuerdo su carácter hosco pero no callado, su terca obstinación a la hora de trabajar meticulosamente, siempre igual, siempre la misma cantinela: “haz bien las cosas chiquete, que quien mire esta tarea nunca te preguntará cuánto has tardado, solo juzgará lo bonito de la labor”, y es que con él aprendí el oficio.
Era el número uno cargando las gavillas. Cubos compactos hasta el cielo eran esos remolques, que a nosotros, a mi hermano y a mí aunque jóvenes, sangre y sudor nos costaba llegar con la gavilla arriba, para que él en rústico altar encaramado, las colocara en perfecta alineación.
De él aprendí sobre todo una cultura rural, un sentimiento y una forma de ser y de vivir que va más allá de lo profesional. Porque díganme Vds. si poner un cepo o un lazo para enganchar un conejo, coger los colorines con liga o con losilla, o criar el melonar en un secarral sin más sustento de agua que la poquita de la primavera y la de alguna desparramada nube veraniega, no es tener una vasta cultura campesina, una cultura adquirida de generaciones pasadas y muy denostada por el mundo urbanita.
Hoy sobrevuelo con melancolía la figura de este humilde labrantín, cariñoso conmigo a su manera, en los detalles y no en la efusividad, con la áspera contención adquirida durante años en un medio tan arisco como el nuestro. A día de hoy el oficio del campo se ha vuelto impío, inhumano, desalmado a más no poder y en nada se parece a aquellos años de cálida relación personal.
Correría el año 80, poco tiempo de libertad llevábamos en España y poco acostumbrados mis ojos a contemplar ciertos documentos subversivos, clandestinos, agravado mi estupor con una postura tan complaciente y permisiva con la dictadura, como la que en mi casa se vivía. Estábamos almorzando alrededor del fuego y después de algún comentario alusivo a las desigualdades laborales y de clases, parsimoniosamente se echó mano al bolsillo y de la cartera sacó un carnet de Comisiones Obreras, imagen de dicho carnet que aun mantengo en mi memoria después de tanto tiempo, por la huella que la visión de algo absolutamente prohibido marca en tu subconsciente juvenil, no maduro ni encallecido por los avatares de la vida.
Fueron pasando los años hasta que un sábado, día de cobro para la jornalería, se enfrentó de manera agresiva a mi padre demandando alguna mejora laboral futura. Un reproche lleva a otro, una contestación eleva el tono de la anterior y al final, sentencioso anuncia a mi padre que le da los quince días y se despide de la casa. Todos mis hermanos y mi madre comiendo en la cocina, escuchábamos atónitos los reproches mutuos y subidos de tono que venían desde el corral. Aquel impacto emocional, agravado por mi dualidad en el afecto a las dos personas que discutían, me sirvió para sentenciar que nunca tendría yo una situación igual. Y así ha sido, cuando con los años me he visto obligado a resolver situaciones parecidas, siempre he procurado solventarlas con discreción, buenas formas y dialogo sereno.
Y esta es mi historia, una historia compartida con un gran hombre con el que crecí a diario, pues a diario viví con él. Que se metió en mi vida tanto o más que la tierra a la que amo, la tierra que mis manos tocan, la tierra que mi corazón padece, o la tierra que mi formación conoce. Tierra que un día de tanto perseguirme, me hará suyo para siempre, como a él, como a Cayetano naturalmente.
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Jueves, 5 de Junio del 2025